Opinión Nacional

La guerra de los compadres

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Introducida por una magnífica ilustración de portada (Zapata), siendo de rutina el prólogo dificultado de Ramón J. Velásquez, nos acercamos nuevamente a la lidia por el poder que protagonizaron El Cabito y El Bagre a principios del XIX, en medio de la más cruda conspiración de grupos y personalidades que – superada las guerras civiles por 1903 – perfeccionaron la política y casas comerciales en nuestro país. Y es que, además, el autor, Simón Alberto Consalvi, intenta una lectura del presente con la recuperación de un pasado olvidado: “La guerra de los compadres. Castro vs Gómez m/ Gómez vs Castro” (Los Libros de El Nacional, Caracas, 2009).

Aceptemos que no hay mayor novedad en la extensa crónica de reconstrucción del duelo que, por entonces, pocos venezolanos conocían tras las grandilocuentes proclamas de ocasión y los continuos saraos de satisfacción maquiavélica. Nos antojamos de las habilidades políticas y comerciales que debían rendirse a la crónica social para marcar los ascensos, en la Venezuela anterior al reventón del pozo “Los Barrosos” de 1922.

La plebiscitación de Castro, mediante maniobras de una teatralidad que el empobrecido pueblo venezolano tragaba resignado (53), como si caricaturizara aquella consulta suscitada por Emparán en 1810, parece un dato histórico continuo, repetible por siempre gracias a la ferocidad de los actuales estudios de opinión. Empero, así como el azar rindió tributo a Castro y a Pío Gíl, viajeros en el mismo vapor (85 ss.), ahora podemos descubrir la artillería de salón que está detrás de cada encuesta, apuntando cada autodelación de Chávez Frías, porque está en el mismo barco con el resto de los venezolanos.

Pregunta Consalvi sobre aquellos hombres de poder que desconocen las realidades de la política y, además, la de su propia condición humana, al igual que de las sociedades que los endiosan a pesar de sufrir grandes penalidades (18). Tamaña deshumanización del poder, encuentra matices que lo disimulan e instintos de moderación que lo ocultan en el ejercicio de una democracia convincente y consistente, hasta hallar la completa domesticación de reconocer al adversario.

Convengamos que Consalvi tiene una deuda contraída desde hace mucho tiempo, habida cuenta de sus agilidades con la tinta: más allá de la memoria absolutamente personal, ésta debe abarcar las situaciones, ambientes, detalles o anécdotas de las que fue testigo y protagonista en las décadas anteriores: un libro que está pendiente. Otras guerras de compadres pueden ocuparlo, porque fueron las que nos trajeron al chavezato.

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