Opinión Nacional

La historia del general que venció a los dioses

En el año de 2100 el historiador Herodoto contó las aventuras y desventuras de una lejana provincia de América Latina. Contó de un general que sabía de la batalla y marchó donde el oráculo a preguntar sobre su destino. El oráculo respondió: “Los dioses han fijado la fecha de tu muerte”. Herodoto escribió dos versiones del hecho, pues pensaba, con un tal Pereira, –personaje de una novela del siglo XX que preveía las notas fúnebres – que siempre había que tener listos los dos posibles desenlaces. Según la primera, el general fijó la batalla para la fecha de su muerte y, en efecto, cumplió con el destino impuesto por los dioses. En la segunda versión, Herodoto revela que el general suspendió la batalla, ordenó a sus tropas permanecer en el campamento, instruyó para que en esa fecha sólo se libraran escaramuzas menores y decidió que daría la batalla en la siguiente calenda. Cuando el general se levantó y vio a su estado mayor reunido en torno suyo comprendió que vivía y levantándose con fuerza proclamó: “He vencido a los dioses”.

Esopo escribió una versión de esta historia, a la manera de fábula, claro está. Podemos encontrar más detalles de la misma en cualquier servidor web. Como buen fabulador, Esopo relata que en verdad el oráculo no habló a un general, sino a un estado mayor confuso de oficiales menores que se debatían entre votar entre ellos para tomar una decisión y que la ambición predominaba en cada uno, puesto que, independientemente de la votación, alguno ya había decidido ir a la batalla en el día prefijado. Según esta increíble versión, cuando la voluntad de los dioses se había cumplido y yacían por tierra los oficiales descuidados, se alzó una voz proclamando: “Daremos la batalla en la siguiente calenda, apenas hemos perdido parte del flanco derecho”..

Como la ironía y el doble sentido, aparte del propósito pedagógico, es algo muy común a la fábula, no a los cuentos menores que según Plinio El Grande era lo que prevalecía en aquellos tiempos, hay que buscar la tercera versión y es precisamente en este último autor donde la encontramos. Para Plinio (mejor conocido como El Viejo) el oráculo no era, en verdad, un personaje solitario refugiado en el desierto. Para él el oráculo era un coro –en la mejor tradición de la tragedia griega- formado por todo el pueblo que aquellos dirigentes pretendían llevar al final anticipado. Plinio precisa que aquel pueblo clamaba porque la batalla se diera no en fecha de muerte sino en fecha de vida. El pueblo era superior a sus comandos, es evidente, y proclamaba que los dioses eran unos bromistas muy serios, esto es, que efectivamente habían fijado una fecha para los incautos con la esperanza de que los comunes mortales burlaran la trampa y sobrevivieran para la verdadera batalla, puesto que la diosa Justicia había hecho una apuesta con la diosa Discordia sobre el futuro de aquella lejana provincia de América Latina.

Para evitar las iras de Germán Carrera Damas, un historiador de los tiempos aquí relatados y que se molesta mucho conmigo cuando hago observaciones sobre los historiadores, para él impertinentes, he procurado buscar evidencias tangibles sobre lo realmente ocurrido. He encontrado en ese tiempo testimonios de confusión, de enredos inexplicables, de carencias de visión y, por ello, he decidido ir a la historia comparada. Como es público y notorio, una de mis lecturas preferidas es la de la historia de Roma, específicamente (como dicen las licenciadas de la televisión) el que corresponde a la república. Allí me encontré con el caso de un general dedicado a la siembra, y a la siega claro está, del trigo. Un día lo visitaron los “notables” para decirle que la amenaza era tal que debía ponerse al frente. El general-agricultor se puso los aperos de guerra y salvó a Roma. Una vez cumplida su misión regreso a su finca del Lazio y dejó claro que el poder le importaba un pepino, por no decir un haz de trigo. Cincinatto se llamaba y sin él Roma hubiese muerto antes de tiempo.

Pero como mi especialidad es procurar la ira de mis amigos, relato que algunos se molestan porque en mi libro Por el país del hombre (Primera lectura del nuevo milenio) digo que la última noticia realmente importante fue la caída de Constantinopla. Les he dicho que es propio de los intelectuales tales afirmaciones y he relatado que, después de publicado mi libro, escuché, estupefacto, que el gran intelectual colombiano Álvaro Mutis decía lo mismo en un programa de televisión. He leído todas y cada una de las crónicas que se escribieron sobre ese hecho y que, por supuesto, tardaron meses en llegar a los ojos de los pasmados lectores que comenzaron así a comprender que la faz del planeta Tierra había cambiado para siempre. Lo sé por las crónicas de la época y también por Isaac Asimov quien relata maravillosamente lo sucedido. Allí encuentro las reflexiones de Heraclio: la primera condición para salvar a un pueblo es que ese pueblo quiera ser salvado y preguntarse, de primero, porqué ese pueblo se entregó.

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