Opinión Nacional

La Iglesia y Chávez

1. Un trato desconsiderado e injusto

La reciente carta en la que los obispos se le pararon de frente a los desmanes de Hugo Chávez, representa un momento culminante de ese enfrentamiento que el Presidente de la República ha venido sosteniendo y atizando con la Iglesia Católica. Olvida Chávez el consejo que Juan Domingo Perón le daba a Rafael Leonidas Trujillo, poco antes de que éste cayera abatido en la conspiración del 31 de mayo de 1961: hay que evitar librar conflictos con la Iglesia, pues siempre perjudican al Gobierno.

El trato del Jefe del Estado con la jerarquía eclesiástica ha sido desconsiderado e injusto, conducta que no tuvieron, como dice la carta del Episcopado, “ni siquiera los presidentes que expulsaron a sacerdotes, religiosos y obispos (. . .) Sus argumentos (el de esos presidentes) se movían en el plano de la Ley del Patronato y en determinadas ideas acerca del progreso de las ciencias”. En cambio Hugo Chávez llama adeco a monseñor Baltazar Porras, tergiversa la historia y se mueve en el terreno de las agresiones y descalificaciones a la dignidad de los ministros de la Iglesia. La Conferencia Episcopal le reclama al Primer Mandatario que diga que los obispos “estaban allí cuando los presidentes se daban abrazos y copas de vino y rezaban juntos. Sabían que esos presidentes estaban robando al pueblo y los bendecían, bendecían el robo” Si alguna institución se enfrentó con valentía a Jaime Lusinchi, por ejemplo, fue la Iglesia. Mientras muchos sectores y grupos del país fueron silenciados por las amenazas de ese Gobierno, la Iglesia tuvo el coraje de denunciar los desafueros de Blanca Ibañez y escribir libelos contundentes en los que se denunciaba el deterioro moral y económico del país.

La Iglesia, tal como se lo recuerda la Carta de la Conferencia Episcopal a Chávez, después de la asonada del 4F jugó un papel fundamental en la defensa de la vida, la integridad física y los derechos ciudadanos de los alzados. En aquella oportunidad la Iglesia sí era digna y valiente para el tenientecoronel encarcelado. Ahora, que encara los gravísimos errores y omisiones del Gobierno, ha pasado a ser “enemiga del proceso revolucionario y aliada de las fuerzas retrogradas que se oponen al cambio”. A los obispos les pasó lo mismo que a Arias Cárdenas y a los otros comandantes del 4F: por diferir del Jefe, de ser aliados se convirtieron en agentes de la reacción. Arias Cárdenas en pocos días pasó de ser un eficiente gobernador a transformarse en un traidor, incompetente y corrupto. Esta es la doctrina del estás conmigo o estás contra mí; mi democracia no admite desacuerdos ni disidencias.

2. El mundo terrenal y el mundo divino

Es cierto que la Iglesia debe ocuparse fundamentalmente de las cuestiones relacionadas con la necesidad de buscarle un sentido trascendente a la existencia. La Iglesia y sus ministros están obligados a servir de guías espirituales que iluminen el tránsito de la humanidad por los sinuosos caminos de la vida. Pero en un país como el nuestro, plagado de injusticias y desigualdades sociales, no es posible que los sacerdotes se coloquen al margen de la realidad histórica. La Iglesia está especialmente obligada a luchar contra la exclusión, y a ser una voz de alerta y denuncia de la incompetencia y la corrupción de los gobiernos, órganos encargados por el propio pueblo para mejorar las condiciones de vida de la gente.

El compromiso activo de la Iglesia con los pobres se expresa de forma inequívoca a partir de finales del siglo XIX, cuando el Papa León XIII publica en 1891 la encíclica Rerum Novarum, alegato contra la barbarie del capitalismo industrial, que después de explotar durante toda su vida activa a los trabajadores, los lanzaba a la miseria y al desamparo una vez que ya los había convertido en desechos vivientes. Gracias a la acción de la Iglesia y de otros factores organizados de la sociedad, los empresarios y los gobiernos del mundo entero se vieron obligados a instrumentar políticas sociales orientadas a mejorar el entorno de los obreros. Los derechos laborales, la reducción de la jornada de trabajo, la protección de la mujer embarazada, la eliminación del trabajo infantil, se deben en una parte significativa a la labor de la Iglesia, que actuó como soporte de los sindicatos en la lucha por construir una sociedad más equitativa.

Aquí en Venezuela la Iglesia desde hace mucho tiempo se colocó a favor de los excluidos y los perseguidos. La Iglesia ha defendido los ideales de la libertad y la democracia. Desde luego, como toda agrupación humana, está cruzada por diferencias y contradicciones. Nadie puede esperar que un cuerpo amplio y heterogéneo como ése, se comporte de manera completamente uniforme. Sin embargo, el tono dominante de la actuación de la Iglesia ha sido el de la crítica frente a los factores de poder, cuando éstos han entrado en abierta contradicción con los intereses populares. La pastoral firmada por monseñor Arias Blanco a finales de la dictadura de Pérez Jiménez fue un factor que precipitó la caída del tirano. La Iglesia, ya lo dije, fue de las pocas instituciones que se alzó con dignidad contra los desafueros de Jaime Lusinchi y Blanca Ibáñez, cuando RECADI, por órdenes expresas del Presidente de la República, era utilizado como un ariete para amenazar y chantajear a quienes se atrevían a oponerse al Gobierno. Por culpa del mundo terrenal, la Iglesia ha tenido que ocuparse de Dios y de los hombres al mismo tiempo.

3. La Iglesia: sustituto y complemento del Estado

Uno de los errores más graves que comete Hugo Chávez cuando descalifica a los ministros de la Iglesia, consiste en ignorar o soslayar el importantísimo papel cumplido por ellos en numerosos barrios pobres y marginales del país donde el Estado no tiene ningún tipo de presencia. La inexistencia de escuelas oficiales o dispensarios públicos ha sido cubierta por sacerdotes o monjas que con abnegación cumplen tareas de beneficencia y asistencia social.

Las escuelas de Fe y Alegría, después de más de cuarenta años de estar funcionando, se conservan como un modelo de eficiencia en el uso de los recursos económicos. En la actualidad, Fe y Alegría se ha extendido a otros campos que van más allá de la actividad docente convencional. Ahora tienen escuelas granjas y centros de formación técnica de nivel intermedio, en los que se entrenan y capacitan jóvenes de extracción popular que han emigrado de la educación oficial o que nunca entraron en ella. Mientras el Instituto Nacional de Capacitación y Educación (INCE) es cada vez más incompetente en la formación de los recursos humanos que necesita el país, iniciativas como las de Fe y Alegría son cada vez más eficaces.

La red de dispensarios y ambulatorios promovidos por curas y monjas en barriadas populares se extiende a un ritmo sostenido. En tanto el Ministerio de Sanidad se ha ido desentendiendo de los grupos sociales que viven en las zonas más arruinadas, la Iglesia ha concentrado su esfuerzo en brindarles a estos sectores la posibilidad de curar y prevenir enfermedades de alta recurrencia entre los pobres. Este esfuerzo se adelanta en medio de condiciones económicas muy limitadas y adversas. El Gobierno ha restringido los recursos y subsidios que se destinan a estos fines. En la medida en que los enfrentamientos con la Conferencia Episcopal se mantengan, en esa misma magnitud se reducirán las subvenciones para los programas en el área de la salud.

Los sacerdotes y las monjas también se ocupan de los niños y jóvenes abandonados, ésos que supuestamente son motivo de desvelo del Presidente. Las Iglesia ha complementado la función de un organismo tan incompetente como el Instituto Nacional del Menor (INAM), que a pesar de los recursos que el Ejecutivo le asigna, sigue siendo igual de inoperante que siempre. Con motivo de la tragedia producida por las lluvias, las organizaciones eclesiásticas demostraron un nivel de eficacia mucho mayor del exhibido por los organismos oficiales, muchos de los cuales, por cierto pusieron en evidencia la falta de capacidad del Estado para prevenir los desastres y actuar con prontitud ante las contingencias.

Razón tiene el padre Luis Ugalde cuando dice que allí donde los pobres viven, Hugo Chávez no tiene la popularidad que el Jefe de Estado se atribuye. Ugalde, que sí sube cerros con frecuencia, sabe que los pobres más que ningún otro grupo de la sociedad han sufrido en carne propia la incompetencia de este Gobierno, que a los innumerable errores cometidos suma ahora el ataque encarnizado a la Conferencia Episcopal.

El acoso a la Iglesia está recubierto por la vana pretensión de dividir una institución que tiene 2.000 años de existencia.

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