Opinión Nacional

La importancia de leer

Alguien me dijo una vez: “Hay quien en lugar de vivir la vida, opta por leerla”. Me siento en parte muy identificado con dicho mensaje.

Realmente la lectura es reconfortante, por ello ha sido considerada siempre como integrante del reducido círculo de los encantos de una vida de cara a la Cultura. Sin pretender discriminar, la vida es diferente para una persona que lee respecto de aquella que no lee.

La lectura nos permite trascender el ámbito inmediato, nos libera del encierro del mundo rutinario, con contactos limitados y a expensas de dialogar con pocas personas y generalmente afines a nuestra modalidad de vida. No digo que quien no lee no sirve para nada, sólo afirmo que no es plenamente feliz y ya hemos visto que de eso se trata la vida y de ser ricos por necesitar menos que los demás.

Una doctrina nos educa y un libro o escrito, por más escueto que parezca, es a menudo interactivo, porque conversa con nuestro interior y descubrimos cosas que son necesarias para seguir viviendo, para ser mejores a nosotros mismos, o para disfrutar de otra realidad que se despliega ante nosotros y que nos era en principio ajena o desconocida.

Los textos antiguos tienen la virtud de acercarnos a las primeras manifestaciones del mundo de la cultura universal. Creo que en ellos todavía podemos encontrar las claves para las respuestas a los problemas actuales, porque en verdadero que las historias se repiten en éste círculo que es la vida misma y que esas respuestas del ayer bien sirven hoy.

Es genuino “viajar” en el tiempo y “volver a descubrir” las pautas de conducta de ese ayer que no parece tan distante en los siglos.

Con la lectura, se nos invita a un derrotero con implicancias psicológicas porque en definitiva, nos adentramos en un universo de motivaciones, pensamientos, elaboraciones mentales, reflexiones, verdaderas peleas internas, y así nos apasionamos con dicho ejercicio intelectual, cosa que no sucede siempre con los diarios o semanarios que nos proporcionan sólo un cuadro de noticias y acontecimientos que bien poco nos pueden cautivar.

No hay que leer por obligación o para luego decir: “soy culto porque he leído a tal o cual autor”. No es así, porque se lee por el placer de la palabra escrita que adquiere movimiento en el espacio, nos transporta gratis a cualquier lugar, nos guía y nos aconseja.

La lectura se degusta, pero no debemos olvidarnos que generalmente también uno es lo que consume, por lo tanto nuestras palabras son el eco de lo que alguna vez hemos leído.

Si el lector logra percibir y atesorar ese aroma o sabor de las doctrinas o libros, lo evidenciará en su tino para conversar o para explicar lo que se quiere decir en el discurso o diálogo. Posteriormente se traduce en lo que escribe con lealtad a las fuentes de conocimiento o referenciando a su autor intelectual.

Podemos asegurar que la lectura, es un destino del hombre y como tal, obligadamente se presenta (ante nosotros) el texto que nos estaba buscando desde hace algún tiempo atrás y que sencillamente nos encontró. Ya lo dijo Yüan Chunglang: “Podéis dejar de lado los libros que no os gustan, y que los demás los lean”. Mención aparte para la Biblia, respecto de la cual siempre habrá un instante en que esperemos encontrar la palabra de Dios capaz de contener “todo” el mensaje que de Él esperamos. Luego nos casaremos con uno de sus comentarios que nos acompañará por el resto de nuestra experiencia de vida. Confucio dijo: “Cuando se tiene cincuenta años se puede leer el libro de los cambios”, lo que equivale a decir que no se puede leerlo a los cuarenta y nueve. Todo tiene su período de madurez, y prueba de ello, es que la misma lectura anual nos arroja resultados diferentes. Todos los años crecemos en el fino trabajo de leer hasta entre líneas.

Particularmente siento la impresión de conversar con el autor, porque lo elevo en algunos casos a la categoría de Maestro y obviamente me pongo en posición de Discípulo. ¡Que tal!.

Leer implica un ejercicio entre el autor y el intérprete o lector. Con respecto a las Analectas de Confucio, el confucionista Ch´eng Yich´uan, dijo: “Hay lectores y lectores. Algunos leen las Analectas y sienten que nada ha ocurrido; a algunos complacen unos o dos renglones, y otros comienzan a sacudir las manos y a danzar inconscientemente».

El autor o el Maestro es un alquimista, porque transforma los elementos en el alma del lector, nos hace conservadores de la pureza doctrinaria o custodios y guardianes de la letra escrita que nos perfora hasta el infinito. Particularmente, así lo entendí con nuestro Juan Pablo II (Cristiandad.org Centro de Debates, Información y Difusión para el catolicismo del Tercer Milenio. “La Paz con la Naturaleza es sinónimo de la Paz con Dios” Ver: Aportes Nro. 136 (%=Link(«http://www.cristiandad.org/aportes/natura_dios.htm»,»www.cristiandad.org/aportes/natura_dios.htm»)%)), quien precisamente hoy, desde el cielo asistió a la consagración del Cardenal Joseph Ratzinger como Benedicto XVI, de quien espero sea tan guardián de la pureza doctrinaria de la Iglesia de Cristo como su antecesor (me inclino totalmente por la Iglesia conservadora, sólo así vale la pena ser cristiano en nuestros días, aunque le temo a la transición si es que la hubiere, pese a los 78 años y a la diabetes del nuevo Vicario de Cristo en la Tierra.

De regreso al tema principal, sostengo inspiración para la lectura es sencillamente eso: una suerte de predisposición al hecho de leer, una virtud que nos motiva a ser felices con la letra escrita y viva, sin un escenario montado para ello y sin necesidad de mayores comodidades.

Cualquier lugar es bueno cuando cómodamente estamos frente a la doctrina o al libro escogido. No cala el frío del invierno, ni incide lo rústico de la habitación, no molesta el viento cuando debemos sostener las páginas del libro que también son hojas como las de los árboles que se mecen al ritmo del aire. Así, entendemos que la lectura debe ser espontánea en el 100% de las veces.

El ánimo para leer ha sido perfectamente descrito por Ch´en Chiju: “La gente llamaba ’volúmenes flojos’ y ’volúmenes suaves’ a los libros y pinturas; por lo tanto el mejor estilo para leer un libro o abrir un álbum es el estilo holgazán.” Quiere decir que hay que tener paciencia en todo ello y continúa el mencionado autor: “El verdadero maestro tolera errores de impresión cuando lee historia, tal como un buen viajero tolera los malos caminos al trepar una montaña, o quien va a contemplar la nieve tolera un puente muy frágil, o quien elige vivir en el campo tolera la gente vulgar, o quien se dedica a mirar las flores tolera el mal vino.”
Nos dice Lin Yutang: “La mejor descripción del placer de la lectura la he encontrado en la autobiografía de la más grande poetisa de China, Li Ch´ingchao (Yi-an, 1081-1141). Ella y su marido solían ir al templo, donde se vendían libros de segunda mano y copias de inscripciones en piedra, el día que él recibía su estipendio mensual como estudiante en la Academia Imperial. Entonces compraban un poco de fruta, al regreso, y una vez en casa empezaban a pelar fruta, y a examinar juntos las otras compras, o al beber té y comparar las variaciones de ediciones diferentes. En su esbozo autobiográfico conocido como Posdata de Chinhihlu (libro sobre inscripciones en bronce y en piedra), la poetiza dice: “Yo tengo mucha memoria y, sentados a solas después de comer en el Salón del Regreso a Casa, solíamos hacer un pote de té y, señalando a las pilas de libros en los estantes, decíamos en qué línea de qué página de qué volumen de cierta obra se presentaba un pasaje determinado, para ver quién acertaba, y el que ganaba tenía el privilegio de beber primero su taza de té. Cuando uno de los dos adivinaba, alzábamos muy alto la taza y rompíamos en carcajadas, tanto que a veces se derramaba el té sobre nuestros vestidos y no lo podíamos beber. ¡Qué contentos estábamos de vivir y envejecer en un mundo así! Por eso teníamos alta la cabeza, aunque vivíamos en la pobreza y el pensar … Con el tiempo nuestra colección aumentó y aumentó, y los libros y los objetos de arte se apilaron en mesas y escritorios y camas, y los gozábamos con los ojos y con la mente, y proyectábamos y discutíamos sobre ellos, saboreando una felicidad muy superior a quienes gozaban de los perros y los caballos y la música y las danzas …” Li, escribió esto en sus últimos años, desaparecido ya su marido, cuando era una anciana solitaria que huía de un lugar a otro, durante la invasión del Norte de China por las tribus Chin.” Obras escogidas de Lin Yutang (Editorial Sudamericana Buenos Aires 1962, en II. La importancia de vivir. pág. 405/6).

Es fácil predecir un mundo sin lectura, pero es impensado magnificar el deterioro que provoca en el Hombre el castigo de no leer. Hoy por hoy la cibernética ha reemplazado el hábito de leer en la juventud. Lamentablemente, así se gasta la vista en los juegos que nunca se gana y se conoce más de la violencia que de la paz, se desarrolla un aspecto de la estrategia que no sirve de nada en la vida porque se adquiere experiencia en un juego y no se atesoran principios de vida, muchos juegos deberían soportar la prueba de la apología del delito y el mundo también se compone de ingenuos. Otros dan la oportunidad de crecer en la vida, tal el caso de los juegos medievales, entre ellos “El profundo juego de la Oca” (Ver: (%=Link(«http://analitica.com/va/ambiente/opinion/7093534.asp»,»analitica.com/va/ambiente/opinion/7093534.asp»)%)).

Muy recomendable es la interpretación de las Meditaciones de Marco Aurelio, porque conforman una filosofía de vida y doctrina de pensamiento. De ellas, por gracia de la obra escrita las siguientes:
Al despuntar la aurora, hazte estas consideraciones previas: me encontraré con un indiscreto, un ingrato, un insolente, un mentiroso, un envidioso, un insociable. Todo eso les acontece por ignorancia de los bienes y de los males. Pero yo, que he observado que la naturaleza del bien es lo bello, y que la del mal es lo vergonzoso, y que la naturaleza del pecador mismo es pariente de la mía, porque participa, no de la misma sangre o de la misma semilla, sino de la inteligencia y de una porción de la divinidad, no puedo recibir daño de ninguno de ellos, pues ninguno me cubrirá de vergüenza; ni puedo enfadarme con mi pariente ni odiarle. Pues hemos nacido para colaborar, al igual que los pies, las manos, los párpados, las hileras de dientes, superiores e inferiores. Obrar, pues, como adversarios los unos de los otros es contrario a la naturaleza. Y es actuar como adversario el hecho de manifestar indig-nación y repulsa”. Meditaciones (Marco Aurelio. Editorial Planeta DeAgostini. Madrid. España. 1995, en II. 1 pág. 59).

Ni actúes contra tu voluntad, ni de manera in-sociable, ni sin reflexión, ni arrastrado en sentidos opuestos. Con la afectación del léxico no trates de de-corar tu pensamiento. Ni seas extremadamente locuaz, ni polifacético. Más aún, sea el dios que en ti reside protector y gula de un hombre venerable, ciudadano, romano y jefe que a sí mismo se ha asignado su puesto, cual sería un hombre que aguarda la llamada para de-jar la vida, bien desprovisto de ataduras, sin tener necesidad de juramento ni tampoco de persona alguna en calidad de testigo. Habite en ti la serenidad, la ausen-cia de necesidad de ayuda externa y de la tranquilidad que procuran otros. Conviene, por consiguiente, man-tenerse recto, no enderezado”. Meditaciones (Marco Aurelio. Editorial Planeta DeAgostini. Madrid. España. 1995, en III. 5 pág. 73).

La excelente película “Gladiador” con suma justicia defenestró la figura de Cómodo como Emperador y como Hombre. Muchos años antes Venezuela Analítica (como tantas veces) se jugaba en publicar el 14/04/2000 un artículo: “El Emperador Marco Aurelio: Filósofo de vocación y Político de profesión” (Ver: analitica.com/bitblioteca/corbatta/marco aurelio.asp), tomado nuevamente en un portal de específico de Marco Aurelio diseñado en la Rerpública de Italia: hwww2.raisport.rai.it ”El emperador Marco Aurelio. Filo acute; sofo de vocación”. La mención es al sólo efecto de demostrar que la lectura es productiva y que cualquiera puede alcanzarla y sentirse satisfecho de acceder con humildad al infinito mundo de la Cultura.

Leer, releer (hasta entre líneas), pero siempre leer.

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