Opinión Nacional

La influencia negativa del cine y la televisión

Después de más de un siglo del invento del cinematógrafo y a seis décadas del inicio de las transmisiones televisivas, es difícil ignorar el aporte positivo que hacen estos medios en la comprensión y el acercamiento entre culturas disímiles, en el conocimiento del universo y de la naturaleza humana, mientras proveen un entretenimiento relativamente sano y económico a millones de personas. Pero al mismo tiempo ambos medios están llenos de riesgos, al promover indirectamente una serie de vicios y malos hábitos que adquieren personas sin convicciones firmes, o que ceden fácilmente a la imitación de los mismos, no sólo por las efectivas técnicas publicitarias usadas para promover productos y servicios, sino porque los artistas que practican esos hábitos en la pantalla son admirados por su atractivo físico, talento, popularidad o fortuna.

Empezando por un vicio muy nocivo, pocos dudan que el hábito de fumar se ha extendido grandemente a partir de la popularidad del cine y la televisión, que muestra a sus protagonistas con un cigarrillo en la boca, a veces innecesariamente o para rendir más atractivo al personaje. El espectador inmaduro que busca elevar su autoestima imitando a personajes célebres o rebeldes atractivos, es presa fácil del nocivo hábito, luego difícil de abandonar, con lo cual muchos jóvenes se quedan con el vicio de por vida, con consecuencias funestas tanto para sus familias como la sociedad que debe atenderlos. El alcoholismo o el uso de drogas son también estimulados por escenas donde se muestra a protagonistas disfrutando de esos vicios, tan nocivos como el tabaquismo, y aunque a veces se muestren los efectos negativos de su adicción, ya el daño está hecho al exhibirlos en poses glamorosas que generan envidia. De paso, una encuesta reciente hecha en EEUU revela que 4 de cada 5 personas creen que estos medios han contribuido mucho a difundir los tres vicios, al mostrarlos como aceptables y practicados por personajes atractivos, dentro y fuera de la pantalla.

Difícilmente hay alguna película ambientada en el último siglo sin que salga una persecución de autos, sea que se trata de una cinta policial o de una de las violentas películas de acción, que muestra a los conductores rompiendo todas las normas de tránsito sólo para llamar la atención del espectador. La irresponsabilidad de los conductores se muestra como una travesura divertida o irrelevante, aunque la velocidad pueda justificarse a veces en el argumento, por ej. para evitar un crimen. Los jóvenes son especialmente susceptibles de imitar este hábito, que tarde o temprano terminan en tragedia. Pareciera que el chirrido de los autos debocados y el humo de los cauchos fuera un aliciente para mentes inmaduras, que tratan de imitar esa práctica a la primera oportunidad.

Asociado con el uso del auto, está el uso indebido del celular mientras se maneja, a pesar que todos los estudios indican que muchos accidentes son causados por esa manía de hablar con un interlocutor al otro lado de la línea mientras se conduce un vehículo, que a su vez es siempre un arma mortal cuando no se le presta atención a las condiciones del tránsito y a la circulación de peatones. Aún si se usa un parlante auxiliar (o ‘manos libres’) del aparato telefónico, la distracción se produce igualmente. La música estridente, la conversación animada, las discusiones o hasta el contacto romántico o sexual son promovidos en escenas de muchos filmes, mostrando conductas imitables que finalmente causan fatales accidentes.

Junto con el exceso de velocidad, es común ver en muchas películas de acción ciertas escenas de destrucción por explosiones, casi obligadas desde hace algunas décadas por ser muy vistosas en una pantalla, ignorando que se graba en muchas mentes inmaduras una acción destructiva con el consecuente estímulo del crimen, el terrorismo y la violencia. Algunos grupos violentos son sugestionados en forma subliminal por la espectaculares explosiones que aparecen en pantalla, e inconscientemente tratan de imitarlas en la vida real, quizás para darse importancia, con las nefastas consecuencias que vemos en muchos países azotados por el terrorismo, uno de los males mayores del presente siglo y que indirectamente es promovido por películas que incluyen el uso superficial de explosivos como parte de la trama.

Además de las explosiones, casi siempre hay un excesivo uso de armas de fuego, especialmente del ahora popular rifle de asalto ‘kalashnikov’, cuyas ventas han subido grandemente gracias a las escenas con choques armados en muchos filmes, que muestran una violencia exagerada, más allá de lo que sucede en la realidad, por lo que se causa una indeseable glorificación del uso de las armas para dirimir conflictos sociales o controlar el crimen organizado. Así, los terroristas y criminales de la vida real se ven inconscientemente como héroes al imitar las acciones de personajes fílmicos, lo que ayuda a explicar el notable aumento en el uso de las armas de fuego, especialmente en países permisivos como EE.UU. La violencia gratuita. La brutalidad y la morbosidad que se muestra en muchos filmes también ayudan a crear el ambiente de violencia, donde hay poco respeto por la integridad física o la dignidad humana.

Con la permisividad sexual que caracteriza el cine de las últimas décadas, muchos patrones sexuales son popularizados por las pantallas grandes y chica, aún a sabiendas de que los mismos son irresponsables. Los hábitos existentes en los llamados “países avanzados”, de sexo superficial o desenfrenado, o escenas con perdonas promiscuas, inflaman la imaginación de muchos jóvenes –e incluso de adultos inmaduros— que tratan de imitarlos a la primera oportunidad para sentirse como sus ídolos, a menudo sin tomar las precauciones debidas para evitar embarazos o infecciones. Difícilmente se muestra a dos amantes pantalleros disfrutar otra práctica sexual que no sea el coito, como si ninguna otra condujera a la satisfacción sexual, dando un mal ejemplo que está contribuyendo al aumento indeseable de la población (y la pobreza resultante en algunas clases sociales), además de la propagación del sida y otras infecciones insidiosas.

Muy asociado con una irresponsable conducta sexual, está el uso del erotismo excesivo e injustificado en muchas escenas, sólo porque el público lo espera, haciendo de la desnudez femenina o masculina una práctica muy común, sin pensar en los efectos nocivos en mentes inmaduras al estimular una sexualidad irresponsable. También se ignora que estas escenas son objetables en muchas culturas, especialmente la musulmana, que así ven en la cultura occidental un foco de corrupción y sacrilegio –según sus patrones moralistas– y los anima a lanzar o intensificar sus yihad o “cruzadas contra los infieles”. Las relaciones extramatrimoniales, muy objetables y severamente castigadas en esas culturas, son otros aspectos que han ayudado al “choque de civilizaciones” que vivimos en nuestra turbulenta época, una tendencia que ha sido grandemente popularizada por el cine y la televisión satelital, que difunde cintas con un erotismo exagerado al mundo entero.

El antagonismo cultural es otra faceta negativa que difunde el cine y la televisión, especialmente en cintas provenientes de Hollywood, al criticar indirectamente ciertas conductas de etnias o sociedades distintas a la anglosajona, que se erige en dominante y árbitro de moralidad en el mundo, gracias a las películas que los muestra como héroes y vencedores en conflictos bélicos, u operativos policiales o antiterroristas. Con esto se crea un patrón de inferioridad en otras culturas, que causa resentimiento y críticas a la cultura anglosajona –que salpica también a la europea– aunque se admire generalmente los aportes que han hecho estas sociedades en el campo científico en la difusión de la democracia, o la defensa de los derechos humanos.. Por ejemplo, las culturas africanas, latinoamericana, árabe, europeo oriental y asiática se muestran a menudo despectivamente o en plano de inferioridad, con personajes fílmicos de esas etnias casi siempre en papeles secundarios, labores humillantes o con conducta objetable, asociándolas subliminalmente con el tráfico de drogas, el terrorismo o el crimen.

El consumismo excesivo es otra tendencia nociva que se estimula en gran parte a través de los medios audiovisuales de difusión masiva, ya que el público tiende a imitar los hábitos consumistas o derrochadores que se muestran en las secuencias, asociándolos con el prestigio y el logro personal. La idea del éxito fácil y la riqueza súbita, también impone hábitos facilistas, algunos de los cuales incluso atentan contra el ambiente, al promoverse el uso indiscriminado de vehículos alimentados con combustibles fósiles y contaminantes. Lo mismo sucede con la popularización de una visión particular de la “vida moderna”, que se muestra siempre con un uso exagerado de aparatos eléctricos y el derroche de materiales que pudieran ser reciclables. Este vicio consumista está íntimamente asociado al enfoque materialista que se populariza en muchas cintas, donde el propósito principal en los argumentos es hacer dinero a toda costa, sin considerar otros fines sociales o humanistas.

El comportamiento vulgar es otra faceta estimulada por estos medios masivos, pues la conducta correcta o ética no parece ser suficientemente interesante como para figurar en los guiones de las cintas o series. En otras palabras, se glorifica a los personajes que rompen las reglas de la sociedad, ridiculizando a veces a los que cumplen con su deber o se portan decentemente, promoviendo valores contrarios a los que son convenientes en una sociedad culta y civilizada. Es asombroso ver como se los personajes se profieren insultos groseros y ofensivos con una frecuencia inadmisible –y hasta poco realista–, popularizando así expresiones y palabras que no deberían figurar en el léxico diario de gente educada. Es lamentable ver como frases o palabras soeces son recogidas fácilmente por jóvenes en proceso formativo, que obviamente terminan pensando que se pueden proferir esas vulgaridades, ya que las usan impunemente sus actores preferidos.

No se quiere afirmar aquí que deben prohibirse o censurarse las escenas donde se muestran esos vicios o hábitos malsanos, sino que los medios deben ser usados con más responsabilidad, sin alegar que se trata de atender el “gusto del público”, o que las escenas objetables son necesarias para un resultado favorable en la taquilla o el rating. Tampoco se está proponiendo que el cine y la TV son los únicos causantes de esos vicios o malos hábitos, pero ciertamente contribuyen indirectamente a una práctica más amplia de los mismos, mientras pudieran ayudar a controlarlos o prevenirlos con la misma influencia que tienen en la sociedad.

Sin embargo, es justo reconocer que muchas películas o series tienen un mensaje constructivo y ejemplarizante en contra de esos males, aunque son una minoría, pues generalmente las películas constructivas son poco premiadas por la taquilla o rating. Pero creemos que la industria cinematográfica y televisiva debe darse cuenta de su enorme influencia en la creación de patrones de conducta, y por ende reconocer su responsabilidad compartida con otros agentes culturales al difundir comportamientos reprochables o que conllevan riesgos a la sociedad. Así, mientras se hace un llamado a la conciencia de los productores y patrocinantes de dichos productos culturales, es necesaria una mayor orientación a los jóvenes que disfrutan estas diversiones –supuestamente sanas- , tanto por parte de padres y educadores, como de los mismos medios, para así tratar de neutralizar ciertas influencias malsanas que contradicen su supuesto propósito culturizador.

En fin, como cualquier herramienta con un potencial de hacer daño a mentes impresionables –no necesariamente juveniles- los medios audiovisuales deben ser usados con prudencia, sin considerarlos sólo como un inofensivo entretenimiento de masas. Son mucho más que eso, y la mayor frecuencia de actos criminales o accidentes trágicos en nuestras sociedades, son una prueba fehaciente de ciertos contenidos nocivos de los medios, que no son muy comentados -y menos criticados o controlados- por los factores sociales y autoridades competentes. Luego nos quejamos de las consecuencias, a menudo sin indagar mucho en las causas, entre las cuales debe figurar en un lugar destacado la influencia negativa de los medios en ciertos patrones indeseables de conducta.

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