Opinión Nacional

La izquierda en América Latina(1)

Varias décadas atrás, no cabía pensar en absoluto que fuerzas de la izquierda latinoamericanas pudieran, no mucho tiempo después, estar presentes en posiciones decisivas. En Chile, el gobierno presidido por Salvador Allende había sido derrocado y el área conservadora de la Democracia Cristiana había contribuido a crear condiciones internas que facilitaron el alzamiento militar encabezado por Augusto Pinochet. En Nicaragua, la desastrosa conducción que del gobierno sandinista hiciera el ala extremista dirigida por Daniel Ortega, seguidor incondicional de Fidel castro, determinó la derrota por vía electoral, del FSLN. En el Salvador, el poderoso movimiento guerrillero del FMLN, también influido ampliamente por el jefe revolucionario cubano, se vio obligado a deponer las armas y negociar la paz. Los Montoneros de Argentina –integrados casi exclusivamente por peronistas radicales- y los Tupamaros de Uruguay –integrados por cuadros y activistas de la izquierda (comunista y socialista que pasaron a girar en la órbita política ideológica cubana)- fracasaron en sus aventuras violentas.

Antes de que el imperio soviético se desplomara, en 1991, dos países de Europa Occidental –Francia e Italia- fueron escenarios de grandes revueltas sociales, que sacudieron los cimientos de los respectivos poderes políticos establecidos. Los excepcionales acontecimientos ocurridos en Francia durante varias semanas de mayo, en 1968, estuvieron cerca de provocar la caída del gobierno presidido por Charles de Gaulle, quien abandonó a París y fue a refugiarse en el asentamiento de unidades de élite del Ejército, cercano a la frontera con Alemania Occidental. Allí preparó la contraofensiva política, materializada cuando la onda ascendente de una temible huelga general comenzó a declinar. Los coletazos duraron algunas semanas más. El mismo año, meses después de la revuelta francesa, Italia conoció otra muy semejante. “Otoño caliente” se la llamó. No puso al gobierno tan cerca de la caída como hizo en Francia su semejante; pero lo conmovió profundamente. Algún tiempo más tarde, un nuevo gran ciclo de huelgas, esta vez específicamente obreras, indicaron que proseguía un fuerte clima de rebeldía, no sólo social, sino también política.

Los mencionados acontecimientos de Francia y los de Italia tuvieron en común los tres siguientes hechos: 1) Fueron interclasistas. Los protagonizaron grandes masas de obreros -sindicalizados y no sindicalizados- intelectuales de los mas diversos campos, estudiantes y sectores de la pequeña burguesía urbana. 2) la iniciativa fue tomada por los estudiantes e inmediatamente secundada por los otros sujetos sociales. 3) Cuando se produjo la incorporación de partidos, los que se sumaron pertenecían a un amplio arco de la izquierda: comunistas, socialistas, socialdemócratas, trotskystas, __________, 4) Ninguno de los partidos del arco de la izquierda –y, en particular, ninguno de los más importantes- legó a ver en la situación que se desenvolvía aceleradamente una oportunidad favorable par ala toma revolucionaria del poder. En los casos de los socialistas y los socialdemócratas había un tipo común de motivos para no apreciar, ni siquiera especulativamente, la eventual oportunidad: estaba fuera de sus búsquedas la de una revolución, pues no eran revolucionarios. En los casos de los comunistas, había otro tipo común de motivos: no creían posible que el eventual arribo a una situación revolucionaria tuviera un desenlace victorioso, porque entendían que ello alternaría el inmodificable statu quo establecido entre el aparato dirigente de la Unión Soviética y el stablishment de Estados Unidos, desde que comenzó la guerra fría. Tenían razón, sin duda; pero el análisis que la sustentaba tenía como trasfondo la condición degradante de no poseer –ni quererlo- autonomía de pensamiento y acción. La subordinación del partido Comunista Francés (PCF) carecía prácticamente de matices; mas la del Partido Comunista Italiano (PCI) no llegaba a tal extremo. Cuando, en agosto de 1968, tropas soviéticas y de los otros países satélites de la URSS invadieron Checoslovaquia -a fin de liquidar el grandioso proceso reformador del “socialismo real” que allí había iniciado el partido Comunista- el PCF y el PCI asumieron fuertes posiciones críticas.

Las dos revueltas tuvieron, pues, mucho de excepcional.

Pero además de las semejanzas señaladas hubo entre ambas diferencias significativas. 1ª) En Francia la dirección de la Confederación General de Trabajadores –estrictamente bajo el control del Partido comunista- tuvo un comportamiento sectario con respecto a los sectores sociales no obreros que constituían la principal fuerza inspiradora e impulsora del gran movimiento subversivo.

Después de que, en 1991, –luego del fracaso de la perestroika (el trascendental proyecto de cambio del “socialismo real”, que pudo haber modificado fundamentalmente el curso de la historia en nuestro tiempo)- el imperio soviético colapsó, el mapa político del planeta está rediseñándose.

En el amplio espacio de Europa se ha conformado una familia socialdemócrata, a la cual pertenecen todas las corrientes que asumen la identidad de izquierda. Entre los integrantes de esa familia solo hay grados de diferencias en cuanto al alcance de las propuestas reformadoras, y en el interior de algunos los hay. Pero tan sólo los pequeños grupos, de muy escaso peso, no comparten los postulados básicos de la socialdemocracia. Los sindicatos, otros sujetos colectivos importantes de la sociedad civil, así como buena parte de la intelectualidad no asociada ideológicamente al poder económico, nacional o transnacional, se vinculan estrechamente con la socialdemocracia. Organizaciones centradas en problemas específicos no relacionados estructuralmente con el proceso integral de la economía (ecológicos, discriminación racial, discriminación sexual, desprotección de la niñez en situación de pobreza, etc.) luchan autónomamente o se vinculan de diversos modos con partidos socialdemócratas y gobiernos en los cuales ellos tienen presencia clave.

En el amplísimo espacio de China está ocurriendo el singular fenómeno de que el “socialismo real” cambie progresivamente aspectos fundamentales de su naturaleza sin que se haya producido o tienda a producirse un desplome semejante al de su equivalente en la Unión Soviética. Bajo la dirección de un Partido Comunista se está creando una modalidad de capitalismo de Estado. Cualquiera sean los juicios valorativos sobre el nuevo ordenamiento económico que está en proceso de construcción, es indiscutible que la economía crece sostenidamente, que avanza aceleradamente la generación de tecnología avanzada, que se modifican en sentido positivo las condiciones de vida de la población, que hay una incipiente apertura cultural. Empero, también es cierto que continúa la dominación del partido Comunista; que, si bien se suaviza la histórica ausencia de libertades, no hay pluralidad política; que no existe, con la relativa autonomía que es característica de los regímenes democráticos “occidentales”, la autonomía de los Poderes Públicos; que hay elevados niveles de corrupción en el partido Comunista, en el Estado, en el ámbito del empresariado privado emergente y en las relaciones entre éstos y el aparato político gobernante. Es demasiado pronto para hacer rigurosos estudios predictivos sobre lo que resultará de la evolución futura; pero ya hay hechos nuevos suficientes que permiten afirmar, sin optimismo tonto o insano, que está en marcha un proceso irreversible.

Después del recorrido –al mismo tiempo amplio y breve- en el cual el lector me ha acompañado, le pido que me permita iniciar muy parcamente la consideración del tema principal mediante la formulación de las siguientes preguntas:
¿Es acertado decir –como hacen cada día muchísimos medios de comunicación social, que en nuestro subcontinente y mucho más allá de él- que la izquierda está gobernando en numerosos países de América Latina?
Si, como pienso, esa afirmación –habida cuenta de su elevada imprecisión- no es acertada, ¿qué clarificaciones deben ser hechas?
¿Es positivo para el subcontinente en su conjunto que el poder político sea ejercido por las izquierdas –diversas, e incluso divergentes- que actualmente están dirigiéndose y que en un futuro próximo podrían expandir el ámbito de su presencia?
¿Es de izquierda el régimen chavista?
¿Cómo sería conveniente que la jefatura de ese régimen fuera tratada por las distintas izquierdas democráticas del subcontinente y por las europeas?
A responder esas interrogantes dedicaré los próximos artículos.

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