Opinión Nacional

La liturgia de las armas

Chávez quiere convencer a todo el mundo de que Estados Unidos no es nuestro socio comercial sino nuestro gran enemigo
Esto de ver las imágenes de la avenida Bolívar pintada de verde sorprende un poco.

Impresiona. Esta foto de una señora con cara de abuelita dime tú y buñuelos de yuca, vestida de pronto con un uniforme militar, mientras carga en brazos un fusil, puede dejar perplejo a cualquiera. Por no hablar de los adolescentes, en edad de leer a Horacio Quiroga y de jugar básquet, vestidos igual, con pañuelos rojos, y demasiado dispuestos a jugar a la guerra. Nuestra sociedad se militariza cada vez más rápidamente. Es otro signo de los tiempos: el absurdo que antes nos hacía gracia, hoy empieza a parecernos peligroso, ya es una fatal amenaza.

Desde hace tiempo, he venido insistiendo en que uno de los problemas de Chávez es la falta de épica. Ahí, probablemente, esté una de las causas de su frágil legitimidad. Todavía tienen que convencer a muchos de que esto realmente es una «revolución». Todavía se necesitan demasiadas comillas para afirmar, incluso, que esto sea un gobierno de «izquierda».

Cada vez menos gente cree en ambas cosas. Pero Chávez se comporta como si, hace diez años, hubiera bajado de Sierra Maestra. Chávez habla como si el 13 de abril hubiera sido la invasión de Bahía de Cochinos.

Chávez quiere convencer a todo el mundo de que Estados Unidos no es nuestro socio comercial sino nuestro gran enemigo. Sólo así él puede ser como Fidel.

Yo creo que el 13 de abril es una fecha importante. Creo que, aun en medio de todas las versiones y de las muchas cosas que todavía faltan por aclarar, se frenó un proyecto de golpe de Estado que, amparado en las protestas de un gran sector de la sociedad, quería imponer otro tipo de gobierno autoritario. Hubo una reacción popular y, sobre todo, una decisión interna en la Fuerza Armada, que logró que Chávez regresara al poder. Pero la idea de convertir ese momento en una fecha patria tiene más que ver con la carencia de una leyenda heroica, acorde con los propósitos del poder, que con la historia misma de lo ocurrido aquellos días. Quizás baste recordar que el gran héroe de esa jornada, el general Baduel, se encuentra hoy preso, precisamente por ejercer una opinión distinta, por atreverse a criticar el poder.

El proyecto de Chávez y de la nueva élite que controla el país es quedarse en el gobierno «hasta que el cuerpo aguante». Un plan de este tipo no se resiste con elecciones. No hay democracia que soporte tanta edad. Por eso el llamado socialismo bolivariano es cada vez menos socialismo y menos bolivariano, es cada vez más simple pero renovado militarismo latinoamericano. Lo que vimos esta semana, más que un evento político, fue un acto consagratorio. Fuimos testigos de la nueva liturgia del poder.

La sociedad uniformada jura devoción a un líder que invoca siempre el peligro de su desaparición, que administra la idea de su muerte para afectivizar a la masa, organizarla militarmente, y generar gran devoción personal.

Mientras Caracas es considerada una de las diez ciudades más peligrosas del mundo, el Gobierno pone armas en manos de los ciudadanos para defenderse del imperio, para proteger un cielo que todavía no existe.

Justo esta semana, también, se nos ofrece otro ejemplo que puede resultar emblemático: la llamada guerrilla comunicacional. Es parte del mismo absurdo que ya no mueve sonrisas. Es parte de la misma necesidad urgente de épica. Chávez busca con desespero una invasión, un bloqueo, lo que sea, algo que le permita lo más legítimamente posible dar el salto de aspirante a dictador.

Es delirante que un gobierno que controla casi todo el espacio radioeléctrico del país, un gobierno que incluso ha diseñado una reglamentación que promueve la autocensura y obliga a las empresas privadas a transmitir de manera gratuita los mensajes oficiales, hable de guerrilla. Es absurdo porque se trata justamente de lo contrario. La hegemonía la tiene el Gobierno.

Las guerrillas no están en el poder. Las guerrillas no son financiadas por el Estado. Todo es un disfraz. Esas brigadas de muchachos, en el fondo, sólo son batallones de cazadores, convocados para perseguir experiencias comunicacionales independientes. Lo mismo que hizo Chávez, cuando era joven, en el Ejército. Cazar guerrilleros. No hay nada revolucionario en ese proyecto. Ahí no hay otra épica que el amedrentamiento, que la represión.

A veces, en medio de tanta locura, pareciera que el país está gobernado por un club de niños ricos que viven en una fiesta retro, felices, jugando a la década de los sesenta.

La realidad es más trágica.

Están buscando furiosamente la épica que nunca han tenido. Necesitan inventar una historia que justifique su discurso. Necesitan inventar una realidad que legitime su cuartel.

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