Opinión Nacional

La lógica de la represión

El momento que muchos temíamos está a la puerta de nuestra convulsa historia de estos últimos 15 años. Un gobierno que se enfrenta arrogante, soberbio y, al mismo tiempo, temeroso ante su propio pueblo está recurriendo a una de las herramientas más destructivas para el control de la sociedad: la represión.

No se trata de que al gobierno venezolano no tenga un largo expediente en la materia, pero todo parece indicar que cualitativamente estamos en presencia de un momento político distinto, uno en el cual el régimen se enfrenta a una situación de descontento popular que va mucho más allá de las filas opositoras.

La primera reacción frente a la verborrea del oficialismo para tratar de justificar los ataques contra los estudiantes en Táchira y Mérida es de incredulidad ante tanto cinismo. Esta reacción le cede su paso a una interrogante importante ¿Qué busca el gobierno abriendo la caja de Pandora de la represión? La primera respuesta es que no le queda otro remedio: tiene que reprimir porque no puede corregir el rumbo político y económico como lo está exigiendo una parte cada vez más importante del país. El gobierno no puede enmendar su camino porque ello lo pondría en curso de colisión con algunos de los sectores más extremistas del chavismo.

Tampoco puede permitir que la protesta estudiantil, o de cualquier otro sector, crezca porque se le puede comenzar a descoser el país por los cuatro costados. Una cosa es controlar manifestaciones en un par de ciudades y otra muy distinta es enfrentarse a un alud de protestas que requieran la intervención de la fuerza pública, o de los motorizados y las bandas armadas del chavismo según sea el caso, para controlarlas.

Dejando de lado el horror que pueda producirnos, la represión es un instrumento de control social que opera por la vía del miedo. Una de sus principales características es la brutalidad en la retaliación al individuo porque se trata de atemorizar al colectivo en su conjunto. Es ese fraccionamiento de la identidad colectiva lo que en última instancia busca la violencia ejercida contra los dirigentes del movimiento estudiantil. Entender esto es importante en el contexto de la tarea más importante que tiene en este momento la oposición democrática en Venezuela: cómo convertir la protesta popular en un movimiento articulado de rebelión ciudadana.

Una de las primeras y más importantes consideraciones, y en la cual coinciden todos los principales dirigentes de la oposición, es que las protestas deben ser no violentas. A esto habría que añadir que tienen que ser coordinadas y conducidas con una estrategia bien definida que articule esa protesta con los objetivos del movimiento democrático.

Para que este triángulo virtuoso se alcance es indispensable que se encuentre el centro dorado en el cual converjan las distintas posiciones de la oposición. El llamado a calentar la calle no puede estar desprovisto de estrategia y, al mismo tiempo, cualquier estrategia creíble de la alternativa democrática no puede desconocer el valor de la protesta popular. De hecho, organización y crecimiento desde abajo, como ha planteado Henrique Capriles, pueden perfectamente coexistir con la protesta no violenta.

Uno podría sentirse tentado a pensar que el gobierno intenta controlar la violencia que puede generarse en las demostraciones de calle. La verdad es exactamente la contraria: al gobierno le interesa que la violencia se manifieste siempre y cuando le pueda asignar la responsabilidad por su aparición a la oposición. Ello es así, no solamente porque la represión para supuestamente intentar controlar la violencia le permite al régimen evidenciar su decisión de aplicar «mano dura» para defender la revolución, sino porque la discusión sobre el desastre que la gestión gubernamental ha significado para Venezuela se desvía hacia el tema insoslayable de la violencia.

Para la oposición democrática la violencia incontrolada es el peor de los mundos, porque el control de las armas lo tiene el adversario y porque la posibilidad de un estallido caótico le impide centrar su acción política en morderle el terreno de la voluntad de la gente al chavismo y abre las puertas a aventuras militaristas. El reto de avanzar en el proceso de construir una rebelión ciudadana pacífica es enorme pero estos son los tiempos que le toca vivir al país.

No hay ningún consejo sencillo para dar acerca de cómo enfrentar la represión de un régimen corrupto y atemorizado frente a la posibilidad de perder el control de Venezuela, un país, el de todos, al que sienten como su hacienda grupal. Solamente que será necesaria una combinación de mucho temple y mucha inteligencia para navegar estos oscuros tiempos.

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