Opinión Nacional

La lucha generacional visible en la oposición

El alcalde Antonio Ledezma declaró que el país necesita un liderazgo “que se arreche”. Esa aseveración, no sé por qué, me hace evocar a la típica pataleta del abuelo que, con el bastón, golpea la vajilla porque la sopita de pollo se la sirvieron tibia.

Algunas personas mayores se impacientan, se inquietan y no entienden que las cosas no se hagan como ellos quieren. Pareciera que no están interesados en asumir que el mundo no esperó a que se retiraran para recoger la mesa, y servirla nuevamente con otros invitados. Una ley de la vida que golpea por descortés.

En Venezuela, se libra una batalla generacional que se percibe más del lado opositor, ya que el oficialismo entuba y opaca su día a día. Una generación, según Ortega y Gasset, “es una moda integral de existencia que se fija indeleble sobre el individuo”. En cada momento histórico coexisten tres: los jóvenes, los hombres maduros y los viejos. Cada uno lucha por imponer el sistema de valores y pautas de conducta que los constituyen y, pueden creerlo, los justifican como seres humanos.

El “hoy” opositor lo conforman tres tiempos distintos, pero el guión político del país responde a un momento crucial:  la burda transición de la democracia en proceso  hacia un socialismo enclenque y militarista que habla en código Twitter y desconoce los grandes discursos y valores del siglo XX.  Ante esa nefasta tendencia postmoderna y poderosa, se requieren líderes que puedan oponerse con gemela postura ecléctica, que implica silencios, críticas a eventos concretos, esperas y un manejo de relaciones públicas que luzca bien tanto en CNN como en la BBC. Lo manejan muy bien nuestros políticos maduros: Henrique Capriles, Pablo Pérez, María Corina Machado, Leopoldo López, Gerardo Blyde, Julio Borges, Ramón Guillermo Aveledo o Henry Falcón, adscritos  todos a ese ente de ideas y estrategias que es la Mesa de la Unidad Democrática (MUD).

La MUD coexiste con el actuar impulsivo, y a veces efectivo, de los muy jóvenes  y el verbo retador e incendiario de los ancianos corajudos, que  no pasaría de lo anecdótico si no prendiera en las mentes de políticos maduros (Ledezma, por ejemplo) que hacen de la irreverencia, la queja y el “anti-todo” su único  «y urgente» programa político. También  contagian a los universitarios, seduciéndolos con la falsa premisa que ellos deben ser los candidatos a diputados, alcaldes y gobernadores, como si la experiencia que los ancianos tratan de reivindicar no les fuese necesaria a los retoños de la academia.

«Más viejo es uno, más se agarra a las cosas mezquinas, más acepta, más miedo tiene de perder las poquitas porquerías que consiguió», escribe con veneno Osvaldo Soriano, pero prefiero seguir a  Ortega y Gasset, cuando indica que  “hay quien conserva hasta la senectud un poder de plasticidad inexhausta, una juventud perdurable que le permite renacer y reformarse dos y aun tres veces en la vida”, estos serían los mayores que queremos en las trincheras de la lucha democrática. Ciudadanos capaces de enriquecer, con su dimensión vital, a las generaciones que les siguen;  que hacen de su experiencia una ruta alterna en los mapas del presente, entre otros: Teodoro Petkoff, Armando Scannone, Simón Alberto Consalvi, Rodolfo Izaguirre y Paulina Gamus

@ivanxcaracas

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