Opinión Nacional

La luz que agoniza

Un clásico del cine de suspenso fue la película de George Kukor que lleva el
título de esta nota. Filmada en 1944 tuvo el éxito suficiente para que
Ingrid Bergman ganara un Oscar. Su papel fue el de una joven heredera de
valiosas joyas, casada con un mediocre pianista además de ladrón que quiere
apropiarse de su fortuna. Lleva a la esposa a vivir en una casa donde había
ocurrido un asesinato y procura enloquecerla produciendo aterradores ruidos
nocturnos. Pero lo verdaderamente perturbador para la salud mental de la
víctima, era el desvanecerse de las luces de gas como si algún ser de otro
mundo estuviera soplando cada noche para apagarlas. La similitud con lo que
nos pasa a los venezolanos en este tenebroso inicio de 2010 no podía ser
mayor. No voy a detenerme en la condición de ladrón del protagonista
encarnado por ese galán de carácter que fue Charles Boyer; la misma queda
pálida ante el latrocinio continuo y creciente del gobierno fasci-comunista
que encabeza el teniente coronel en situación de retiro (y ojalá que de
retirada) Hugo Chávez Frías. Pero en lo de volvernos locos a todos si es
verdad que éste de aquí le gana al de ficción por varias morenas.

El nuevo año comenzó imponiéndoles un horario especial a los centros
comerciales, con el objeto de ahorrar energía. La medida surtió el efecto
de un electroshock colectivo. Los planificadores del caos, siempre
pendientes de embromar a los “ricos”, creyeron que al reducir las horas
hábiles de los llamados “malls” avanzaban algunos pasos en la instalación
del marxismo-leninismo a la Chávez: !Todo pa’mi y nada pa’ti! Pero
descubrieron que la mayoría de los usuarios era la gente pobre y de clase
media muy media que constituyen la base electoral del chavismo. Se enteraron
también de la existencia de centros comerciales en parroquias de Caracas
donde esa base electoral estaba indignada. La metida de la palanca de
retroceso fue casi inmediata a la metida de pata. Empezó un enredo en la
distribución de horarios según se trate de tiendas, servicios, sitios de
diversión o restaurantes, que hasta el día de hoy nadie ha podido
desentrañar. Casi enseguida apareció otra medida ahorradora de energía: los
empleados públicos trabajarían sólo de 8 de la mañana a 1 de la tarde.

Cuando estos esforzados integrantes de la abultada burocracia estatal
estaban celebrando su buena fortuna, algún ministro dijo que esas horas
restadas a las labores ordinarias deberían destinarlas a aprender idiomas y
otro limitó la vagancia de los funcionarios a aquellos que no atienden
público. Ha pasado algo más de una semana desde el anuncio y ni funcionarios
ni usuarios saben cuál es por fin el horario laborable en la administración
pública.

En medio de ese despelote nos alcanzó el viernes rojo. Se oyó entonces a
quien dirige los destinos de la nación hacia el despeñadero, transformar lo
que hace un año era el bolívar fuerte en otro raquítico y con su valor
reducido a la mitad. ¡Devaluación no! clamaba el primer vociferante de la
república ¡Ajuste cambiario, que es muy distinto! La gente que no le para a
la semántica del régimen, corrió como loca -es decir, como lo que va siendo-
a comprar electrodomésticos de toda índole. Hasta CNN se ocupó de las filas
interminables de aspirantes a hacerse con neveras, televisores, lavadoras y
demás bienes enchufables, antes de que sus precios se fueran al infinito. La
histeria consumista de aparatos eléctricos estaba en su apogeo cuando se
conoció, de sopetón, el plan de racionamiento del servicio eléctrico a
partir del día 13 de enero. Y esto sí es verdad que ha sido el acabose.

El mapa con el calendario de cortes se publicó con una zonificación
desconocida e indescifrable. Los teléfonos de la que fue durante más de un
siglo la empresa privada más eficiente del país -la Electricidad de Caracas-
y ahora es otra de las ruinosas e incapaces empresas estatales, dejaron de
responder. La improvisación produjo incertidumbre, angustia e indignación en
los venezolanos de todos los lugares del país. Se ignora lo qué pasará con
los hospitales, con los enfermos que reciben oxígeno y otros tratamientos en
sus hogares. Las escuelas y demás casas de estudio también tendrán que
paralizar sus actividades. Para que el panorama de la demencia pueda verse
en toda su dimensión resumamos: los empleados públicos y muchos de los
privados ya no trabajarán hasta la 1pm sino hasta las 12m, es decir cuatro
horas diarias en vez de cinco. Los niños escolares y jóvenes estudiantes
recibirán tres o cuatro horas de clase por día, lo que les augura un
brillante porvenir. Miles de grandes y pequeñas empresas cerrarán varias
horas hábiles cada día o para siempre. A centros comerciales que debían
abrir a las 11 de la mañana les cortan la luz a las 12 m de manera que su
horario de trabajo se inicia realmente a las 4 pm y cesa a las 9 pm.

Y quienes hicieron colas interminables para comprar electrodomésticos ahora
se preguntan para qué si no hay luz. Y corren desesperados a buscar
reguladores de voltaje antes de que se agoten.

Entre los chistes negros que hemos recibido uno dice que Chávez, en su
empeño por ahorrar energía, ordenó apagar de inmediato cualquier luz al
final del túnel. Otro, bastante cruel, dice: “Feliz 2011 porque Chávez se
encargó de volver pupú el 2010”. Y algo que no tiene nada de chiste: según
el gobierno, las carencias eléctricas son consecuencia de la falta de
lluvias por el fenómeno del Niño. Quizá sea la única verdad que han dicho
porque nuestra paulatina involución hasta el Oligoceno es provocada por un
niño resentido que jamás maduró.

Comenzamos este artículo comparando el gobierno de Chávez con el
protagonista de la Luz que Agoniza: un marido empeñado en enloquecer a la
esposa mediante apagones, para apropiarse de sus joyas. La “sabia”
rectificación del caporal de Venezuela, el primer día de racionamiento
eléctrico, es prueba de que quien enloqueció de miedo (electoral) fue el
marido.

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