Opinión Nacional

La más reciente travesura de Vargas Llosa

Para que la literatura nos marque debe transportarnos a otro mundo. Si un autor no logra despegarnos de nuestra rutina, no podrá hacernos vivir su propuesta de otra vida. Así cuando nos vemos inmersos en un libro y robamos cualquier instante a nuestra actividades normales para sumergirnos en su lectura, el escritor ha logrado el milagro de darnos una vida paralela.

No otra cosa pasa con “Travesuras de la niña mala”, la última novela de Mario Vargas Llosa, ese “analfabeta”, según lo bautizara el ahora auto-erigido exorcista y animador rochelero de cuánta cumbre haya. A ese oximoron que ha logrado Chávez al escoger a un miembro de la Real Academia de la Lengua como candidato a la campaña de alfabetización Misión Robinson (cuyo lema “Yo, sí puedo” es muestra de su nivel, porque nadie ha explicado que hace esa coma ahí), no hay mucho que agregar.

Si cuando hablamos de Vargas Llosa como escritor no podemos dejar de lado su ya larga producción de ensayista político, presente en libros y artículos de prensa, remarcamos que en ésta, su última novela, la historia y la política del Perú sólo sirven de desvaído telón de fondo a la vida del protagonista Ricardo Somocurcio. No hay allí ninguna intención de catequizar ni de demonizar ninguna ideología ni posición políticas, como alguien descaminadamente ha dicho.

Quien cuenta la historia de la camaleónica niña mala lo hace desde una mirada amorosa pero también distante. Va desgranando las aventuras de esa mujer con el asombro de quien tiene una vida más o menos acomodada y se ve arrastrado a compartir en el azar con el objeto de su pasión. Vargas Llosa, con su proverbial maestría, describe los personajes, sus estados de ánimo, sus acciones y los escenarios donde ocurren con la verosimilitud necesaria que nos hace creer en la historia.

Varios personajes satélites van armando la trama que nos subyuga y nos empuja a preguntarnos qué pasará. Hay, por ejemplo, un Juan Barreto que quería triunfar como pintor en Londres y termina amasando una pequeña fortuna gracias al pincel, pero retratando caballos pura sangre. Este homónimo del alcalde mayor caraqueño no amenaza con expropiar campos de golf, todo lo contrario: se convierte en consentido de la alta burguesía inglesa. El Juan Barreto de la novela no escandaliza para aplazar su defenestración pero sí tiene un triste final.

¿Por qué, a veces o con frecuencia, nos enamoramos de quien no nos conviene? ¿Por qué siempre vivimos aquello de que el corazón tiene razones que la razón no conoce? Hay quien logra planificar su vida y hasta quizás dar un braguetazo o amarrar un buen partido y después tratar de enamorarse de quien le conviene económica y hasta psicológicamente. Pero casi siempre no es así. Por lo general, la pasión salta por donde menos se le espera y hace que los hombres y las mujeres hagan cosas en las cuales no se reconocen.

Esas preguntas nos acechan mientras obtenemos noticias de la niña mala. Su descripción nos hace pensar que si la viéramos en cualquier calle a lo mejor no voltearíamos a mirarla, pero para Somocurcio lo es todo, le hace cometer locuras impensables en un traductor a destajo que logró uno de sus sueños: vivir en París.

La novela nos lleva de la mano por la ciudad luz pero también por Lima, Londres, Tokyo, Madrid. Somocurcio-Vargas Llosa muestra su cultura sin apabullarnos y logra que el lector desee saber más y soñar con visitar los sitios que su profesión lo ha llevado a conocer.

A sus grandes novelas de tema político como “La Fiesta del Chivo”, “Conversación en la Catedral”, “La guerra del fin del mundo”, “Historia de Mayta”, “Lituma en los Andes”, “El Hablador” y “La Casa Verde”, Vargas Llosa ha sumado novelas de ambiente erótico como “Elogio de la Madrastra” y “Los cuadernos de don Rigoberto” y la inclasificable “Pantaleón y las visitadoras” que en clave humorística denuncia la estupidez militar como ya también lo había hecho en su primigenia “La ciudad y los perros”. Con “Travesuras de la niña mala”, sin obviar referencias eróticas, se acerca al misterio del amor y reflexiona sobre éste con ese estilo oblicuo, sin caer en la pontificación o el discurso académico, tan característico de su cuidada prosa de ficción.

Qué lástima que en Venezuela no tengamos a un “analfabeto” como don Mario (bueno, también se lo perdió el Perú como presidente, al preferir al prófugo Fujimori, a quien me parece haber visto en la novela) para que describiera nuestra decadencia política con mayor pasión.

Por los momentos, nos queda seguir disfrutando de su inteligencia e imaginación y ojalá que sea por muchos años.

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