Opinión Nacional

La muerte de las formas, o las formas del morir

Las horas se empecinan, a pesar del optimismo más militante, en traernos duelo y pesimismo. El atentado reciente en Madrid nos recuerda la infinita maldad que puede encerrar la inconciencia humana infectada del virus del extremismo político y de la violencia como único lenguaje posible. El minuto que se escurre entre estas palabras, cobija la paradoja actual, aquí y ahora, de conjugar el avance espectacular de la ciencia que alarga y protege la vida, y de la tecnología que asquerosamente exhibe su macabra perfección para sembrar la muerte y el terror.

La solidaridad tácita, inmanente del venezolano hacia el pueblo madrileño y español, se hace presente en el alma que se desliza en una lágrima al ver las imágenes de la infamia, así como también el silencio que secuestra las palabras, sin importar el idioma, el credo o la geografía, en nuestro país y en todo el mundo.

En el nebuloso espacio de nuestras ocupaciones y preocupaciones, la muerte asume también diversas tonalidades, evidentes y novedosas manifestaciones apenas percibidas por quienes intentan sobrevivir a la desgastada puesta en escena la obra pseudorevolucionaria.

La trayectoria y relativa eficiencia burocrática de 40 años de procesos comiciales, salpicados, sí, por frecuentes rebatiñas guanabanescas, y el “Know How” que permitió asesorar elecciones en Centroamérica, se derrumba ante el arroz con mango de números, y sumas que siempre restan de firmas, planillas y voluntades que no existen ante la mirada enceguecida (o tapada quizá por una boina) de Carrasqueño y aláteres.

La intención, otrora oculta o más o menos disimulada en algunos funcionarios públicos, representantes del Estado, es ahora descarada etiqueta exhibida en la frente, sin ambages. Te acuso y recuso, tu me acusas y requeteacusas, yo te vuelvo a recusar. La ley es acaso una entelequia, o una ilusión cada vez más hueca y con sabor más a recuerdo que a realidad.

Se suele abundar, en estricto lenguaje jurídico y encorbatado, sobre la importancia de las formas en la búsqueda de la justicia, verdadero fondo de la convivencia civilizada y posible. La forma garantiza no tanto la estética sino la ética del sistema judicial. Forma es procedimiento, es requisito, es constancia, es lapso y día hábil, prueba de una actuación, basamento de una acción y sobre todo, acato, respeto y sometimiento a la norma.

Lamentablemente, sospecho que asistimos a la muerte, lenta, sigilosa pero efectiva, de las formas. Abrumados por este clima de necrología política, observamos que para el delirio chavista, para el diccionario de la (ir)real academia de la lengua robolucionaria, revocatorio no es término cercano a lo democrático, sino más bien sinónimo de fantasía opositora y táctica dilatoria; reparo, no es un mecanismo administrativo y legal para corregir formalmente las dudas grafológicas de una voluntad electoral, no, es una manera respetuosa de darte más tiempo para elucubrar una nueva excusa u obstáculo, o para decirte que finalmente, no me cuento, y ya.

Los datos “definitivos” de las firmas aceptadas, validadas, invalidadas, pisoteadas, en observación, desechadas, arrugadas, burladas o hechas papel tuale de algún rector desesperado, dados por el CNE a la oposición hablan por sí solos: la transparencia devino “tramparencia”, y la inconsistencia, la única palabra en el verbo oficial y el cemento del bloque oficialista instalado en el CNE.

El festín de argucias y bloqueos institucionales, jurídicos, declarados y descarados que desde el gobierno, y las otrora ramas más o menos independientes del Poder Público, trastocadas hoy en sedes del Comando Ayacucho, se lanzan a la convocatoria del referéndum revocatorio o al simple respeto de la voluntad ciudadana, y se manifiesta en un “alicate” que aprieta cada hora más las tuercas en toda la estructura de la Administración Pública, exigiendo lealtad absoluta al chavismo, convertido religión liberadora del nuevo milenio.

No esperemos, por ello, un ataque de conciencia democrática o un irrefrenable acceso de clarividencia ciudadana en quienes detentan el poder. Al mismo tiempo, son visibles las señales preocupantes de vacilación e ingenuidad en sectores de la oposición que avanzan a los reparos, como el estudiantes que, conciente de haber sido aplazado injustamente, va a reparaciones y, al entrar al salón para la prueba, percibe la risa sarcástica y el “cero” irónico en la mirada de un profesor que igual lo va a aplazar. Quedarán acaso, instancias superiores (¿o celestiales?), y la prueba de haber agotado las alternativas democráticas. Cada declaración, cada decisión (o indecisión), cada perdigonazo, peinillaza, la represión y la irracionalidad de los argumentos oficiales, esbozan nítidamente la muerte de las formas, el entierro de la legalidad y el agrietamiento de la institucionalidad. La esperanza es lo último que se pierde, dice el colectivo democrático, pero al pasillo que lleva al revocatorio el chavismo agrega nuevas paredes que lo convierten en laberinto.

Hoy sabemos que se puede morir de mil maneras. Por una bomba terrorista. Por la delincuencia desenfrenada. Por el desamor. Por el hambre. Por enfermedad. Por la vejez. O también, por quien juega con la voluntad y la paciencia de un pueblo.

Marco Aurelio García, asesor internacional del Presidente Lula, y emisario brasileño enviado para mediar meses atrás entre gobierno y oposición, afirmaba recientemente que “si las palabras matasen, ya habría un millón de muertos en Venezuela”. (Diario El Nacional, 12-03-2004).

Para la paz y la democracia, en la muerte de las formas también encontramos, quizá, una forma del morir.

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