Opinión Nacional

La oposición y el desprecio de la inteligencia

En los últimos días se ha puesto en evidencia lucha política que pronto saldrá a flote y seguramente será una noticia que dará que hablar. En el seno de la oposición, ésa misma que aseguró antes del referendo revocatorio presidencial del 15 de agosto del año pasado que estaba unida, dos organizaciones políticas están haciendo esfuerzos por posicionarse y venderse como el partido que verdaderamente representa los intereses y articula las demandas de aquellos que se oponen al gobierno del presidente Hugo Chávez Frías.

De un lado está Acción Democrática. Sin duda, este partido ha sido referencia histórica de lucha; además, es uno de los pocos que, en su momento, contó con una base programática clara, sobre la que se construyó el sistema democrático que imperó en el país a partir de 1959.

Sin embargo, es bueno preguntar: ¿Está ciertamente AD en la capacidad de representar a la oposición? Por mucho tiempo esta partido fue referencia popular; fue el que acaparó preferencias en barrios y urbanizaciones. Pero la realidad de hoy es distinta a la de antaño. Con toda la razón, AD es responsable de la decadencia del sistema democrática venezolano. La incapacidad de su dirigencia en ver que el país necesitaba un cambio de rumbo y su resistencia a salir del poder, debido a la excesiva dependencia que ésta tenía de los recursos del Estado no les permitió ver la necesidad de que el país y esa organización se reinventaran.

Esto se ha traducido en una merma en su credibilidad, situación que aumenta en la medida en que se aprecia que en su actual directiva, hay muchos cuadros que nacieron y crecieron al amparo de esos años, que vivieron dentro de lo que muchos historiadores han llamado lla corporación Acción en Democrática; muchos de ellos responsables de esos errores de los que hoy con justa razón también rechazan muchos venezolanos.

Por otro lado, AD tiene un programa, pero no se sabe si se ajusta a los nuevos tiempos. Requiere de cambios, de avances, que hasta el momento, que se sepa, no se han producido. Además, no basta tener programas, hay que venderlo, y eso se hace en los barrios y urbanizaciones, en las calles, captando gente, viendo sus problemas y sus necesidades. No basta con autodefinirse como opción popular, hay que serlo. Para ello, hay que entender realmente qué es lo que pasa y sentar las bases de un nuevo proyecto.

No se puede seguir pensando en salir de alguien para recuperar lo perdido. Si no se cambia de idea, si no hay ideología ni claridad de pensamiento, en vez de sumar, se seguirá restando.

En la acera de enfrente está Primero Justicia. Organización pequeña, que no termina de avanzar, que abre casas –digamos, las seccionales de su ahora competidor por el liderazgo opositor-, pero que su mensaje no llega, se queda allí, inerte. Y es que más allá del envío de notas de prensa, de entrevistas, de elaborar cintas de video para garantizar la exposición mediática de sus acciones; es realmente comenzar a vender algo, y ese algo es un proyecto.

Las bases programáticas de esa organización se desconocen. Sus líderes hablan de la necesidad de alcanzar la justicia social -concepto de los años cuarenta, cincuenta y sesenta, muy manejado por COPEI- pero no dan caminos, vías: no hay soluciones, no parecieran tener de país. Muchos dicen que el problema de este partido data en su juventud. Que los realmente doctos en la materia perdonen a este cronista, pero ya en 1931, los líderes de lo que sería la AD verdadera, la que con sus errores llevó al golpe de Estado que derribó a Rómulo Gallegos en 1948, eran más jóvenes, y ya contaban con unas incipientes bases programáticas.

Y ese plan que se les exige, es el resultado de la consulta, del estudio popular, del subir cerro y vende, porque es allí, donde está el hambre, la delincuencia, los grupos del nuevo socialismo haciendo su trabajo doctrinado, es adonde se ir a vender lo que se tiene. Un partido debe tener una imagen, pero ella se forma con el trabajo comunitario, con la discusión diaria, con la prédica constante en los lugares.

Ambas organizaciones deben entender que Venezuela no transita por un proceso normal; que éste no es un gobierno más. Por el contrario, es un gobierno un tanto especial. La calle para adoctrinar, para captar, es básica, pero también la unidad de principios y de acción. Ambas organizaciones se apresuraron a salir de la Coordinadora Democrática porque era el momento, según ellos, de liderar la oposición, porque ellos y sus organizaciones, sí sabían lo que había que hacer, cómo y dónde había que hacerlo.

Dejaron de lado muchos vicios, pero dejaron de lado la sabiduría de personas como Pompeyo Márquez, quien vivió la dura lucha contra el gobierno de Marcos Pérez Jiménez en la oscuridad y con los peligros propios de la clandestinidad. Pensaron que era su momento, el momento del protagonismo, sin pensar en que el país opositor requiere de otra, cosa: organización, ideología, formación, proyecto de país y líderes con credibilidad, que respondan ante los retos, cosa que no se vio el 15 de agosto de 2004, cuando no los abanderados y aspirantes a líderes de la oposición, no defendieron sus ideas.

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