Opinión Nacional

La oscuridad educacional amenaza a Venezuela

La semana pasada asistimos a varios actos con motivo de la graduación de Bachiller de nuestro primer nieto. No sabemos si a todos los abuelos les sucede lo mismo durante estos actos. Pero allí está el especial acontecimiento: el sitio, el momento y el hecho, que, sencillamente, hacen posible lo impensable: inevitablemente, la presencia de un cocktail en el que se mezclan orgullo, alegrías y toques de tristeza.

Alegría, porque, obviamente, se trata de un triunfo de los nietos; la culminación de una etapa importante en la vida de todo adolescente: graduarse de Bachiller de la República; construir una etapa especial de su vida, ya que en ella adquirieron casi todos sus principios y valores morales que luego pasarán a enriquecer la fundamentación básica de las exigentes bases de la convivencia. Nos referimos al respeto, la responsabilidad, la honestidad y -¿por qué no?- la humildad.

En fin, se trata del conjunto de los recursos personales e individuales que luego habrán de regir la convivencia civilizada y la vida ciudadana, con innegable predominio de las influencias y enseñanzas familiares, como de la formación, inducción de conocimientos, normas y disciplina que a acometieron los educadores en los centros de enseñanza, durante los diversos períodos. Desde luego, en los primeros años de educación primaria, como en los 5 años de bachillerato.

Mientras que en el caso de los de «tristeza” -¿dulce?- por esa indescriptible emoción que es capaz de invadir a todo humano en un acto de esta naturaleza, y en el que las familias, sencillamente, en sólo fracciones de segundos, son capaces de hacer un veloz recorrido de lo que tiernas e ingenuas criaturas, repentinamente, hacen posible el cambio de la ternura y la ingenuidad, de las “locuras o inocencias”, por la de sueños y propósitos de potenciales logros profesionales”.

De repente, se escucha decir, en un dejo de sorpresa e inquietud, la alta voz que no pasa de murmullo, pero que lo describe igual, a su manera: “¿Quién diría lo que estamos viendo: se trata de aquellas criaturitas tiernas e ingenuas, que, al sólo ver una sonrisa inocente en sus caritas, nos invadía una gran alegría, sobre todo, al recordar sus locuras e inocencias. Es nuestro derecho como abuelos a que, nuevamente, hoy nos hagan brotar lágrimas de amor y de un especial sentimiento de felicidad y de satisfacción”.

Pero lo cierto es que ya nunca más el nieto o la nieta será igual. Ya crecieron y les cambió el rostro de dulce expresión de inocencia, para, por primera vez, dar su primer paso en el terreno de los adultos. Se sienten con derecho a discutir, como a alegar puntos de vista distintos, creyendo saberlo todo, sin importar que a veces nos hacen tragar grueso al pretender imponer sus argumentos.

Ahora les llegó el momento de seleccionar su carrera; de la escogencia del camino para procurar el destino y futuro, con el que, como adultos, se forjarán la sabiduría y conocimientos con los que sabrán asumir responsabilidad ante la vida, como en confrontar riesgos y compromisos. Y, por supuesto, acerca de cómo es que hay que moverse por las peligrosas y exigentes calles de la vida, sin depender obligatoriamente del habitual control familiar. Si bien, y hay que admitirlo sin rubor alguno, “padres y abuelos siempre les tenderemos nuestras manos amigas, ya un poquito arrugadas. Pero siempre estarán extendidas con amor y cariño”.

Sin embargo, después de la alegría y de la «tristeza dulce», convertidas en compañeras de ocasión, prevalece la inquietud paternal y maternal por otro hecho. Tiene que ver, obviamente, con una realidad que copa la atención y el interés particular en el seno de cada grupo familiar. Con nuestros muchachos; con los que se quedan en Venezuela por convicción ciudadana, por apego a sus familiares y los amigos, o porque no podrán continuar con sus estudios por tener que trabajar para contribuir a mejorar el mermado presupuesto familiar . También está el caso de otros que no se van por no contar con los onerosos recursos económicos necesarios para estudiar en el exterior.

En un país colmado de problemas, penurias, carencias, como de peligros hasta de vida, donde estamos conscientes del gran deterioro que se registra en todas las instituciones docentes del país, del éxodo de profesores al exterior y de la carencia de recursos presupuestarios de colegios y universidades, la inquietud por todos ellos y su futuro, es componente inevitable de una magna preocupación. Porque conforma un conjunto de preocupaciones que padres y abuelos tienen que asumir con una gran preocupación.

Algún día, el Libertador Simón Bolívar, premonitoriamente, pronunció la famosa frase referente a que «Moral y luces son nuestras primeras necesidades». Hoy se percibe como una gran verdad. Porque Venezuela sufre por el deterioro de su sistema educativo. Un pueblo educado es muy difícil de engañar o sobornar con dádivas o limosnas, con pan y circo. Un pueblo educado, razona, medita, piensa, decide. Pero, además, no se deja manipular.

Los crímenes de «lesa humanidad» no sólo son aquellos que producen daño físico o privación de libertad. Un Gobierno que permita o propicie la destrucción de la capacidad educativa de su país, limite los recursos de las Universidades, llevándolas a punto de cierre por carencia de tales elementos de trabajo, sin duda alguna, incurre en un delito reprobable, cuestionable y sancionable.

Aquí, en Venezuela, lo se ha hecho en contra de la educación, ha sido un acto criminal. Por la manera como se ha acometido intencionalmente, con fines ideológicos y la pretendida implementación de un régimen educacional comunal, También para propiciar el reemplazo forzoso de los educadores que, por años, tuvieron a su cargo la formación del contingente sustitutivo.

Adicionalmente, entonces, si se llegara a implementar una justa sanción apegada a la norma por el hecho avieso contra la sociedad venezolana, de igual manera, debería abarcar a aquellas autoridades que ignoran la obligación de dotar de recursos a las instalaciones educacionales y en donde los alumnos no pueden asistir a clases por el deterioro y limitaciones de los centros de aprendizaje. Y también porque, al no existir centros públicos adecuados, luego los estudiantes acuden a la opción privada, y deben desistir de tal posibilidad, al no poder cancelar matrículas en colegios particulares.

¿ Cuánto pesa realmente el volumen de la diáspora estudiantil en al proceso educativo venezolano actualmente?. ¿De qué manera lo está asumiendo y evaluando el Estado Igualmente? Ese mismo Estado, ¿qué tiene previsto hacer para impedir que la muchachada que hoy está emigrando de la educación media, se sienta ante la necesidad de migrar

Por ahora, las reflexiones y opiniones de las autoridades, más que pobres, han lucido irrelevantes. Y si la oscuridad del proceso educativo no deja de expandirse, la irrelevancia reflexiva de quienes tienen a su cargo la obligación constitucional de impedir nuevos fracasos sectoriales, puede pasar a convertirse un gran impedimento evolutivo para el país.

Puede o no ser aceptado en las instancias gubernamentales un razonamiento familiar que insista en llamar la atención acerca de los riesgos permanentes a los que se enfrentan los nuevos bachilleres del país, cuando se posan ante la dolorosa realidad que exhiben las universidades públicas y privadas del país, y las perciben impedidas de poder cumplir con su rol social. Sin embargo, peor es guardar silencio familiar, asumir una actitud de indiferencia y no hacerlo saber; actuar sin valor cuando de lo que se trata es de hacerle frente a ese serio peligro en el que se ha convertido la oscuridad educativa que amenaza a Venezuela segundo a segundo.

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