Opinión Nacional

La otra visita

La tranquilidad reinaba en la oscuridad de la noche, en aquella pequeña finca ubicada en algún lugar del Valle del Turbio. Sólo los grillos amenizaban con su concierto a capella, el discurrir de los segundos en aquellas tierras, sembradas de caña de azúcar y del trabajo de muchas familias que, generación tras generación, se habían dedicado a trabajarla, a pesar de todos los obstáculos y problemas recientes. Y no eran poco esos problemas, ni pequeños los obstáculos que habían padecido los productores, agricultores y propietarios en aquellos campos, víctimas o de invasiones, robos, secuestros, de inseguridad, expropiaciones arbitrarias, plagas nefastas a los cultivos, o de “visitas” que todos esperaban, pero nadie quería recibir.

Don Romualdo dormía plácidamente, junto a su esposa, soñando quizá con la vitalidad y aventuras de sus años mozos, mientras su cuerpo de 74 años recibía la fría brisa que la diminuta ventana de su cuarto dejaba colar. Había dedicado toda su vida a su finca, herencia familiar por más de dos siglos, que era pequeña en extensión pero grande en trabajo, esfuerzo y realizaciones.

De repente, un zumbido eléctrico rompió el silencio de la penumbra. Los perros empezaron a ladrar, y un viento fuerte estremeció por momentos los cañaverales y todos los árboles de la finca, cuyas hojas luchaban por aferrarse a las ramas agitadas.

Juan, el hijo de Don Romualdo se despertó rápidamente, caminó hacia el armario de su cuarto, tomó su rifle y su linterna, y sigiloso decidió echar un vistazo por la finca, para descubrir el origen de aquel extraño sonido, aquella noche sin luna.

Caminó lentamente por los sembradíos, apuntando con su linterna todos los rincones, y aguantando el frío que la neblina solía siempre regalarles, a las 3 de la madrugada. El zumbido volvió a escucharse con más fuerza, y Juan, en total alerta, miraba a todos lados tratando de encontrar la causa y el sitio desde donde se originaba aquel extraño ruido.

A pesar de la gélida brisa, Juan empezó a sudar, y armado de valor, continuaba su búsqueda. Aunque no podía explicarlo, sentía que no estaba solo. Agarró su rifle, y apuntó alrededor, como esperando que una presencia lo sorprendiera.

Súbitamente, una luz empezó a asomarse detrás de una loma, a un kilómetro de distancia de Juan, y el zumbido se hizo casi ensordecedor, al tiempo que una fuerte brisa inclinaba plantas, matas, hojas y monte. Atónito y paralizado, Juan observó como un inmenso artefacto aplanado, de forma ovalada con muchas luces, ascendía sobre los cultivos, alumbrando todo a su alrededor. Pequeñas luces de todos colores prendían y apagaban en toda una línea que cubría la superficie de aquel inmenso platillo volador, que por unos minutos, flotó sobre la finca.

El esbelto muchacho sin camisa empezó a correr despavorido hacia la casa, atravesando todos los cañaverales, a una velocidad que ni el mismísimo Carl Lewis en sus mejores tiempos hubiera alcanzado, para avisarle a su padre la novedad. No supo cómo llegó al porche, saltó de un solo brinco las escaleras que daban a la sala, tumbó una mata del pasillo, llegó al cuarto de Don Rumaldo, y abrió la puerta de un manotazo.

El anciano estaba ya sentado al borde de la cama, con su bastón en mano, y pantunflas puestas, esperando la noticia que su hijo le traía.

–Papá…papá…hay una nave espacial allá atrás…un…un…platillo volador…grandísimo…está allá afuera…¡Dios santo!…ven a verlo papá…asómate pa´ que lo veas…
Juan ayudó a su anciano padre a levantarse, y lo llevó al ventanal de la sala para que viera aquel objeto volador, ya identificado. Cuando llegaron a la ventana, ya el platillo volador, parecido al plato de peltre en cual Don Rumaldo solía tomarse su avena matutina, estaba más elevado, y el anciano apenas pudo ver cómo se alejaba, dejando tras de si una brillante estela luminosa en el cielo del Valle. Una sonrisa se dibujó en el rostro del viejito agricultor. Juan aún sorprendido y sudado, se quedó mirándolo, confundido por la reacción de su progenitor.

–¿Y entonces viejo? ¿No vas a decir nada? ¿Por qué estás tan tranquilo? ¿No te asustaron los extraterrestres?

Don Rumualdo lo miro a los ojos, y con una inmensa calma y tranquilidad, le agarró el hombro y le dijo:
–Quédese tranquilo mijo. Eso no es nada. Ni es primera vez que pasa. Son inofensivos. Yo pensé más bien…que era otra “visita”…que venían a hacerle a la finca.

Juan entendió aquella noche, por qué su finca no había sido “visitada” por presencias oficiales, quizá protegida por fuerzas que no podía explicar, y que nadie iba a creer. Juan entendió, que hay seres de otros mundos que pueden ser inofensivos, y que hay seres de este mundo, euforias rojas, obcecaciones populistas, defensores de causas perdidas, pero con el poder de las armas y las leyes, que podían ser más nefastas y destructoras que cualquier fuerza desconocida.

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