Opinión Nacional

La Pasión de Cristo que nos estremece

Introito

“En el primer domingo, después de arribar a Chile, la patria nativa
y haber visto “La Pasión de Cristo”,en un almuerzo de bienvenida ofrecido
por el siempre fraterno amigo Luis,c on quien transitamos juntos por cárceles y
campos de detenidos en épocas de tinieblas,surge el comentario del film.
Por ahí, mi hijo Iván señala: ¡Qué atroces los sufrimientos, padecidos por
Jesucristo en las doce horas últimas de su existencia terrena!.
A esto, replica de inmediato el tío Luis: Quizás, los mismos o más que afectaron
a los desaparecidos, torturados,encarcelados y exiliados por Pinochet y sus
esbirros”

En los días de Cuaresma, y ya transitando por la Semana Santa más que los actos litúrgicos, ayunos y abstinencias de los cristianos en general, un film producido y dirigido por Mel Gibson nos impacta profundamente a millones de espectadores, creyentes o no creyentes, por cuanto nos evidencia con un realismo tormentoso las últimas doce horas de la existencia de Jesucristo, documentadas fundamentalmente en los cuatro evangelios, a lo cual se agregan adaptaciones de los realizadores. Nunca una cinta de similar tema había penetrado tan íntimamente en las conciencias y en los corazones de tantos seres humanos, habitantes de un mundo postmoderno a ultranza, donde el espíritu ha sido socavado por el bien material, por los placeres y los disfrutes que proporciona la materia, acentuada por la tecnología, cuyas redes nos aprisionan cada día más.

A pesar de que los críticos de cine, por lo menos en Chile, no le han otorgado las estrellas correspondientes a la calificación máxima y sólo la han evaluado con tres, como Buena, no habiendo llegado a cuatro y cinco que corresponden al nivel de Muy Buena y Excelente; tal vez, privilegiando más la forma que la significación, donde se resalta la actuación de los personajes, la iluminación, la música de fondo, la estructura y otros efectos especiales; nosotros, en esta oportunidad nos referiremos al contenido, al significado que entraña, el cual hemos recepcionado más contundentemente, como ha ocurrido – creemos- con millares de espectadores.

El primer motivo de reflexión, indudablemente, como ha sido siempre, es la condición socio-económica de Jesús. Es hijo de un modesto carpintero y de María, una mujer aldeana. Aunque el actor que lo representa, Jim Caviezel –quien ha declarado:”No podía interpretar a Jesús en la cruz sin sufrir realmente. Tuve que experimentar la sensación de estar muriendo en la cruz”- es el prototipo del blanco occidental, en tanto Jesús en la realidad, pudo haber sido de una piel no tan blanca y muy alejado del cabello castaño o rubio y de los ojos azules o verdes, como un latino europeo o un anglosajón. Había nacido en Belén y ahí no predomina precisamente la raza blanca. De lo que sí estamos ciertos, que durante toda la existencia, que se truncó trágicamente a los 33 años, fue un hombre pobre, quien a través de su discurso inflamó la mentes y los sentimientos de un pueblo desposeído, carente de bienes materiales y espirituales, que practicaban cotidianamente oficios menores. Con tres de ellos: Pedro, Juan y Santiago, que lo acompañan, se inicia la proyección cinematográfica . Es en el justo momento en que Jesús reflexiona, apartado de sus apóstoles, en torno al sacrificio que se le avecina y que le permitirá acceder a esa instancia trascendental, en la que transitará desde la condición de hombre a la de naturaleza divina. Para él, todo se encuentra concluido. Ya percibe la traición de Judas y el intento de Satanás , representado por una figura asexuada , que tratará de impedir tal transición, adquiriendo la forma de una sierpe asesina.

Consumada la entrega a los guardianes del templo judío por Judas, empieza a padecer un vía crucis angustiante. La violencia fundamentalista de sus pares raciales es desmesurada. Las burlas, las mofas, las irreverencias que hacen de él son denostables, las cuales se van a intensificar en el propio templo ante el irracional Caifás, Supremo Sacerdote, quien no ve en Jesús a un galileo, o a un miembro de la comunidad judía, sino que a un criminal y loco, que difunde un falso mensaje de redención.

Mientras tanto, Jesús se mantiene inalterable en su posición, a pesar de las flagelaciones. Una y otra vez, reitera que es el Mesías y el Dios que está esperando la humanidad. Los judíos deciden entregárselo a Pilatos, el representante del Emperador en esa provincia tan alejada de Roma. Pilatos, en dos instancias, no constata motivos relevantes para condenar a muerte a Jesús. Se lo traspasa a Herodes, el rey con aspecto de gay decadente, más cerca del paganismo que de las creencias espirituales, quien sin más, se lo devuelve a Pilatos. Finalmente, la autoridad del Imperio Romano “se lava las manos” y lo pone, nuevamente, a la disposición de los judíos para que procedan a poner en práctica la tortura sangrienta que demandan y la posterior crucifixión.

En una travesía dolorosa hacia el calvario, Jesús continúa siendo escarnecido con una corona de espinas, una pesada cruz y laceraciones constantes. Encabezan el cortejo Caifás, sus ministros y seguidores. Igualmente, escoltan al Redentor los temerosos cristianos, como siempre, menesterosos, quienes van asimismo padeciendo las atrocidades que le inflingen al Maestro, sin poder hacer nada para salvarlo. Un judío marginal, Simón de Cirene, es impelido por la guardia romana para que ayude a Jesús a sostener la cruz, porque a esas alturas con una laceración constante, apenas puede caminar por sí solo. De improviso, surge la voz de un acompañante, afirmando que Jesús es un santo, lo cual entusiasma a Simón y accede a cumplir con la tarea requerida. Posteriormente, se vuelven a caer ambos, con lo que se recrudecen los azotes.. De esta suerte, se alzan otras voces, que claman, a fin de que: “Paren eso”. Las endemoniadas huestes de romanos y judíos hacen caso omiso de tal clamor hasta arribar a la cumbre del Calvario. Ahí, se acentúa el martirio. Lo clavan de manos y pies en la cruz. Lo alzan y lo sitúan entre dos ladrones, que lo acompañan. En esos amargos momentos, Jesús se siente solo, abandonado de todos, incluso del Padre, pero no ceja en soportar el sacrificio, porque está a punto de lograr la trascendencia divina, la cual adviene cuando fenece ante la satisfacción enajenada de judíos y romanos, junto al dolor y angustia de su madre, de María Magdalena, apóstoles y pueblo en general. De inmediato, se produce la respuesta del Padre, que se manifiesta en la presencia de tinieblas, la asolación provocada por un terremoto y el agua con sangre que despide el cadáver de Cristo, cuando es atravesado por una lanza. Mientras tanto, el personaje asexuado que se identifica con Satanás se flagela a sí mismo de rabia e impotencia al comprobar que Jesús no cayó en sus redes en la etapa de Hombre y ha advenido para el bien del mundo en el Mesías que el mismo pregonaba.

Las reflexiones finales, que surgen de tal proyección cinematográfica, se extienden a quienes siempre han ostentado la fuerza y han promovido la violencia. Nos referimos a los grupos armados de la sociedad, que a través de los siglos han desviado el cometido, maltratando a veces a sus propios pueblos y a otros ajenos, en guerras y devastaciones, en la mayoría de las ocasiones, sin sentido. Esos guardianes del templo judío y los soldados romanos, representan primeramente a líderes fanáticos y obtusos, que no atienden a la razón. Y los segundos obedecen órdenes de los detentadores del poder, de los gobernantes de imperios, los cuales se han reproducido en las distintas épocas de la humanidad hasta el presente. Han sido las fuerzas promotoras de la violencia, que han venido atentando, generalmente, en contra del desposeído, sumido siempre en una profunda orfandad y que constituyen personas humanas, creadas a imagen y semejanza de Dios, quienes en gran proporción han revivido y reviven la laceración de Jesús, en torturas, desapariciones, encarcelamientos, exilios, guerras e invasiones. Es esta una historia iterativa, y para ello, el ser humano debe estar preparado, porque Jesús en época pretérita señaló que los cristianos serían perseguidos, permanentemente en la posteridad, al igual que él en su paso por la tierra.

Mientras el personaje asexuado, que se identifica con Satanás, prosiga en el fomento del mal humano universal, ya sea utilizando sierpes o mostrándose como bebé-viejo y dientes de oro, o quizás adoptando la forma de ave carnicera que se alimenta de ojos humanos, con graznidos infernales, la violencia no cesará y las personas humanas continuarán siendo arrastradas por la traición de Judas, por la negación de Pedro ante la gratificación, el soborno, la compra de la dignidad por esos individuos que ejercen el poder, minimizando al ente humano en su exacta dimensión, así como le ocurrió a Jesucristo en esa etapa en que luchó para no ceder ante el Mal y llegar a la crucifixión para convertirse en divinidad, a fin de derramar el Bien, a través de los siglos y contener al personaje asexuado, que nos asalta a cada instante en un contexto de mayor degradación y portador de antivalores, que cada día se acrecientan en este mundo terrenal donde sobrevivimos.

*Escritor chileno, radicado en Venezuela, en tránsito por la patria nativa.

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