Opinión Nacional

La patria puesta entre la Independencia y la libertad

En diversas ocasiones he intentado llamar la atención sobre una de las más perversas adulteraciones de la conciencia histórica de los venezolanos. Una que ha encubierto la más exitosa y lesiva maniobra contra el establecimiento de un régimen sociopolítico basado en la vigencia del Poder civil, fundado en el genuino ejercicio de la Soberanía popular. Ha consistido en la inversión de la fórmula adoptada por el Congreso de nuestra República de Colombia mediante la cual se la definió como libre por sus leyes e independiente mediante sus armas.

Consecuentes con su concepción de la República moderna liberal que edificaban, aquellos ilustres patriotas fundaron su obra en la comprensión de que ésta habría de tener en el disfrute de la Libertad su esencia y validez; y en la convicción de que ese disfrute brotaría del ejercicio de la Soberanía popular, considerada como la salvaguarda de la Libertad. Componiéndose así una combinación de valores ciudadanos cuyo ejercicio resultaba de haberse alcanzado la independencia mediante una cruenta y prolongada lucha por romper el nexo colonial con nuestra metrópoli.

Pero, bien vista esta fórmula, se advierte que al tener como objetivo la Libertad producto de las leyes, no pueden las armas mediante las cuales fue alcanzada la Independencia ser disociadas de las ideas y esperanzas a las cuales sirvieron para el logro de la Independencia. La conclusión así alcanzada resulta obvia: ideas y armas, armas e ideas, se combinaron heroicamente para darnos las leyes que habrían de ser fundamento de la República moderna liberal, de suyo independiente.

La reacción de quienes, repartidos en los baluartes de la monarquía absoluta restaurada en 1814-1815, antepusieron su aspiración de restablecer el ordenamiento sociopolítico colonial, en la República, contra la fundamentación moderna y liberal de la República de Colombia, desembocó en la instauración, en 1830, del Estado de Venezuela, caracterizado desde su nacimiento por la preeminencia del Poder militar; si bien éste se desenvolvió y culminó enarcado en el remedo de monarquía, formalmente constitucional, denominado República liberal autocrática, caracterizada por la abolición, drástica o solapada, de la Soberanía popular.

La elaboración de esta eficaz coartada estuvo a cargo de historiadores y políticos, para quienes la perversión de la conciencia histórica de los venezolanos fue, a un tiempo, su secreción seudo patriótica y el medio de pago de favores y prebendas gubernamentales.

Se inició, de esta manera, la gran operación ideológica mediante la cual se hizo, de un hecho que inicialmente se correspondió con la necesidad de romper el genésico nexo colonial, una coartada, -vuelta en las más de las ocasiones un espantapájaros-, para justificar no ya la inversión de la fórmula colombiana, sino su pura y simple mutilación. Despojándola así de sus sentido inicial y substituyéndola por una brutal y terminante supresión de las leyes, -como símbolo de la Libertad-, en aras de la pretendida defensa de una Independencia ¿amenazada por el mismo pueblo que la labró luchando contra el despotismo, originario y sucesivo.

Me impuse, como deber de historiador, leer, y tratar de comprenderlo, el autoproclamado Plan de la Patria, Segundo plan socialista de desarrollo; comparable como mamotreto, con el farragoso e intrascendente tratado colecticio de sociopolítica compuesto por disposición de la MUD. Y lo hice; pero tras tener que superar el riesgo de que mi sentido histórico y mi espíritu crítico se estrellasen contra el titulado “Gran objetivo histórico Nº1”; y superado el acceso de desconcierto que me produjo su enunciado: “Defender, expandir (sic) y consolidar el bien más preciado que hemos conquistado después de 200 años: la Independencia Nacional.”

Superado este trance, entré a compadecer a quien o quienes fue o fueron capaz o capaces, de producir semejante agresión contra mi conciencia histórica crítica. No pude ni siquiera refrenar sus ímpetus de preguntona: ¿Defenderla contra los tildados de pitiyanquis de la oposición, que buscarían subastar lo que ya está más que empeñado? ¿Expandir hacia el Esequibo lo ya logrado respecto del Caribe insular? ¿Consolidar el haberla puesto bajo la égida de los Castro y el protectorado chino? ¿Descalificar como el bien más preciado la Libertad conjugada con el genuino ejercicio de la Soberanía popular? ¿Lo conquistado después de 200 años, incluyendo, por supuesto la precedente década y media? Pero, además, ¿200 años de qué?

Me pregunté, por último, sobre cómo se refrendarán en adelante las leyes: ¿Tomando como fecha inicial de la Independencia nacional la campaña de febrero de 1992? ¿El juramento por La moribunda, en el 99? ¿La fecha oficial de la partida de nuestro gigante, como lo denominó recientemente la flamante Almirante en Jefe [El Nacional, 28-XII-2013]? En verdad: compadezco a el o a la obsecuente burócrata que engendró o parió semejante párrafo.

 

 

Escuela de Historia

Facultad de Humanidades y Educación

Universidad Central de Venezuela

 

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