Opinión Nacional

La piedra de tranca del chavismo

Los constantes viajes a La Habana de los principales jerarcas del chavismo y la resolución del inconveniente de la juramentación del Presidente ante la Asamblea Nacional, violando descaradamente, con la anuencia cómplice del Tribunal Supremo de Justicia, la Constitución nacional, demuestran que la continuidad y permanencia del «chavismo sin Chávez» requiere de un elaborado andamiaje sujeto, por supuesto, a los vaivenes de la enfermedad terminal del jefe máximo de la revolución bolivariana. De allí todos los burladeros legales e interpretaciones de la carta magna para dejar las cosas como están, esperando que suceda lo que en algún momento va a ocurrir…

Y es que no podía ser de otra manera, ya que son muchos los intereses en juego, en un proyecto político que hace rato dejó de ser nacional. Ese cuento de que «Chávez somos todos», aplica no solamente a los seguidores criollos del teniente coronel, sino también a todos aquellos gobiernos beneficiarios del reparto de los apetecidos ingresos petroleros patrios, que permite mantener regímenes autoritarios de nuevo cuño en Latinoamérica y el Caribe.

Vistas las cosas así, la alternativa democrática, representada en la MUD, debe tener clara esta circunstancia determinante. Eso significa, en dos platos, que se está luchando contra un sistema populista (de distribución no de riqueza, sino de migajas para mantener una relación-dependencia clientelar-electoral ya enraizada en una parte importante de los sectores medios y de menores ingresos de la población) con fuerte apoyo internacional que no está dispuesto a entregar la cabeza de playa en que se ha convertido el país para ellos.

Entonces, resolver la disyuntiva planteada se convierte en un problema de primera necesidad; en un acertijo que depende de imponderables de alta factura como la desaparición física de Chávez. En este contexto, los ritmos y los calendarios, forman parte fundamental de la ecuación por resolver. No resulta fácil, desde esta perspectiva, compatibilizar los objetivos de permanencia del plan continental bolivariano, con hechos que dependen de la Providencia Divina. De allí que, a estas alturas, la incertidumbre sea parte de la cotidianidad del ciudadano de a pie.

Chávez dejó a Nicolás Maduro como depositario y beneficiario de su testamento político, porque cree que es el más indicado para darle continuidad a su empeño. Ahora bien, el cómo lograrlo no está exento de dificultades, tropezones y obstáculos. Sabemos que la política no es lineal y está llena de sorpresas, en la cual las ambiciones personales juegan un papel fundamental. Convertir a Maduro en puntal de la revolución no se hace de la noche a la mañana, requiere maduración, y dejar bien amarradas todas las piezas. Pero el tiempo les puede jugar una mala pasada.

Es en esta parte de la trama que entra en juego el nombre de Diosdado Cabello, quien, aun cuando no tiene un peso preponderante en las bases de chavismo militante (recordemos que en las elecciones internas del PSUV no logró ser miembro principal de la directiva, Chávez lo impuso, posteriormente, como vicepresidente), es un factor a considerar con ascendencia en el sector militar y dentro del Ejecutivo. Es una figura que, quiérase o no, está a la par de Maduro, por eso no queda encargado de la Presidencia como le correspondía, ya que desde allí le haría sombra al recién nombrado delfín, que, por momentos, luce aturdido y apesadumbrado por semejante responsabilidad.

Hete aquí la piedra de tranca con la cual tienen que lidiar los dueños y señores de la revolución bolivariana.

 

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