Opinión Nacional

La policia y la psiquiatria

Los enfermos psiquiatricos requieren con cierta frecuencia la intervención policial. A pesar de ser en su mayoría irresponsables, presentan trastornos de conducta que reclaman la presencia y acción de la autoridad, a causa de los problemas que originan en el orden público. Ello es necesario para defensa, no solamente de la sociedad sino para protección de los actores mismos.

No tenemos noticia de que en ninguna de las diversas policias de Venezuela, se informe y se entrene al personal sobre los problemas psiquiátricos
Entran en este grupo prácticamente todas las enfermedades de la especialidad.

Sin duda los alcohólicos, por embriaguez, normal o patológica y por agresividad, riñas y hasta homicidios.

Los ancianos dementes que deambulan sin rumbo, deben ser protegidos de atropellos, inanición y enfermedades.

Los epilépticos suelen padecer ataques en la vía pública y accesos de agresividad, contra bienes, contra los demás o contra ellos mismos.

Los drogadictos a causa de sus trastornos físicos y psíquicos y los robos que cometen para proveerse de dinero para sus compras de drogas.

Los retardados o débiles mentales suelen perderse por las calles y no son capaces de valerse a si mismos.

Existe un grupo de inadaptados sociales, sin domicilio ni medios fijos de subsistencia, pero que tampoco se pueden ubicar dentro de ninguna clasificación psiquiátrica. Suelen estar comprendidos en la clasificación jurídica de indigentes o vagos y maleantes.

También existe un grupo denominado genéricamente como enfermos mentales o alienados.

Entre todos estos enfermos, el grupo más numeroso es el de los esquizofrénicos.

Los trastornos del orden público que provocan son diversos.

Los más frecuentes son aquellos individuos delgados, sucios, harapientos, que recogen su comida de las latas de basura y duermen en cualquier lugar que les brinde algún cobijo.

Las mujeres, en estas condiciones, suelen ser violadas, o cuando son pasivas, ejercen alguna forma de prostitución
Muchos padecen de estados de excitación delirantes, que trastornan a su hogar y aún a todo el vecindario.

Algunos son agresivos y atacan a personas que interpretan como perseguidores.

Con frecuencia intentan suicidarse y no raras veces lo logran.

En su país natal el autor por un tiempo estuvo a cargo de un curso de Psicología Criminal en la Escuela de Policía de ese país. Dictó allí un curso para oficiales.

Se trataba de profesionales despiertos e inteligentes, pero que . Inevitablemente estaban centrados en la obsesión del delito. Y cualquier paciente psiquiátrico que se les presentaba lo interpretaban fundados en la formación policial de que disponían. No diagnosticaban enfermedades que por otra parte no estaban en condiciones de hacerlo) sino que imaginaban identificabar delitos.

Llevó tiempo, pero fué posible, enseñarles a reconocer los casos psiquiátricos.

A consecuencia de ese curso, trabamos relación con muchos oficiales y éramos llamados frecuentemente a las comisarías a examinar perturbadores del orden público.

En la mayoría de los casos estuvimos en condiciones de diagnosticar alguna forma de trastorno psiquiátrico.

Algunos de ellos, los delirantes, ya habían logrado en la jerga policial, una denominación específica. Los agentes los llamaban «la vida imposible» que era la queja con que los esquizofrénicos delirantes venían a solicitar a la policía ayuda para defenderse sus perseguidores imaginarios.

Se recuerda la frase de uno de los oficiales que, teniendo en cuenta la frecuencia con que los delirantes concurrían a las comnisarías nos hizo la siguiente proposición
– Doctor ¿ por qué no abrimos entre los dos un sanatorio y lo presentamos como una comisaría ?
Publicamos en Caracas en el año 1974 un trabajo en la Revista de POLICIA CIENTIFICA, (VOL. XII, Nº3) titulado «Casos psiquiátricos en la actividad policial» gracias a la amistad del Dr. Alfredo Gonzalez Carrero, que en aquel entonces se encontraba a cargo de la Revista.

En ese trabajo presentamos informes policiales de casos de esas enfermedades. Tuvieron la enorme ventaja de que el funcionario policíal leía un informe en su propio lenguaje profesional.

Uno de ellos, por demás desagradable sucedió cuando un paciente psiquiátrico amenazaba con asesinar a un imaginario perseguidor.

Socarronamente, el funcionario que asistio la denuncia reclamó.

– Tráigame el cadáver y veremos lo que hacemos.

Otro caso es el que se transcribe a continuación.

«En el mes de mayo de 1969 concurrieron a una comisaría dos jóvenes del sexo femenino de unos 23 años de edad. Una de ellas estaba muy excitada. La otra manifestaba que su amiga había pernoctado en su domicilio pero no había podido dormir, y profería gritos y amenazas a distintas personas. Le extrañó tal actitud porque sabía que su amiga no ingería alcohol.

Al llegar el día decidió llevarla al domicilio de sus padres. Durante el recorrido que realizaron en ómnibus su amiga recriminó a algunos pasajeros que no la amenazaran ni se burlaran de ella, lo cual por otra parte no sucedía. Llegó inclusive a querer agredirlas, lo cual la informante ella estuvo en condiciones de impedir.

Tuvieron que llegarse a la comisaría porque la paciente no quiso regresar a su casa, alegando que allí la perseguían y estaba segura que en la seccional le prestarían protección. La acompañante solicitó que no se tomara ninguna medida sin antes consultar a sus padres y requirió colaboración a fin de trasladarla. Cuando la enferma llegó a su domicilio tomó una tijera con la que intentó agredir a su amiga, no logrando sus propósitos gracias a la intervención de un familiar. Luego salió corriendo hasta la casa de un vecino donde preguntó por una persona a quien quería matar. A esta altura de los hechos interviene la policía nuevamente y en una ambulancia de Salud Pública es conducida al Hospital Psiquiátrico.

Sus padres y dos hermanos manifestaron que era muy inteligente, que había cursado preparatorios de arquitectura y que estaba realizando un curso de Humanidades , aprovechando sus ratos libres para trabajar en una oficina; que un tiempo atrás solía decirles que le parecía que por las noches entraban personas en su domicilio, lo que no era posible, pues todas las ventanas estaban cerradas, pero ellos lo tomaron como un aspecto más de lo desconfiada que siempre había sido la joven.

Dos o tres días antes de los sucesos, aquella había dejado de ir al trabajo y a la Facultad, aduciendo que sus compañeros de trabajo le hacían burlas, la insultaban y hasta llegaban a amenazarla, desconociendo el motivo por el cual lo hacían, habiendo llegado al colmo de que uno de ellos había ido a la Facultad para crear ambiente en su contra, teniendo que hacer abandono de la clase porque todos la insultaban y decían que estaba loca; que cuando fué a tomar el ómnibus para ir a su domicilio vió que la seguía un compañero de trabajo y escuchó que desde un edificio próximo le proferían insultos. Que nada de esto le parecía anormal, y lo narraba con total claridad, y solamente un poco irritada por las circunstancias; que en las horas de la noche la sintieron hablar más de lo que hacía de costumbre y al día siguiente estaba un poco exaltada, yéndose en horas de la tarde para la casa de su amiga y no regresó hasta el momento y circunstancias en que tiene lugar la intervención policial.

La paciente aún luego de internada continuó insistiendo en la persecución de que era objeto, a un grado tal que el médico que la atendía solicitó a los familiares y por medio de estos a la policía si se podía determinar si lo que la enferma decía no tenía parte de realidad.

Desde el punto de vista médico la enferma fué tratada con psicofármacos y convulsoterapia, siendo dada de alta en el término de un mes y medio. En cuanto a la actuación judicial quedó nula al verificarse que los trastornos de la conducta se debían a una enfermedad psíquica, pero lo que no se puede pasar por alto es que el desconocimiento de dicha enfermedad pudo haber traído graves consecuencias si la enferma en lugar de una tijera hubiera tenido un arma de fuego a su alcance. »

Otra experiencia fué la que tuvimos en una cárcel, donde estuvimos a cargo del Servicio Cerrado de Psiquiatría.

De acuerdo a la ley delpaís se consideraba a los pacientes psiquiátricos responsables de su conducta hasta que se demuestrara su inocencia..

Y muchos esquizofrénicos, más que en otros países, comenzaban por ir a la cárcel sospechosos de ser culpables de delitos, hasta que se demostraba lo contrario.

Un día fué internado un sujeto de aspecto sombrío. Pertenecía a una etnia sumamente religiosa, con toda frecuencia fanática. Totalmente vestido de negro, de acuerdo a las más estrictas estipulaciones religiosas, y con una larga barba. Su aspecto exterior lo identificaba como religioso ortodoxo.

Ingresó al servicio portando gruesos volúmenes religiosos de los cuales se negaba a separarse.

Hacía 3 años había comenzado a apartarse de su sociedad y de su familia, y se encerraba en su cuarto a leer libros religiosos. Su comunidad lo consideraba un santo por su consagración al estudio. Hasta que un día intentó incendiar la casa en que vivía. Fué llamada la policía y por orden del juez fué internado en el servicio de psiquiatría. El diagnóstico fué fácil y rápidamente establecido. Presentaba una esquizofrenia caracterizada por un delirio místico.

En Venezuela siempre tuvimos conciencia de la enorme importancia de la presencia de la actividad policíal para los enfermos psiquiátricos.

El siguiente caso, fue de final trágico. Una enferma, aportó por escrito el caso que le ocurrió a ella misma, y que tituló

LO QUE LA POLICIA NO HIZO POR MI

«Todo comenzó cuando escuché las voces esa noche, antes de un cacerolazo que hubo en Caracas. Ya las había escuchado antes, pero esta vez decidí que les daría una amonestación, un buen susto a las personas con las cuales yo identificaba esas voces.

Decidí subir con el cuchillo más grande que había en mi casa y, para mi sorpresa, la persona a la cual correspondía esa voz que yo escuchaba no se encontraba allí.

Pero eso no disminuyó mi decisión de asustarlos, porque estaban los otros dos cuyas voces también yo oía, así que los hice creer que yo estaba loca de rabia y que estaba dispuesta a todo, cuando en realidad solamente pretendía asustarlos.

Mientras uno de ellos forcejeaba conmigo el otro dijo que iba a llamar a la policía, así que quien se llevó el susto fuí yo, porque no sabía en ese momento qué era la realidad y qué era la fantasía.

Yo pensaba que todo era planificado por los vecinos y que formaba parte de un plan en contra mía.

Cuando llegó la policía me habían quitado el cuchillo e inventé lo primero que se me vino a la mente para defenderme; los acusé de consumir drogas a lo cual el policía no le hizo el menor caso.

A todo esto apareció en escena la mamá del muchacho que trató de calmarme.

Eso me hizo reaccionar un poco y pensar que lo que estaba haciendo era una perfecta locura, pero yo insistía en mi idea de que era todo parte de un plan malintencionado por parte de los vecinos.

Así que el policía todo lo que hizo fué decir que si volvía a suceder eso nos llevaba a todos a la comisaría. No se avisó a mi casa.

Yo vivía en el piso de abajo de esos vecinos. Nadie se enteró de lo ocurrido y solamente al día siguiente tuve otra crisis hasta que al final me llevaron a ver al médico.»
Cuando el autor estuvio a cargo de un Servicio de Psiquiatría en un área marginal e Caracas, solicitó contacto con la comisaría de la zona, pero no fué atendido.

Buscamos de toda manera relacionarnos con todas las clases de policías. Lo hicimos a través de contactos personales, por correspondencia, llamadas telefónicas y buscando amigos, en las diversas instituciones policiales que ejercen su actividad en nuestra ciudad.

Siempre, hasta el día de hoy, nuestras gestiones fueron infructuosas.

Quizá una de los problemas psiquiátricos de Venezuela sea la incapacidad detomar conciencia de los problemas y dedicarse a resolverlos.

Bastaría simplemente, para ello, estudiar con respeto lo que se hace en otros países y aplicarlo con sensatez.

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