Opinión Nacional

La política exterior de Venezuela: Colombia y Guyana ¿problemas sin solución?

La política exterior venezolana contemporánea ha estado dominada por dos problemas heredados del siglo pasado. Las delimitaciones territoriales con Colombia y con Guyana no se han logrado concluir a pesar de haber invertido innumerables días y horas en tratar de lograr un acuerdo que pusiera fin a tan anacrónica situación.

Algo debe haber fallado en el enfoque de nuestra política exterior si no hemos sido capaces de idear soluciones creativas que pusieran término a una situación que ha paralizado numerosas iniciativas importantes para el país en otras áreas del derecho y de las relaciones internacionales. Valga a título de ejemplo la no ratificación de la convención sobre el derecho del mar y de la convención de Viena sobre los tratados internacionales.

La presente se caracteriza por ser una época en la que las fronteras se desvanecen, producto de numerosos factores tales como la responsabilidad de los estados por la contaminación, la violación de los derechos humanos, y el doble fenómeno de la globalización y la revolución informática. Luce peregrino que nuestra política exterior esté paralizada por dos problemas insolutos de delimitación.

La mayoría de los países han venido resolviendo en los últimos años situaciones fronterizas heredadas de los períodos coloniales en forma amistosa a pesar de que en algunos casos estas habían dado lugar a conflagraciones armadas como fue el caso de la delimitación entre el Perú y el Ecuador y como casi ocurrió entre la Argentina y Chile, para solo nombrar dos ejemplos importantes en nuestro continente.

¿Por qué estos países pudieron encontrar fórmulas adecuadas para acabar con esas situaciones paralizantes en la política exterior de los estados y los gobiernos venezolanos no han podido hacerlo? La razón tal vez ha estado en el poco peso relativo que en la distribución interna de poder ha tenido la conducción de la política exterior. Sin disminuir el valor y el talento de la mayoría de nuestros cancilleres, ninguno de ellos logró tener la cuota de poder necesaria para imponer al resto del país la solución que fuera más conveniente para los intereses de la nación, claro está, dentro de los limites de las posibilidades que genera la bilateralidad de las soluciones. Podríamos agregar además que los jefes de estado, salvo algunas contadas e ineficientes intervenciones, han preferido mantenerse al margen de situaciones que ciertamente no generan beneficios políticos.

Esta situación ha producido dos efectos: uno interno, que es el haber dejado las banderas del irredentismo en manos de algunas personas en muchos casos bien intencionadas que han visto la política exterior del país como la suma permanente del más absoluto entreguismo y que es necesario enderezar los entuertos causados por nuestros «pésimos negociadores», cuando en realidad la situación ha sido totalmente distinta. Nuestros negociadores en la mayoría de los casos han sido muy eficientes en lograr resultados favorables para el país, claro está, dentro del marco de soluciones amistosas y producto de negociaciones bilaterales, sin embargo casi nunca han logrado hacer entender y comprometer a las clases dirigentes sobre la importancia y las ventajas que tiene para Venezuela culminar con esos procesos del pasado y liberar la fuerza de nuestra política exterior para destinarla a asuntos que hoy en día en un mundo tan competitivo lucen más importantes.

Si vemos el caso de las delimitaciones pendientes con Colombia, cualquier analista u observador externo podría darse cuenta de que hemos caído en una trampa al hacer de la delimitación de las áreas marinas y submarinas en el golfo de Venezuela el eje central de nuestras relaciones con Colombia, descuidando por culpa de este diferendo, la solución a problemas mucho más graves como el de las cuencas hidrográficas compartidas, la seguridad en las áreas fronterizas y el narcotráfico.

Porque no se puede concluir la delimitación cuando se trata de pocos kilómetros cuadrados de espacios marinos. La razón es simple y compleja a la vez, los gobiernos colombianos han utilizado con gran habilidad el caso del Golfo de Venezuela como el trapo rojo que hace perder de vista la realidad de las cosas en otras áreas tal vez más importantes para los intereses de los dos países. Mientras que en Venezuela el hecho de que la delimitación ocurra en un área que lleva por nombre nuestro gentilicio genera las más profundas pasiones para tratar de corregir los desmembramientos territoriales de los que fuimos víctimas en el siglo pasado por culpa fundamentalmente de nuestras propias diatribas internas.

Es obvio que, salvo que el propio jefe de estado asumiese con visión la responsabilidad de resolver de una vez por toda este asunto, nunca terminaremos el proceso continuo y costoso de las interminables negociaciones. Todas las soluciones han sido estudiadas y desde el punto de vista de las relaciones internacionales dentro del marco del derecho internacional es poco lo que puede lograrse. Sin embargo, pareciera que, como en el caso de la Argentina y Chile, se requiere de una intervención divina para resolver el problema. En aquel caso fue la mediación del Papa la que puso término a la delimitación del Beagle; en el nuestro tal vez el nuevo gobierno pueda dar ese paso.

El caso con Guyana es diferente, mientras que en el Golfo de Venezuela hemos mantenido un control relativamente pacífico sobre las áreas de jurisdicción que consideramos que nos corresponden, en el Esequibo la situación es la inversa, ya que Guyana ha ejercido el control sobre ese territorio por un siglo —a pesar de nuestras tardías protestas. Esto no quiere decir que nuestra reclamación no tenga fundamentos éticos, históricos y en menor medida jurídicos. Soluciones existen y han sido exploradas en el marco de la intervención del buen oficiante Sir Alister McIntyre, sin embargo ningún gobierno se ha atrevido a explicar de manera clara y directa a la opinión publica cuáles son —salvo la intervención militar— las verdaderas posibilidades de lograr un acuerdo que ponga punto final a esta situación que en ninguna medida le brinda ventaja a Venezuela.

Lo importante en ambos casos es definir dónde están los intereses del país en lugar de lamentarnos del pasado y más bien asumir una posición proactiva y tratar de conseguir, mediante las negociaciones, o con la ayuda de un tercero, soluciones que den ventajas concretas al país y no soñar quijotescamente en corregir nuestros propios entuertos.

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