Opinión Nacional

La ratificación de la enfermedad venezolana

A Teodoro Petkoff, por el editorial de Tal Cual del 17 de julio de 2008

Una sociedad no puede refugiarse en la evocación de lo establecido o de lo que ha sido norma. Invocar la condición humana o las características propias de los partidos o citar ejemplos de agrupaciones que caen en la misma rutina perniciosa cuando intentan “juegos” de la cotidianeidad política, equivale a hablar de una sociedad no democrática, de una que ha perdido la capacidad de crear significados.

El abandono de las claves interpretativas de nuestro tiempo conlleva a consumirse en lo dado, a refugiarse en la envejecida tradición, a hacerse conservador. Argumentar la realidad deprimente como un hecho propio de lo humano equivale a romper toda una cadena de pensamiento tanto en la filosofía como en la propia ciencia política y concluye en la renuncia a un imaginario colectivo, esto es, se acepta lo dado como única posibilidad.

La multiplicidad de la cultura, desde este ángulo conservador, queda hecha añicos. El análisis de la contingencia queda así abandonado, el uso del intento como elemento clave para procesar lo político contingente es desechado y se sacraliza lo establecido dando como inmodificable la tradición y la práctica perversas.

El concepto de símbolo se reduce a nombre. Lo que dicen los portadores humanos del dominio político se inscribe como tótem y se respeta como en las sociedades primitivas. Hemos, así, retornado a la elementaridad del hecho político. Elemental y grotesca fue la rueda de prensa de la oposición y no se trata de que el vaso esté medio lleno o medio vacío, se trata de que el agua que contiene está envejecida y contaminada.

Bajo esta premisa lo que se busca es que la sociedad no imagine porque estamos ante problemas reales a los cuales hay que darle su tiempo. Se trata aquí de la concepción misma de lo que es democracia es, inclusive, más allá, de una concepción de la vida. La solución de los problemas reales implica una resituación a la que el conservadurismo renunció de manera definitiva.

El criterio sobre lo que importa o sobre lo que no importa es algo que corresponde al cuerpo social. En el acto de la oposición al que nos referimos, el señor Borges dijo que no podía trasladarse a la gente el problema, porque correspondía a los dirigentes resolverlo y que esa era una condición de ser del líder. Queda así roto el estructurante originario de una sociedad en permanente inquietud por generar movimientos que la transformen. Avalar esas declaraciones conllevaría a un profundo conservadurismo.

La sociedad es un ser que informa y la sociedad venezolana ha estado informando de su malestar. El discurso típico de tranquilizarla apelando a lo “humano” es sinónimo de transformarla en incoherencia y la incoherencia no se expresa, dejando de ser el elemento fundamental de generación de un tejido político para pasar a ser un ente abstracto al cual se aprehende.

Sólo que la sociedad venezolana no ha aprendido que se expresa haciendo. Una sociedad así constituida y una sociedad interpretada conservadoramente es incapaz de producir metamorfosis. Se constituye no más que en una indeterminación de posibilidades.

La condición humana misma, y a la cual se apela, empuja más allá de las formas, especialmente cuando estas son vejestorios, y se niega a cualquier frontera que no implique en sí misma libertad. Lo contrario, es negarle a la sociedad venezolana la posibilidad de crear su propio destino.

La sociedad venezolana tiene derecho a pedir una respuesta a su malestar y no acepta el condicionamiento del “así somos” o “así son las cosas” o “así son los hombres cuando se mueven en el hecho político”. Es el hecho político mismo lo que hay que transformar, porque nuestra enfermedad es que somos presos, rehenes o secuestrados de una praxis enferma.

La sociedad originariamente se expresa mediante el muestreo de los indicadores de su estado de ánimo y cuando la hace es porque desea producir una alteración en la praxis que la mantiene atada. El dirigente es el que lo reconoce, no el que invoca su condición de dirigente para negarle al cuerpo social la respuesta.

Todo hecho político es temporal, pero de la manera en que se resuelva se marcará el siguiente hecho político. Pensar que la sociedad sólo debe responder adaptándose es negarle que se reinvente a sí misma. Las sociedades se mueven –hasta que se produce la ruptura- dentro de los valores culturales imperantes- y el deber consiste en alimentar las modificaciones de lo establecido, no en el llamado a respetarlo. Esta debe ser la contribución, bajo la premisa de admitir que el nuevo imaginario no es imponible sino que debe ser inducido poniendo frente a ella las alternativas de un pensamiento constantemente renovado.

Estamos frente a una lucha de valores. Unos caducos encarnados en la praxis política que vemos con asombro, de una parte, y de la otra en una sociedad que sólo manifiesta malestar porque no ha podido aún asumir los alternativos. Ayudar a que los asuma es el papel de un demócrata transformador. Insistirle en que mantenga los establecidos es negar los elementos movilizadores de lo sociohistórico. Ya no podemos aceptar la “normalidad” de que siempre ocurra la misma cosa.

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