Opinión Nacional

La reconquista

Y no hallé cosa en que poner los ojos

Que no fuera recuerdo de la muerte”

Francisco de Quevedo

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Será un amargo despertar. Y ni siquiera sabemos si luego de esta homérica borrachera tendremos algo más entre las manos que esta sorpresa de espanto. No se me ocurre otra imagen más descriptiva que la de los borrachos sentados al borde de la carretera, sorprendidos por el terrible accidente que acaban de provocar, entre la chatarra humeante, la sangre derramada, los llantos desesperados de los pobres inocentes empujados a la tragedia. En la bruma de su deshilvanada conciencia el horror de un futuro incierto.

Diez años de la más insólita irresponsabilidad y la más ominosa inconciencia. Dos cifras inolvidables para la borgiana historia de nuestra infamia: setecientos cincuenta mil millones de dólares y 120 mil homicidios. En el balance del haber, nada. Ni una sola gran obra pública, carretera, represa, escuela, universidad. Nada de que enorgullecernos. Una sola comparación avergonzará por siempre la miserable ejecutoria del gobierno más inepto, corrupto y desalmado de nuestra historia: en ese mismo lapso el general Pérez Jiménez le cambió la faz a Caracas, construyó la mayor obra de ingeniería vial, levantó centros habitacionales monumentales y puso en pie una de las más esplendorosas obras de arquitectura universal: la ciudad universitaria. De este gobierno sólo sobrevivirán las ruinas de unos zarrapastrosos módulos misioneros.

Ni siquiera restos de algún renacimiento espiritual. El país se ha revolcado en el estercolero de su infamia. Se ha rendido a la seducción de un narcisista megalomaniaco, ignorante, zafio y brutal, mostrando su propia miseria moral. Una parte de la población ha aceptado prostituirse, uniformarse y venderse por un plato de lentejas. Mientras otra parte ha caído en trance cataléptico a cambio del consentimiento de algunos bienes con que mantener las aspiraciones de siempre: un carro, dólar preferencial, la ilusión de mantener el status de su alienación, gasolina gratuita.

Diez años de humillación, de complicidad, de mediocridad, de entreguismo. Tal vez la más importante de las ejecutorias: las fuerzas armadas yacen postradas en su descomposición. La justicia es un ejemplo de inmoralidad. Los poderes pisoteados. Provoca recordar el maravilloso soneto de Quevedo: “Miré los muros de la patria mía, si un día fuertes ya desmoronados… y no hallé cosa en que poner los ojos que no fuese recuerdo de la muerte.”

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Es cierto: tras esta década perdida los sectores más conscientes levantan la cabeza y buscan forma de deshacerse del gigantesco entuerto en que nos hemos metido. La caída del régimen ya es asunto inexorable. Si las próximas elecciones se cumplieran respetando las normas – cosa imposible ante un gobierno tan inescrupuloso, abusivo y corrupto como el que somete todas las instancias al arbitrio de un teniente coronel – el país despertaría el 24 de noviembre dividido entre una gran Venezuela liberada y una minoritaria Venezuela oprimida. A la cabeza de la primera un Estado como Carabobo, en que se verificará un verdadero terremoto político. Fernando Henrique Salas Feo supera de lejos el 60% de las preferencias de los carabobeños y no hay fuerza que le impida asumir la futura gobernación del Estado. Y de continuar esa tendencia y respetarse la voluntad de las regiones, los estados más importantes y representativos del país se sacudirán el yugo e iniciarán la andadura tras la reconstrucción de nuestra malherida democracia. Estamos a punto de vivir un gran éxito en esta batalla por la reconquista.

El único elemento que ha sostenido el espurio poder del chavismo, la renta petrolera, ha comenzado su descalabro. La caída de los precios del petróleo es un hecho inevitable. En menos de dos meses, el precio del barril que alcanzara casi los ciento cincuenta dólares ha perdido un 30% del insólito precio alcanzado. No se cumplirán los terribles vaticinios que lo veían empinarse hasta los $ 200: la cesta venezolana ya ha perforado el piso de los $ 100. Y seguirá descendiendo. Venezuela, empujada por la irresponsabilidad de los productores y la voracidad insaciable de los especuladores habrá contribuido de manera fundamental a estrangular la gallina de los huevos de oro.

Nadie en su sano juicio podría alegrarse de esta debacle, que castigará a todos los venezolanos por igual. Pero la sola conciencia de que con los diez mil millones de dólares que se les ha regalado en estos últimos años a la dictadura de los Castro y al gobierno de la dinastía neo peronista de los Kirchner se pudo haber zanjado de raíz la falta de inversiones en la infraestructura eléctrica de la Nación, no puede menos que indignarnos. ¿Cuántos grandes complejos hospitalarios, cuántos magníficos edificios escolares se pudieron haber construido con los treinta mil millones de dólares que se han escurrido entre los dedos del presidente de la república en donaciones políticas para alimentar su ego descomunal y darle la presencia que jamás hubiera obtenido por otros medios?

¿Quién asumirá ante la Nación, quien se responsabilizará ante la posteridad por este desastre inconmensurable? Si Carlos Andrés Pérez encontró la muerte política por 17 millones de dólares, ¿qué muerte le espera al déspota por el incalculable daño que le ha hecho a nuestras generaciones y las venideras?

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Estamos ante un grave problema de identidad nacional., que no se resuelve mediante un simple acto de prestidigitación electoral o mediante la ingeniería falaz del maquillaje político. Pues lo vivido en esta década siniestra ni ocurre por primera vez, ni nos sorprendió ignorantes de sus más probables y lamentables efectos. Fue un salto al vacío cometido en plena conciencia y llevado a cabo incluso con el auxilio de quienes consideramos algún día detentores del mayor grado posible de conciencia histórica nacional. Nos referimos a notables personalidades de la vida nacional, como Uslar Pietri y Juan Lizcano, acompañados de esa pléyade de notables de triste recordación. También deberán integrar la galería de nuestra infamia. Pues esta infamia no fue producto de alguna intromisión externa, ni de la violencia aplicada a mansalva. Fue un regreso a nuestras peores taras decidido conscientemente y celebrado en medio del mayor jolgorio nacional vivido desde el 23 de enero de 1958. Un golpista reo y confeso, sin otro atributo que su descarada osadía y su ilimitada ambición, fue respaldado en ocho ocasiones. Y aún hoy, a pesar de sus iniquidades sin nombre y su vocación suicida, cuando ha arrastrado a la república al estercolero de sus miserias, continúa recibiendo el respaldo de un importante sector del país. Prueba inequívoca de la grave enfermedad espiritual y moral que sufrimos.

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De modo que en vísperas de un importante proceso comicial, no comprender la hondura y la gravedad del daño que sufrimos manifiesta una seria incapacidad política. La unidad de las fuerzas democráticas es un imperativo insoslayable. Y la renovación del liderazgo una tarea que debemos emprender cuanto antes.

Una vez enfrentado el desafío del 23-N debemos trazarnos el objetivo prioritario de reconquistar la Asamblea Nacional para la decencia, la lucidez y la capacidad de los mejores. La Asamblea debiera ser el necesario contrapeso al despotismo del ejecutivo y en ellos debieran estar los venezolanos más cultos y capaces, sin consideración de partido alguno.

Es una auténtica vergüenza para el gentilicio que el lugar en que sesionaran figuras egregias de nuestra cultura intelectual y política como Rómulo Gallegos, Mariano Picón Salas, Andrés Eloy Blanco, Luis Beltrán Prieto Figueroa, Gonzalo Barrios y tantas y tantas otras grandes personalidades nacionales haya sido mancillado por quienes hoy se postran ante el déspota y deshonran su investidura renunciando a cumplir sus obligaciones ofrendándoselas a un teniente coronel indigno de la alta magistratura que detenta.

Poner un fin a la barbarie y restituir la grandeza y dignidad de la patria es nuestro mayor objetivo. Un día tendremos el honor de ingresar a los sagrados recintos de la patria con la frente en alto por la misión cumplida. No descansaremos hasta verla convertida en realidad.

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