Opinión Nacional

La resistencia del capital

Mucha gente me pregunta, entre ellos periodistas, empresarios, políticos, por qué la empresas privadas, en particular las de origen internacional, no se van de Venezuela con todo el acoso a que han sido sometidas por la revolución bolivariana y su pretensión de sustituir al capital privado por el público y a las empresas privadas por las públicas, las comunitarias o las de propiedad social. Creo que hay varias respuestas para esa conducta que vale la pena comentar.

La conducta natural

La primera razón que viene a la mente tiene que ver con la conducta natural de una empresa o una institución cuando construye una relación de comercio en un mercado o una institucional con la sociedad. Lo cierto es que, a pesar de las adversidades a que pueda ser sometida, a las dificultades para instalarse en una posición deseada, la conducta lógica es no abandonar el terreno obtenido. Todo el mundo, desde un gobierno, hasta una persona, una vez conquistado un territorio, una posición, difícilmente la abandona, a menos que fuerzas contrarias lo obliguen.

Lo mismo sucede en la lógica de una empresa, es decir, del capital. Una vez logrado un mercado, posicionado un producto, obtenida la lealtad y fidelidad de una clientela, la confianza de sus proveedores, de sus accionistas y financistas, no abandona de buena voluntad todo ese terreno ganado. Eso explica bastante la conducta de la gran mayoría de las empresas internacionales en no irse de Venezuela, a pesar del acoso y la hostilidad del Gobierno, pero hay una segunda razón.

Costos hundidos y pérdidas de mercado

La experiencia dice que si una empresa se retira de una posición de mercado, existe una alta probabilidad de que otra lo ocupe, principalmente su competidor más fuerte o cercano y ello se debe a que esta última se ahorra una muy alta cantidad de dinero sin tener que conquistar el mercado que ha sido abandonado, sobre todo si sus productos son conocidos y valorados por los consumidores.

Otra razón, muy ligada a ésta, es que el abandono de un mercado tiene costos imponderables, en lo que llamamos «costos hundidos», todos aquellos en que se incurrieron para instalarse y desarrollar una actividad comercial o industrial, desde la consecución de los mejores talentos, hasta el costo de la infraestructura y las instalaciones, a los cuales tendría que volver a incurrir si se retirara de una cierta posición y quisiera reconquistarla. Por supuesto, ligado con la razón anterior está la conveniencia para un competidor de entrar a un mercado, sin tener que incurrir en todos o en algunos de esos costos.

El caso Venezuela

A pesar de todas las señales negativas que el Gobierno les está enviando a las empresas, con todas las restricciones cambiarias, las regulaciones generales y, en especial, ese esperpento económico que es la Ley de los Justos Precios, las empresas, las muy grandes en especial, no piensan a corto plazo. Juegan al largo plazo y usted puede constatar cómo no se fueron en peores momentos políticos, como la Colombia de la guerrilla, el Perú de Sendero Luminoso, el movimiento Tupamaros y golpes militares en todo el Cono Sur, y es que el capital tiene una lógica que rebasa el cortoplacismo de los gobiernos.

En el caso venezolano ese largo plazo se mide por el potencial económico que representa el país en dos direcciones. Por un lado, todo el mundo sabe que con este o con cualquier otro gobierno el subsuelo venezolano está lleno de petróleo y, si se usa el cerebro racionalmente, sus posibilidades de explotación comercial son muy probables. En esa condición el mercado venezolano ofrece oportunidades más atractivas que otros mercados en Latinoamérica.

Y esa es la otra cuestión, las empresas internacionales saben, por una parte, que Venezuela es una proporción de negocios no tan grande como para representar riesgos relevantes pero, por la otra, saben que el mercado venezolano ha sido y probablemente lo sea, más atractivo en tamaño y crecimiento que el de otros países. Una razón de peso para no abandonarlo.

La lógica del capital se impone

Finalmente, un argumento al que apelo para repetir lo dicho en otros artículos y que proviene de lo que nos dice la historia. El capitalismo le ha ganado la batalla al socialismo, inventen lo que inventen los de aquí y si no a las pruebas me remito, pero es que hay algo que va más allá de la «acumulación de capital» o de las ganancias y es que el capital, quiera o no quiera, le va mucho mejor en un régimen de libertades, de apertura, de seguridad jurídica, de presencia de sociedad civil, de consumidores informados que en esos regímenes en los que todo eso lo sustituye la sagrada palabra del Estado o de quien lo dirige.

 

 

 

 

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