Opinión Nacional

La revalorización de los partidos

En varias oportunidades y a lo largo de la discusión que nos ocupa, alrededor de la crisis y agotamiento de nuestros sistemas políticos, hemos señalado que la crisis de nuestros actores y agencias tradicionales, debe ser abordada antes que nada como un fenómeno de crisis institucional, en el que se da una disfunción y deterioro de las funciones básicas de dichas organizaciones lo cual a su vez genera un conjunto de distorsiones dentro del funcionamiento de la democracia y de la representación como tal.

Algunos autores dedicados al estudio del fenómeno partidista en las democracias latinoamericanas , son partidarios de abordan la discusión alrededor de la llamada crisis de los partidos, partiendo del estudio de sus funciones. Sin embargo, algunos de estos análisis tienden a ser criticados por no tomar en cuenta o dejar de lado otros factores influyentes en el fenómeno como las transformaciones de las estructuras sociales, nuevos conflictos y los propios cambios que asume la cultura política.

En tal sentido, el agotamiento y declive de la forma partido se produce desde el momento en que al interior de dichas organizaciones se produce un deterioro por no decir abandono de la función pedagógica, dándose así una desconexión y cierta desvinculación entre los partidos, la sociedad y la propia opinión pública, lo cual entre otras cosas altera lo concerniente a los procesos de socialización política.

Los partidos han terminado en severas crisis de transformación por los efectos perversos de la misma democracia, en este sentido, autores como Maurice Duverger, Ramón García Cotarelo, Alan Ware, Klaus Von Beyme, Giovanni Sartori, Scott Mainwaring, Juan Carlos González, Alfredo Ramos Jiménez, Peter Mair, Norbert Lechner, han precisado la magnitud de los cambios que acusan dichas agencias, lo cual no es más que un proceso de transformación orgánica y funcional por efecto perverso y degenerativo de la democracia representativa, dicha degeneración caracterizada por:

1.- Los partidos han dejado de ser la comunidad de comunidades donde la solidaridad ha sido desplazada por los intereses, es decir los partidos dejaron de ser portadores para convertirse en portadores de intereses;

2.- Los partidos han sido desplazados del lugar que habían ocupado en cuanto a la formación de la opinión, junto a la creciente desideologización de la política, lo cual incide en el debate y la discusión;

3.- Se observa igualmente una baja pronunciada en las tasas de afiliación y de adhesión partidista, observamos así un debilitamiento de los vínculos entre los ciudadanos electores y las organizaciones partidistas, producto del descenso en la variable “identificación partidista”;

4.- Los partidos políticos han sido afectados por las transformaciones sociales y económicas que han producido un cambio por lo menos en cuanto a la composición de los diversos sectores sociales.

En este sentido podemos decir que la crisis actual del Estado de partidos democráticos se manifiesta como un complejo sistema de transformaciones funcionales y orgánicas que afectan sobre todo a los actores públicos esenciales del sistema, es decir, a los partidos políticos y su clase política.

La crisis y el agotamiento de las formas y actores tradicionales no es en lo más mínimo un hecho aislado sino que tiene su impacto en los ciudadanos, en nuestra cultura política y el propio funcionamiento de la democracia, en la cual observamos el surgimiento de nuevas formas de acción colectiva que surgen y se articulan, con el fin de subsanar los problemas de representatividad y canalización de ciertos intereses y demandas de un colectivo insatisfecho que ha comenzado a cuestionar la política tradicional, es decir aquella política desarrollada únicamente por medio de la forma partido.

En este sentido, si aceptamos que la principal agencia que tiene la democracia y la política ha entrado en una fase de agotamiento, cuestionamiento y perdida de poder y gravitación en nuestras nacientes democracias latinoamericanas, tendríamos que aceptar que junto a esto, la democracia igualmente atraviesa problemas de institucionalización de las prácticas que las sustentaban. Más aún, el problema en sí viene dado por ¿cómo construir un modelo de democracia estable y viable, si los principales actores y protagonistas de la democracia atraviesan procesos de descomposición y desinstitucionalización? ¿Son proclives los nuevos actores a depender y profundizar la institucionalización de la democracia? Estas preguntas recogen en gran parte las inquietudes y los lineamientos teóricos que algunos politólogos nos estamos formulando en nuestras investigaciones.

En la actualidad las funciones de socialización, movilización, participación y de legitimación se encuentran en el seno de los partidos políticos muy agotadas. Lo cual trae consigo un proceso de deslegitimación creciente que desemboca de acuerdo a la profundidad y gravedad en una eventual crisis de gobernabilidad, en la medida en que estos últimos dejan de formar y crear ciudadanía.

Retomando la discusión, diremos que el problema de la degeneración y deterioro de los roles y funciones de las organizaciones partidistas, desde el punto de vista institucional deviene del ejercicio dirigido hacia la formación de prácticas políticas cívicas, donde está última tiende cada vez más a relegarse a mero pragmatismo, instrumentalización de la política y de la propia toma de decisiones, sin reflexión, proyecto y contenidos ideológicos programáticos mínimos, esta falta de contenido en la política explica parte de los cambios. En varios países de nuestra América Latina, al igual que en Venezuela, las prácticas políticas de los individuos tienden a apoyarse dentro de un fondo cultural místico – religioso, en la medida que los individuos esperan soluciones de líderes carismáticos movidos por un aura mesiánica.

El agotamiento de la política y de la democracia, se evidencia desde el momento en que los partidos políticos y con ellos sus cuadros y clase política no vislumbran el malestar presente en el funcionamiento de la democracia. La crisis de nuestro modelo democrático se expresa en el declive de nuestros actores y consecuentemente lo que es peor, la ausencia de propuestas y alternativas institucionales que permitan la recuperación de la salud, credibilidad y funcionalidad de los actores y del sistema en su conjunto.

Finalmente, creemos que en la situación actual de incertidumbre que define al país, no basta con aceptar y focalizar la magnitud de nuestra crisis, la tarea requerida pasa por revalorizar no sólo a la forma partido como organización e institución fundamental de la democracia representativa, sino por ensayar nuevas agencias y organizaciones de acción y participación política.

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