Opinión Nacional

La revolución de la revolución

Del mismo modo como las insolvencias de la revolución nunca han sido suficientes para asegurarle éxitos a la MUD, las falencias de la oposición tampoco le garantizarán ganancias axiomáticas al Gobierno en los tiempos que vienen. La verdad es que ambos polos están desembocando en el año 2014 en medio de un complejo proceso de rendimientos decrecientes, provocados por el desgaste del esquema de confrontación ensayado a lo largo de 14 años. «La sucesión» tiene por delante un panorama muy exigente que la convocará a probar caminos hasta ahora inexplorados, para tratar de superar la mengua inercial que hoy envuelve al proyecto bolivariano.

El deterioro de la fórmula polarizante que está teniendo lugar en Venezuela no significa la depreciación de las causas que han originado las disputas entre los dos bloques, ni el cese de esa pugna existencial entre la propuesta autoritaria y la democrática. Lo que está perdiendo vigencia es la manera como cada grupo administra sus diferencias, causa principalísima de la progresiva pérdida de influencia política por parte del PSUV y de la Alianza Patriótica, y de la pesada lentitud con que sus adversarios vienen ensanchando su ascendencia en los sectores desencantados con la evolución del proceso revolucionario.

Maduro y la nomenclatura están obligados a imprimir cambios que sirvan al propósito de refrescar al «proceso» y de dotarlo de nuevas motivaciones esenciales. Sin ellas resultará improbable el restablecimiento de aquella atmósfera que una vez estimuló la movilización del país chavista alrededor de grandes «objetivos superiores» y que abrió campo a un escenario de politización general de los venezolanos, cuya creciente apatía actual amenaza con acelerar el desencanto y la indiferencia frente al futuro de la obra del difunto presidente Chávez. Si las cosas no le salen bien a «la sucesión», el presidente fallecido será un buen recuerdo para su vieja feligresía, pero no una sobrada razón para seguir acompañando a sus herederos.

Así como el puntofijismo emprendió la reforma del Estado para tratar de oxigenar a la democracia, el polo patriótico necesitará emprender una «revolución dentro la revolución» para construir conexiones populares distintas a la de la simple lealtad con el «comandante eterno». De ahora en adelante, la calidad de la gestión adquirirá un peso mayor. Los contenidos ideológicos del discurso oficial tendrán baja rentabilidad en la etapa que se viene: también importará poco que la oposición no adquiera la talla para capitalizar el malestar, porque éste podría adoptar formas de expresión autónomas y, por tanto, más incontrolables y peligrosas. Lo que ahora le toca a Maduro es gobernar; hacer, recuperar el tiempo perdido… poner manos a la obra.

[email protected] y @Argeliarios

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