Opinión Nacional

La revolución no desea ser transmitida

Nada nuevo hay bajo el sol de la «revolución bonita». Salvo las amenazas que la acechan -provenientes de las entrañas de la sociedad-, «el proceso» flota sobre la inercia y en permanente desequilibrio. En el espejo donde a diario se observa su reparto, sólo están reflejadas la haraganería y la desidia, majestades de este tiempo. Las carcajadas de Izarrita son una fotografía de la socarronería con que se ponderan los dramas del venezolano: una evidencia en carne y hueso de esta farsa que los pergaminos oficiales denominan «proyecto de desarrollo socialista»

El Gobierno bolivariano es una corte de bufones diestra en la chocarrería. No hay esfuerzos destinados a aplacar las tragedias de la gente, aunque sobran los empeños en diluir los efectos de su inconformidad. A eso se refiere la última embestida contra la prensa escrita… No se trata sólo de silenciar al ciudadano: allí donde el totalitarismo ha exhibido sus colmillos, los susurros de la masa se volvieron bramidos. Se trata de invisibilizar y aniquilar su presencia estorbosa. De omitirla y excluirla del paisaje, para recrear escenarios decorados por pueblos artificialmente felices, que cantan loas al poder sin exigirle nada a cambio.

Tras casi 12 años de su ascenso al poder, la nomenclatura roja apenas logra mostrar su frigidez frente a la larga ristra de problemas postergados para cuando el socialismo produzca «la máxima felicidad posible». Tanta avidez por la historia no podía generar otro corolario: la V República no será una nota de pie de página en los anales. Con certeza, representará un capítulo oscuro acerca de la escandalosa degradación de un país víctima de su propia incongruencia de estatus.

Los 150 mil muertos contabilizados en lo que va de «cambio» -cadáveres de los que Izarra se burla- describen la tragedia y revelan el origen del fracaso. Las revoluciones, dadas a la rimbombancia, no tienen interés alguno en las «cuestiones pequeñas». «Las nimiedades» -según decía hace años el comandante- no hacen parte de las prioridades, pese a que son ellas las que definen el fracaso de los modelos utópicos.

Para los gobiernos decorosos, que no poseen ínfulas de grandeza, los problemas de la gente -como el de la delincuencia, la violencia y la inseguridad- son los de sus líderes. Pero el reparto del «proceso» los considera «menudencias», aun cuando, sin haber llegado al socialismo -destino calculado tras una transición de mil años- pretendan imponer, por decreto ejecutivo, una felicidad de auditorios restringidos… Obvio es que se sienten inestables. Obvio que el descontento les produce temor. Obvio también que no descartan un ajuste de cuentas. El 26S comienza la cuenta regresiva y la revolución, tan mediática ella, curiosamente, no desea ser transmitida.

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