Opinión Nacional

La revolución pende de un hilo…

El Presidente, en un supremo ejercicio de egocentrismo narcisista, ha proclamado en el Poliedro de Caracas que sin él “a la revolución se la lleva el viento…” (Fidel Castro dixit). Ergo los “líderes” del proceso bolivariano no valen medio. Son simples jarrones chinos, sin el guáramo y el aliento necesarios para sustituir, en algún momento (no somos eternos) al “insustituible” caudillo único de la revolución. Menuda aseveración. Aquí no hay juego para nadie. Que se olviden los autoproclamados delfines de Chávez.

Es característico del teniente coronel que las palabras atropellen, en carrera incontinente, al pensamiento. Eso de piense primero y hable después no va con él. Cuando la furia llena de sangre su cerebro, la razón queda relegada a momentos menos tormentosos. El estado de trance místico sirve para recordarle a sus discípulos y seguidores que ninguno sería nada sin él… Se lo deben todo; por lo tanto están obligados a obedecerle ciegamente, fielmente, como el perro a su amo.

Que sepamos, a las hojas secas se las lleva el viento, pero las revoluciones caen por su propio peso, algunas de manera negociada, otras por agotamiento y unas cuantas bruscamente. Siempre hay un denominador común: el pueblo cansado de tanta violencia, opresión y discriminación, es el sujeto y actor principal de los cambios democráticos.

Chávez, en un arranque de sinceridad, reconoce paladinamente su incapacidad de fraguar, con sus propias manos, un gobierno democrático a favor de los sectores populares. Significa una confesión ingenua (?) de la fragilidad de su movediza revolución. Ocho años de gobierno y, todavía, tenemos la sensación de que apenas estamos comenzando. De que no se ha hecho nada. Aparte de acabar con todas las instituciones… Venezuela se asemeja, cada vez más, a una tierra arrasada por la incapacidad y la corrupción de quienes nos gobiernan. El país se cae literalmente a pedazos y no pasa nada. Sólo palabras, palabras, palabras…
La sociedad venezolana se siente burlada, humillada, frustrada… El anclaje popular del régimen se hunde en la falta de respuestas a las carencias de la gente. ¡De qué vale un mendrugo de pan, si los malandros te asesinan cuando llegas al barrio! ¡Para qué sirven los submarinos rusos cuando miles de niños venezolanos no tienen con qué ir a la escuela y los hospitales no funcionan!…

Como buen demagogo, Chávez esquiva sus responsabilidades de gobernante disparando cohetones verbales envenenados a diestra y siniestra. Pierde el tiempo hablando de una sublevación continental contra el imperio, mientras las necesidades del colectivo crecen exponencialmente sin ser cubiertas. Su palabra se devalúa, se apolilla, de manera sostenida. El descreimiento popular, transmutado en rabia, en arrechera, hará estallar una bomba de tiempo de mecha corta (de acuerdo al lenguaje oficial) que, se llevará a la autocracia por delante. Soplarán con fuerza nuevos vientos de democracia, de paz, de concordia. En fin, de convivencia en libertad.

La desesperación del poderoso cacique lo hace regodearse de un “supuesto” fracaso del acto estudiantil del estadio universitario. O sea, los chamos rebeldes lo tienen loco… ¿Qué venezolano en su sano juicio puede alegrarse por el fracaso de una reunión convocada para ratificar la defensa de los derechos civiles y políticos? ¿No es esto una demostración del bajón anímico de quien ahora huye hacia delante, yéndose para Rusia, Bielorrusia e Irán, para no enfrentar los problemas?
A Chávez se le perdió la brújula para lidiar con la nueva realidad, por eso sale disparado hacia cualquier confín del mundo, cuanto más lejos mejor. Entre tanto, la patria lo espera impaciente…

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