Opinión Nacional

La revolución que necesitamos

Hugo Chávez llegó a la presidencia en 1998 en hombros de Rafaél Caldera, Luis Miquilena y José Vicente Rangel, veteranos miembros de la cuarta república. Llegó de manera pacífica y no por virtud de una revolución. La revolución que trató de iniciar en 1992 se había quedado enzarzada en una jungla de ineptitud militar, cobardías e indecisiones. Una vez llegado a la presidencia por la vía electoral, y como avergonzado de ello, se dedicó a estructurar una “revolución” política “aaaarmada”, diseñada para convertir a nuestro país en otra Cuba y convertirse él en otro Fidel Castro. Para ello ha comprometido una buena parte de los 200.000 millones de dólares de ingresos petroleros obtenidos durante los últimos ocho años, dinero derivado de la venta de unos 8000 millones de barriles de petróleo que se formaron hace 100 millones de años (cuando Venezuela no era aún Venezuela) y que ya nunca regresarán.

Con ese derroche de dinero que era nuestro y no de él, mucho de lo que Chávez ha logrado es disfrazar de diablos de Yare a los empleados públicos, sobretodo a los de PDVSA; prostituir al ejército; seleccionar un grupo de antológica mediocridad para las posiciones burocráticas mas altas de la administración pública; caerle a limosnas a los venezolanos mas pobres; excluir a la clase media y pensante del país del proceso de toma de decisiones; convertirse en el pupilo de Fidel Castro y poner en la nómina de sus amanuenses a Néstor Kirchner y Evo Morales; regalar o prometer (hay 17 refinerías prometidas para América Latina) millones de dólares a sus amigos ideológicos y armarse hasta los dientes (ya lleva $6000 millones gastados) para defenderse de una posible invasión por parte de quien no le hace caso.

Este conjunto de acciones de deleznable valor para nuestro pueblo es lo que él ha llamado una revolución. Para dotarla de algun ropaje ideológico ha usado textos escritos en una especie de taquigrafía epistemológica por Lucas Estrella (se acuerdan de “El Oráculo del Guerrero”?), el psicópata Norberto Ceresole, Marta Harnecker, Heinz Diederich, Michael Lebowitz y otros “ideólogos” importados mezclados, para darles algun sabor tropical, con el árbol de las tres raíces, unas cucharadas de vudú y textos de los hermanos Lanz, Luis Britto García y Alberto Mueller Rojas. De allí ha nacido lo que se ha dado en llamar “Socialismo del Siglo XXI”, un arroz con mango que nadie está interesado en analizar seriamente, excepto quizás Monseñor Moronta, y ello debido a un pedido expreso del dictador.

La “revolución” de Hugo Chávez ha llevado al país físico y espiritual al borde de la ruina: se han caído los puentes, hay más de 13.000 asesinatos por año, miles de niños de la calle, un chofer de autobús anda por el mundo disfrazado de canciller, no se consiguen ni el azúcar ni las caraotas ni las sardinas; cambian los símbolos de nuestra nacionalidad por instrucciones de una niña cuyo nombre no puede pronunciarse; un solo hombre tiende a poseer todo el poder en un país que tiende a convertirse un país de esclavos (según decía Bolívar); la corrupción es la mayor en nuestra historia; el gasto público y la deuda nacional crecen sin control.

Yo afirmo que esta no es una revolución sino un proceso suicida, una locura criminal. Afirmo que Hugo Chávez no es más que un patán empeñado en convertirse en caudillo mediante la utilización de nuestra riqueza petrolera y la manipulación de una parte de la sociedad para sus fines parroquiales de poder.

¿Cuál es la verdadera revolución que se requiere en Venezuela? ¿Qué involucra? Acaso ¿más dinero? ¿Más territorio? ¿Más constituciones o leyes? ¿Más tanques, misiles o submarinos? ¿Más siembra de odios? ¿Más comida gratis, universidades con diplomas instantáneos, limosnas?

La verdadera revolución
Mire usted, Sr. Chávez: La verdadera revolución que nuestro país requiere es la Revolución Actitudinal, una revolución que nos permitiría pasar de ser un país habitado por una masa amorfa, pobre, dependiente e ignorante, a ser un país habitado por ciudadanos. Esta es una revolución que no requiere de limosnas, ni prédicas de odio, ni alineamientos con gobiernos forajidos o de los escritos no aptos para diabéticos de Marta Harnecker. Se trataría simplemente de crear en el venezolano (a) la conciencia de ser un miembro efectivo de la sociedad, de ser un productor, de ser capaz de generar riqueza, de ser responsable de sus actos, de ser capaz de tomar iniciativas para progresar, de estar consciente de tener derechos y deberes, de tolerar y respetar a quienes no piensen como él (ella), de sentir genuina compasión por quienes menos tienen.

Para llevar a cabo esta revolución no hubiera sido necesaria una Constituyente, ni haber añadido una 27ava constitucion de 350 artículos a nuestra larga lista de textos legales, así como no fueron necesarias las 16 montoneras acaudilladas por ignorantes disfrazados de “revolucionarios” durante el Siglo XIX venezolano (incluyendo la liderada por el villano de Zamora). No era necesario disfrazar a los burócratas con un jubon rojo escarlata que les queda muy cursi para sembrar en la mente de los venezolanos una falsa impresión de revolucionarios. Lo que nosotros necesitamos en Venezuela no es irreverencia, patanería y vulgaridad en el ejercicio de la presidencia sino un liderazgo responsable dedicado a la creación de un país de ciudadanos. No era necesario predicar la hostilidad contra los ricos, la clase media, la iglesia católica y la disidencia política porque, precisamente, la creación de un país de ciudadanos demanda un liderazgo orientado a la unión y a la acción concertada, no a la destrucción de la sociedad a través de la prédica del odio. No era necesario saltarse a la torera todos los procedimientos democráticos y transparentes para manejar el gobierno, las finanzas públicas y la relación con la sociedad venezolana, a la cuál usted ha abandonado en su alocada búsqueda de poder político.

Debería usted saber que un país de ciudadanos no es una utopía. Existen ya países habitados por ciudadanos. Móntese usted en el avión Airbus de $65 millones, comprado de manera ilegal, y ande a Holanda y a los países escandinavos para que los vea en acción. Ande a Costa Rica, a Chile, a Canadá. Vaya a ver como funciona la sociedad norteamericana, a la cuál tanto odia, o como actúa la democracia y la comunidad en Inglaterra para que observe ciudadanos en acción, ciudadanos quienes no necesitan de sus limosnas disfrazadas de compasión. No encontrará usted ciudadanos en Zimbabue, o Corea del Norte, o Belarusia o Libia o Siria, ni puede usted asesorarse con las FARC sobre el como ser ciudadano.

Es trágico que usted haya perdido ocho largo años que debería haber utilizado en promover un país de ciudadanos. Más trágico aún es que haya utilizado esos ocho años para crear un país que se ha alejado dramaticamente de esa meta. Hoy en día nuestra Venezuela está mas lejos que nunca de ser una sociedad civil y civilizada, orientada al ejercicio de la ciudadanía responsable. El país está capturado por la sed de enriquecimiento, a como dé lugar. Los burócratas entran y salen del gobierno, no como los servidores públicos que deberían ser sino como turistas políticos, cada quién tratando de llevarse su parte del botín, sus comisiones o ingresos fáciles. Muchos banqueros, militares y contratistas del gobierno se han plegado a esta orgía de la corrupción. Mientras tanto, usted anda desligado de los problemas urgentes del país, en Argentina, país que le ha alquilado a Kirchner para dar rienda suelta a su megalomanía, rodeado de soldaditos venezolanos cuya presencia en suelo extraño debería constituir una afrenta para un gobierno extranjero que fuera digno.

¿ Y que hace usted allá? Vociferar en un corralón, llamar hijo de puta al presidente de un país que nos compra lo único importante que exportamos. Alli lo ví rodeado de patéticos personajes como la Sra. Heda Bonafini, la del pañuelo, quien pretende llorar a su nieto muerto a manos de otros argentinos celebrando la destrucción de las torres gemelas de Nueva York, como el droga adicto y anti-héroe Maradona, como los miles de piqueteros, esos vagos organizados de Argentina, quienes fueron a oir sus insultos cobrando en dólares, esa moneda odiada sin la cuál no pueden vivir.

Su inexcusable fracaso como presidente de todos los venezolanos y como administrador de nuestro patrimonio nos costará el sacrificio de dos o tres generaciones de venezolanos, la pérdida de 50 años de progreso y el mal uso de miles de millones de barriles de petróleo de nuestro subsuelo. Todo ello es irrecuperable, todo se perderá para siempre debido a sus extemporáneos anhelos de ser un nuevo Manco Capac.

No estamos en el Siglo XIX. Estamos en una época en la cuál la humanidad camina hacia una ciudadanía del mundo, no hacia Sabaneta de Barinas. Usted pretende enfrentar los retos de un mundo globalizado con los payasos del circo de Cabruta.

Esta revolución que usted preside tiene varias páginas aseguradas en la Historia Universal del Ridículo.

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