Opinión Nacional

La revolución salva a sus enemigos

La nueva consigna oficialista lo dice todo: «ahora más que nunca, cuenta conmigo». La expresión relata el objetivo que el Presidente se ha propuesto para encarar los próximos 23 meses. La revolución necesita recuperar la esperanza empalidecida de los sectores populares, cuyos problemas fueron postergados en beneficio de la «toma del poder». Los miembros de la nomenclatura hoy reconocen que el afecto indiscutible del que goza el comandante ya no es una garantía de voto duro: la aspiración de cambio es un dato de la realidad, que tenderá a extenderse hacia el campo chavista, si los desarrollos políticos y de gestión reconfirmaran la incompetencia del Gobierno frente a los temas importantes de la gente.

«El proceso» carece de certezas alrededor de lo que será su propio desempeño y no tiene más opción que echar mano, desde ya, a la sensiblería de rigor. Por el momento, la quincalla ideológica quedó clausurada: llegó la hora de besar niños y ancianos; de enviarle flores al país decepcionado y de reconquistar el corazón de aquellos cuya simpatía personal por el líder no le impide admitir su fracaso como administrador y gerente público. Durante más de dos lustros, Chávez se ha esforzado en que se le evalúe por sus «actos revolucionarios» y no por sus obras. El «cuenta conmigo» pretende explotar la imagen primigenia con que se le presentó al país tras su acomodo en Miraflores: la del hombre sensible y solidario, a quien -«por buen hombre»- Venezuela debe perdonarle sus errores y omisiones.

Pero el latiguillo propagandístico no alude sólo al reto de una revolución que ha visto languidecer las emociones de otrora. Su contenido describe también el desiderátum de la resistencia democrática, a la que le toca consolidarse como una opción superior frente al «proceso» bolivariano, aprovechando el único escenario que el Gobierno le ha dejado libre: la calle. Muchos creen hoy que la proscripción de la AN como el gran espacio para el debate político afecta el potencial de crecimiento de los opositores. Sin embargo, al no encontrarnos en la normalidad que alguna vez conocimos, la esterilización del Poder Legislativo más bien ha salvado a la oposición del riesgo de convertirse en una burocracia impedida de tejer vínculos sólidos con el ciudadano de a pie y sus tragedias cotidianas.

Obligada a inventar mecanismos para convertirse en la genuina vocería de los fragmentos populares del país, la resistencia democrática tiene enfrente una oportunidad. Ciertamente, es una oportunidad retadora, aunque -al no contar con otras vías, tras ser despojada de los teatros naturales del debate político- ha sido arrastrada, enhorabuena, hacia los únicos pateaderos donde se construyen los nexos necesarios para coronar su victoria frente a la arbitrariedad. El mismo Gobierno la está salvando del apoltronamiento.


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