Opinión Nacional

La seducción de Siracusa

Luego de diez años seducidos por el “proceso”, salvo por algunas tímidas críticas circunstanciales dichas en voz baja o en la intimidad de la mesa de un café, algunos intelectuales y académicos representativos de la izquierda de este país y de los que provienen de la izquierda americana y europea, se están desayunando hoy con una realidad que les golpea en la cara, el de haber estado amancebados con un régimen con pretensiones totalitarias al mejor estilo stalinista y con actitudes y acciones claramente fascistas, por cierto a mucha distancia ideológica del socialismo democrático moderno del que tanto hablan puertas adentro o desde sus “sillas” en universidades extranjeras. De allí que pensemos que, en muchos de éstos lo que ha privado es la transacción, el utilitarismo y el cinismo, aunque en algunos podríamos hablar de ingenuidad, candor o miopía.

Una académica tan respetable como lo es Margarita López Maya, declara consternada (“100% (¿contra?) Venezuela”, Últimas Noticias, 04.05.08), que ha sido sujeto de ataques por los medios oficialistas, al denunciar éstos su participación en un foro en el marco del Festival de Cine Venezolano de la Universidad de New York, solo por el hecho de haber convalidado con su presencia un afiche donde cláramente se observa a un militar que se apunta en la cabeza con una cámara de cine. La cámara está conectada a un surtidor de gasolina, dejando pocas dudas acerca de quién es el militar en cuestión. Del otro lado de la cabeza una masa roja se esparce conformando el Caribe y el continente suramericano que en forma de brazo sostiene un fusil.

Es inaceptable que Margarita López Maya, quien ha acompañado este “proceso revolucionario” desde sus inicios pero que ahora tiene una visión medianamente crítica del mismo, sea intimidada y quizás incluida en la lista de “traidores a la patria”, tal como han sido excluidos decenas de miles de ciudadanos, por cometer el crimen de expresar libremente sus ideas en un foro o por cualquier otro medio.

En su ensayo“El Fascismo Eterno” Humberto Eco afirma: “El fascismo era un totalitarismo fuzzy (difuso). No era una ideología monolítica, sino, más bien, un collage de diferentes ideas políticas y filosóficas, una colmena de contradicciones”. Entre la lista de características del fascismo que Eco apunta está, entre otras, el rechazo al modernismo y su marcada tendencia al irracionalismo:“Para el fascismo, pensar es una forma de castración. Por eso la cultura es sospechosa en la medida en que se la identifica con actitudes críticas. El espíritu crítico opera distinciones, y distinguir es señal de modernidad. Para el Fascismo, el desacuerdo es traición”.

Pareciera que algunos no lo ven así, pues el silencio cómplice en relación a la psicopatía política demostrada por el régimen en tantos actos de violencia verbal y física durante estos diez años, convirtiendo al disidente, al adversario político o simplemente al que no piensa como Chávez y los suyos, en “enemigo” al que hay que aniquilar. El mutismo ante el inmenso Ego que borró los límites entre partido, gobierno, estado y nación, erigiéndose como caudillo y disparando por los aires todo concepto de democracia. La sonrisa complaciente ante la cubanización del país, el eufemismo (para estar bien con todos) de calificar de “manifestantes” a las bandas armadas de la “revolución”, encapuchados portando fusiles automáticos y pistolas Glock 9mm que recientemente tomaron las calles del barrio 23 de Enero, el asalto y neutralización de las instituciones, la creación de un Estado paralelo por demás ineficaz y corrupto, la destrucción de la economía, el aislamiento progresivo del país de la modernidad global, entre otros desgarramientos de nuestra sociedad, ante los cuales estos cronopios se han comportado como convidados de piedra, nos recuerda la admonición de Mark Lilla en su asertivo ensayo “La Seducción de Siracusa”. Allí, profundiza las razones que llevaron a muchos intelectuales europeos del siglo XX a avalar toda clase de tiranías y desviaciones al sentirse atraidos, “seducidos por la fascinación del poder totalitario, sus líderes carismáticos o sus mesiánicas ideologías”.

Lilla, toma como analogía la desgraciada aventura de Platón quien apoyó la tiranía de Dionisio en Siracusa, atraído por su carisma y halagos. “Dionisio se transformó en ávido consumidor de ideas de segunda y tercera mano, que regurgitaba en escritos donde «picoteaba» el pensamiento de Platón. “Aunque Platón cometía un error en abrigar la esperanza de pensar que lo que motiva a ciertos hombres a ejercer la tiranía era un impulso psicológico de la misma índole —pensaba equivocadamente Platón— que el que lleva a otros hacia la filosofía”. Aunque no lo dice Lilla en su ensayo, ante las primeras críticas a sus desviaciones despóticas, “ante la imposibilidad de guiar al obstinado Dionisio hacia la filosofía y la justicia” (Platon) y al negarse a seguir apoyándolo, Dionisio ordenó encarcelarlo y luego lo vendió como esclavo. Platón, el filósofo creador de las ideas que sustentan la cultura occidental, fue vendido como esclavo, sometido a trabajos forzados y toda clase de vejámenes por órdenes de un tiranuelo mediocre.

Lilla afirma sin ambages que Dionisio es nuestro contemporáneo y que a lo largo del último siglo ha tomado muchos nombres: Lenin y Stalin, Hitler y Mussolini, Mao y Ho Chi Min, Castro y Trujillo, Amin y Bokassa, Sadam y Jomeini, Ceaucescu y Milosevic (el lector puede añadir sus favoritos).

Sobre los intelectuales europeos que apoyaron estas aberraciones, Lilla es caústico: “La Europa continental alumbró dos grandes sistemas dictatoriales durante el siglo XX, el comunismo y el fascismo; del mismo modo, también creó un nuevo tipo social para el que necesitamos un nuevo nombre: el del intelectual filotiránico. Algunos de los mayores pensadores de este periodo, cuya producción sigue vigente para nosotros, se atrevieron a servir a modernos Dionisios, tanto de palabra como de obra.

Un número sorprendentemente alto se convirtió en peregrino de las nuevas Siracusas erigidas en Moscú, Berlín, Hanói o La Habana (añadiríamos hoy a Venezuela). Como observadores políticos, coreografiaron cuidadosamente sus viajes por los dominios de los tiranos, (eso sí) con billetes de regreso en la mano. Las doctrinas del comunismo y el fascismo, del marxismo en todas sus barrocas mutaciones, del nacionalismo, del tiers mondisme -en ocasiones animadas por el odio contra el poder despótico- fueron todas capaces de generar feroces dictadores y de cegar a los intelectuales ante sus crímenes”.

Antes de que la palabra “ética” sea considerada contrarrevolucionaria en esta Siracusa tropical, a nuestros intelectuales filotiránicos les urge recordar a Octavio Paz cuando dijo: “La libertad no es una filosofía y ni siquiera es una idea: es un movimiento de la conciencia que nos lleva, en ciertos momentos, a pronunciar dos monosílabos: Sí o No”.

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