Opinión Nacional

La teledensidad y el desarrollo

Dos grupos de países con altos niveles de educación pueden tener una diferencia de hasta casi siete veces en sus tasas de crecimiento anual si entre ellos existen desigualdades sustanciales en su teledensidad y apertura comercial. En los países con poca educación y teledensidad dispareja, sin embargo, las diferencias se magnifican hasta por un factor de ¡32 veces!, tal como lo indica el más reciente informe del Banco Mundial sobre el desarrollo, titulado «El Conocimiento para el Desarrollo». De todo esto se desprende que un alto nivel de educación no basta para lograr un desarrollo acelerado y, que, paradójicamente, aún teniendo poca educación pero alta teledensidad es posible lograr el crecimiento económico aunque a una escala mucho menor que la de países con mejor educación.

La teledensidad introduce un elemento nuevo en la ecuación del desarrollo, al cual hasta ahora se le había visto principalmente bajo una óptica dictada por los países del sudeste asiático: educación + apertura comercial + intervención estatal como apoyo a la empresa privada = crecimiento económico. La teledensidad se refiere al número de líneas telefónicas por habitante, así como al acceso per capita a televisores, faxes, computadoras, Internet, y otros medios de comunicación masiva que sirven como poderosos vehículos de información y conocimientos. Este conocimiento es el que le permite al poco educado tomar decisiones más acertadas sobre su vida y, a la vez, quizás sin querer, estimular el consumo y también su participación en el sector económicamente productivo del país.

Es lógico pensar que independientemente del nivel de educación, a través de los medios de comunicación la gente se pueda enterar directamente (porque lo ve o lo oye) de lo que acontece no solo en sus localidades sino literalmente en todo el mundo, y así pueda juzgar mejor a un producto o a un servicio determinado, o conocer las oportunidades de trabajo que se le puedan presentar. Cuando esto ocurre en una sociedad educada es también de sentido común visualizar como el avance puede ser más expedito y rápido.

¿Cómo hacer, entonces, en esta Venezuela en crisis, para aprovechar la oportunidad que nos ofrece la tecnología y dar un salto al desarrollo antes que ocurran las tan esperadas transformaciones de nuestro sistema educativo formal?. Pues incentivando la diseminación de conocimientos a todo nivel, y la capacitación de nuestros trabajadores en todos los sectores de nuestra sociedad. Por ejemplo, el Estado podría diseñar importantes estímulos financieros mediante descargas fiscales y arancelarias para el uso masivo de la informática y de los medios de difusión de conocimientos como el acceso a computadoras, la Internet, faxes y sí, la densidad de líneas telefónicas por empresa y por comunidades (representadas por las alcaldías).

Igualmente, debería beneficiarse a las empresas que ayuden a escuelas vecinas con la adquisición y puesta en funcionamiento de computadoras en el ciclo básico de la educación. Lo mismo para aquellas empresas que contraten regularmente con universidades e institutos de investigación o de tecnología (nacionales o extranjeros), o con sus proveedores y clientes siempre y cuando implique esta asociación el uso y/o producción de conocimientos tecnológicos mas un componente de entrenamiento. El CNU, por su parte, debería dársele más dinero a las universidades que tengan vínculos empresariales o con los campesinos y productores agrícolas para ayudarlos en su capacitación para producir una agricultura más tecnificada.

En el sector privado industrial, por ejemplo, las empresas nacionales que adquieran, produzcan, y apliquen el conocimiento para ser más eficientes y competitivas deberían recibir fuertes estímulos fiscales y arancelarios por el Ejecutivo. Por allí se ha escuchado y leído en la prensa nacional que el Gobierno establecerá descargas fiscales a las empresas que generen empleo, pues bien, también debería hacerlo con aquellas que intenten su modernización a través de la adquisición de conocimientos tecnológicos y gerenciales.

A través de los incentivos, el Gobierno gana tiempo y dinero porque solo paga los gastos directos de educación y capacitación ahorrándose la organización y supervisión de esos programas pues lo harían las empresas privadas. La capacitación industrial y empresarial es un estímulo a la transferencia y uso de altas tecnologías subyacentes en productos modernos. Se deberían aplicar también sustanciales estímulos fiscales para las empresas que hagan investigación y desarrollo, tal como lo hacen Singapur y Australia que descargan hasta dos dólares para cada uno invertido en proyectos de innovación. Otros estímulos no menos importantes serían aquellos arancelarios para la importación de bienes de capital e insumos dirigidos a producir bienes de exportación de alto valor agregado. Habría, también, que ampliar el rango de cobertura del INCE, para extenderlo a un nuevo tipo de programa complementario dirigido hacia técnicos y profesionales y no solamente hacia principiantes.

Desde el punto de vista financiero, la fusión que se va a dar entre organismos como Corpoindustria, Foncrei, y el Banco Industrial de Venezuela, por citar solo a tres, debería considerar programas de financiamiento para el entrenamiento de personal (capacitación), para el estudio de mercados internacionales o regionales, y para las exportaciones basadas en productos novedosos de alta tecnología. Podrían establecerse otros mecanismos de financiamiento educativo fuera del ámbito del Ministerio de Educación, como por ejemplo, a través de ese nuevo banco de desarrollo que se pretende crear y establecer asociaciones con centros como el CENDES y el IESA para capacitar a futuros exportadores de servicios y productos tecnológicos al área Andina y a Mercosur.

El MIC debería crear un programa de premios anuales a las empresas más destacadas en el uso del conocimiento, el grado de informatización en la mediana y pequeña industria (o de servicios), o en los programas más innovadores y agresivos de capacitación de personal, o en la asociación con centros de investigación y desarrollo.

En fin, en esta difícil pero interesantísima «bisagra» entre el atraso y el progreso del país, se podría dar un gran salto hacia adelante con un poco de creatividad y coraje para usar efectivamente los poderosos mecanismos financieros del Estado en la promoción del conocimiento, y no al revés como ocurre con tantos países subdesarrollados.

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