La Tentación Populista
Es indudable que Hugo Chávez ganó las elecciones del 6 de diciembre pasado porque supo encarnar, como ningún otro candidato, los profundos deseos de cambio que sentían los venezolanos. Un cambio radical, profundo, capaz de sacar al país del prolongado estancamiento en que se halla, y que es el responsable de la inmensa propagación de la pobreza. El electorado vio en Chávez -y ve en él, como presidente electo- la figura sin compromisos con el pasado, opuesta decididamente a eso que vagamente se llama «el sistema», que puede rehacer a Venezuela y recuperar las esperanzas siempre postergadas de tener una vida mejor.
Pero para responder a este clamor popular Chávez, como candidato, desarrolló un discurso que presenta, al menos en algunos aspectos, ciertas contradicciones fundamentales que reflejan en buena medida las propias confusiones que se agitan en la opinión pública del país. Porque la palabra «cambio», cargada hoy de connotaciones positivas indudables, tiene -más allá de lo afectivo- un conjunto de significados concretos que ahora pueden resultar hasta antagónicos. El cambio puede representar un esfuerzo por modernizar realmente a Venezuela, por abrir su economía para que retorne el crecimiento y desaparezca la inflación, por establecer la seguridad jurídica que tanto necesitamos. Pero el cambio también puede implicar, para muchos que aun no comprenden cual es la verdadera dinámica de la economía, un intento por regresar a la época dorada del populismo, que tanto daño nos ha hecho, pero que en su momento brindó a muchos una vida subsidiada que se recuerda con nostalgia.
Este mirar hacia atrás que sin duda todavía prevalece entre nosotros, y que en buena medida explica las victorias electorales de Carlos Andrés Pérez en 1988 y de Rafael Caldera en 1993, está también presente en el triunfo de Chávez de hace unas semanas. La gente sigue aspirando a que el gobierno otorgue aumentos generales de salarios por decreto, los gremios empresariales -en especial los del agro- pretenden que se aumenten sus privilegios y la protección de que gozan, y no son pocas las voces que -entre los dirigentes del Polo Patriótico- proponen el retorno del IVSS, la paralización de las privatizaciones o la continuación de la suicida política de cuotas que ha sido la favorita de Arabia Saudita y de la languideciente OPEP.
Es obvio, para quien conozca la realidad de la economía venezolana y la forma en que se mueve el mundo de hoy, que un regreso al pasado resulta prácticamente imposible: una política populista, como la que precisamente siguieron AD, Copei y Caldera, sólo profundizará nuestros males económicos y sociales y no tendrá siquiera posibilidades -como en otras décadas- de producir un mejoramiento siquiera de corto plazo de nuestras condiciones de vida. Por eso hablamos de la tentación populista, de la peligrosa predisposición que puede haber, entre los nuevos gobernantes, a dejar para «después» el inevitable reordenamiento de nuestras finanzas públicas y enfrascarse en una pugna política y en un proceso constituyente que en poco puede resolver los problemas a los que nos estamos refiriendo.
De la madurez con que se forme el nuevo equipo económico, de la capacidad que tenga para adoptar medidas duras pero necesarias -ahora que es el momento oportuno y el gobierno goza de credibilidad- dependerá entonces que Venezuela comience a transitar el camino del cambio que verdaderamente necesita o que insista, ya sin recursos, en regresar al modelo económico que nos ha llevado a la crisis presente. Esperemos que la lucidez, en este momento singular de nuestra historia, prevalezca entre quienes tienen el apoyo de la mayoría.