Opinión Nacional

La tormenta perfecta

La tormenta perfecta es el nombre de una película norteamericana producida en año 2000, basada en una novela homónima de Sebastián Junger. La historia está basada en un hecho real y trata de unos pescadores de Massachussets, que en octubre de 1991 fueron atrapados dos tormentas, una de origen frío en el continente y otra de origen caliente en las cercanías de la isla Sable. La fusión de ambas anomalías atmosféricas desencadena una monstruosa tormenta; la más aterradora, violenta y destructiva de la historia moderna; que por supuesto acaba con el barco pesquero y con todos sus tripulantes.

La situación política venezolana se asemeja al relato de la película, pero se diferencia en que no se están formando dos frentes, sino siete –imposición de un modelo totalitario, división de los venezolanos en dos bandos, descontento militar, anarquía desbordada, inseguridad, hiperinflación y desabastecimiento–, que amenazan con conjugarse para producir la tormenta social más poderosa de nuestra historia.

Frente a la tormenta que se avecina, Venezuela se encuentra en el peor de los escenarios: por un lado, un gobierno ciego y sordo, que sólo le interesa mantenerse el poder y dilapidar nuestros recursos en el exterior, mientras el pueblo se hunde; y por el otro, amplios sectores de la oposición, incapaces de visualizar la realidad, y cuyo único objetivo es ponerle la mano a algún cargo público, para provecho propio. En otras palabras, no hay capitán que guíe al barco durante el huracán.

Ya no es posible impedir la “tormenta perfecta”, porque los siete frentes que la conforman están desatados de manera irreversible. Cuando llegue, arrasará con gobierno y oposición por igual. No dejará títere con cabeza. Lo que sí es posible es contener sus efectos destructivos, para que no acabe con todo el país, tomando cuatro sencillas medidas.

La primera consiste en implementar un plan de reconstrucción económica, basado en dos aspectos: el apoyo irrestricto a la empresa privada, particularmente a los sectores productivos, como lo son la agricultura, la ganadería y la industria; y, paralelamente, la construcción y reparación de las grandes obras de infraestructura, especialmente las relacionadas con el transporte y el suministro de agua y electricidad. Un plan como éste solucionaría los problemas de inflación, desabastecimiento y desempleo.

La segunda consiste en depurar y reestructurar las fuerzas militares y policiales, a fin de devolverles su espíritu de cuerpo y su condición profesional, quitándoles todo tinte político e ideológico. Esto permitirá llevar a cabo una guerra eficiente contra el hampa y la inseguridad.

La tercera consiste en rescatar las instituciones democráticas, particularmente los poderes públicos, devolviéndoles su razón de ser, su autonomía y su independencia; a fin de que sirvan a todo el colectivo, y no solamente a una parcialidad política.

Y la cuarta consiste en crear un nuevo liderazgo nacional, elegido democráticamente por la base de los partidos políticos, los gremios, los sindicatos, las asociaciones civiles y demás agrupaciones sociales; cuyo norte sea atender las necesidades del pueblo y no los intereses particulares.

Se aproxima la “tormenta perfecta”. Esperemos que sus estragos hagan reflexionar a los venezolanos, para emprender un nuevo rumbo, basado en el amor a la patria, la solidaridad y la justicia social; requisito indispensable para que más nunca vivamos esta terrible experiencia.

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