Opinión Nacional

La totemización del déspota

A nte la naturaleza que se opone, el chavismo devalúa su saldo de racionalidad a irracionalidad pura, se atrinchera en la fe que cree en absurdos e induce una totemización de su líder para convertirlo ­vivo o muerto­ en perenne e intangible divinidad tutelar de una cuasi teocracia. Su objetivo: descalificar por burguesa la relación laica, racional y adulta que debe mediar entre líder y ciudadanos, y retrocederla a formas arcaicas de la religiosidad, a empatía emocional.

Peligrosa involución y vulgar maniobra de ingeniería social, tal vez piloteada desde fuera y dirigida a la parte más manipulable de la población por el totemizable mismo.

El tótem es «el patrón del clan», un concentrado de poderes con el que se estrecha una relación de parentesco cómplice y excluyente, una «relación amorosa» (Jaua).

Cuando Chávez pronuncia la terrible sentencia: «Quienes no son chavistas no son venezolanos» habla el tótem, la cavernícola voz protorreligiosa de quien se impone cual protector de un clan de adeptos al que dispensará en exclusiva sus dádivas, mientras tratará de embozalar, exilar o pulverizar al insumiso reacio a la obediente pleitesía. Exige de los ciudadanos-feligreses subyugación emocionada, les manipula el universo simbólico e histórico para instalarlos en un mundo mitificado e irreal, degrada la política de Platón, Hobbes y Marx a rústica vivencia animista. Sus alocuciones y actos rebosan de «yo soy el único» autototemizador, evidenciando que el proceso es inducido por un narciso interesado, luego impostor. Un relevante texto de Ana Teresa Torres marca en estos días el despertar de la inteligencia nacional ante el intento despótico de autosantificarse, casualmente estigmatizado en simultánea por un artículo de Benedicto XVI en el Financial Times (¡eh, sí!) condenando toda «deificación del poder temporal» al modo del culto romano al emperador.

Selectos adláteres del líder/ tótem alimentan el proceso sin pudor ni decoro. «Otro líder como él no existe, pasarán 200 años más para que vuelva a existir un hombre así», proclama el vicepresidente, canciller y delfín Maduro. Con menos IQ y cero sintaxis, la Ramírez defensora del pueblo (o sea, del clan chavista), proclama que «el restablecimiento del Presidente nos va a conducir a una segunda etapa que es la revolución espiritual» y aclara que «el testimonio de la sanación del Presidente llevarán al pueblo a una fe, en ese aspecto espiritual va hacer de Venezuela a unos mayores niveles de conocimientos que si debemos tener fe» (¡sic!, fuente AVN).

Esta retrocesión de la política a forma primaria de la religiosidad (¡en pleno siglo X XI!), deja al desnudo una componente estructural del chavismo: el carácter mítico y antiutópico de sus pulsiones profundas. El pensar utópico es finalista y dialéctico, mesiánico y progresista, sin modelos ni héroes inspiradores; la perfección está en el futuro, debe buscarse a tientas. El pensar mítico es determinista y escolástico, cita obsesivamente modelos del illo tempore a copiar y vive fabricando ideologías seudológicas de respaldo. Todo pensar mítico es ontológicamente conservador y reaccionario al apoyo de una concepción cíclica de la temporalidad que justifique la restauración de pretéritas perfecciones, y manipula el mito originario hasta volverlo anunciador del tótem actual. La deificación de Chávez es así el acto final de su histriónica mitificación de Bolívar, al que ha manoseado al modo mágico-animista en las monedas, la bandera, la iconografía y la tumba, en los textos y con personal mausoleo, extremando el añoso culto al héroe para respaldar su pretensión sucesoral.

Uno de los problemas capitales de Venezuela es su eclipse casi total de la razón, sus partidos que no piensan doctrina y sus intelectuales morosos, su pensamiento débil y episódico frente al avance arrollador de un irracionalismo reaccionario y as usual cuartelero. Recordemos el grito lanzado al mundo en plena guerra, en 1943, por Mannheim: «Para sobrevivir, nuestras democracias deberán transformarse en democracias militantes».

 

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