Opinión Nacional

La transición venezolana

En un reciente artículo, Tulio Hernández llamó la atención en torno al
nivel de polarización que ha alcanzado la opinión pública obstaculizada la expresión de una complejidad de perspectivas para asumir la crisis y con sacrificio de los aportes de la intelectualidad, salvo que tengamos por tal a los animadores de la televisión. No obstante, emerge una literatura severa y confiable para asumir estos tiempos, en la que destacan firmas como la de Carlos Blanco y Manuel Caballero, colocándose en la acera del frente Néstor Francia, quienes lograron acceder a las casas editoriales para darle un poco más de espesor al debate siempre necesario. Incluyamos
una compilación de trabajos, publicados bajo la dirección de (%=Link(«http://www.casla.com.br/artigos/art3.html»,»Alfredo Ramos Jiménez»)%) , intitulada La transición venezolana. Aproximación al fenómeno Chávez (Centro de Investigaciones de Política Comparada, Facultad de Ciencias Jurídicas y Políticas, Universidad de Los Andes, Mérida, 2002).

Una asunción más rigurosa de la crisis que experimentamos siempre es posible, sobre todo al contar con una institución académica que ha hecho importantes contribuciones al país en los últimos años. Lo que puede llamarse la Escuela de Mérida, le pone un octanaje distinto a la discusión, invitándonos a la consideración de sendas categorías que empujan más lejos el carro del análisis en vez de los lugares comunes, las ligeras apreciaciones, que tienden a estacionarlo en los prejuicios increíblemente consistentes y duraderos.

Notándose siempre su presencia a lo largo de la compilación, Ramos Jiménez la inicia con Los límites del liderazgo plebiscitario, seguido por Luis Madueño sobre el populismo quiliástico, Manuel Hidalgo Trenado y un balance del liderazgo y la reforma económica de casi una década, Elena Martínez Barahona y la nueva clase política, Rosaly Ramírez Roa y la modernidad, Rickard Lalander y la descentralización, finalizando José Antonio Rivas Leone con la antipolítica. Los ocupa, entre otros matices relevantes, el voluntarismo plebiscitario, el neopopulismo y la (post) modernidad
periférica, llamando la atención los perfiles de lo que se ha denominado la nueva clase política venezolana y los agudos rasgos autoritarios del partido gobernante.

Admitamos el empobrecimiento del debate en los partidos políticos, unido a la desconfianza que generan en muchos sectores. Es hora de recobrar la hondura y fiabilidad de sus posturas y, en la nueva etapa que se avecina, la Escuela de Mérida será un magnífico estímulo, pues, la reflexión de los asuntos públicos es una responsabilidad mancomunada, sin que nadie ose monopolizarla.

Estalinada

Muchas veces no concuerda la inteligente contraportada con el contenido del libro publicitado. Esta vez me ocurrió con la obra de Richard Lourie , Stalin. La novela(Planeta, España, 2001). Sin embargo, ofrece elementos
dignos de mención en el contexto de los peligros que la Venezuela actual ofrece.

Las experiencias autoritarias y, más francamente, las totalitarias del
mundo urgen del recuerdo permanente. No es posible darle la espalda en nombre de las buenas intenciones que prodigan aquellos convencidos de una definitiva e instantánea redención social y para lo cual basta la entera e infranqueable voluntad.

Experiencias en las que afloran los inusitados indicadores de un régimen asfixiante y, así, Lourie le hace reconocer a Stalin la atención prestada a los chistes, pues, son las únicas rebeliones permitidas, preocupando que no aparezcan los nuevos (25). Y es que la política adquiere otra senda, claramente percibida como el “asesinato en el contexto adecuado” (201), aunque ella no abandone la elipsis que la caracteriza aún en sus más duras faenas: hablamos, por ejemplo, de la indirecta autorización de Lenin para que el georgiano robe un banco (151).

Una faceta importante en la vida de las dictaduras radica en ocultar o
intentar ocultar sus crímenes, operando un lenguaje que no tardará en ser conocido por todos. Lo ilustran las ejecuciones del “parque móvil”, en el que los motores dicen ahogar los disparos, “aunque la gente de la ciudad sabía perfectamente lo que significaba el ruido de los camiones en plena noche” (226).

La obra en referencia parece más un ensayo, alternando algunos capítulos dedicados al ascenso del líder en la tempestad revolucionaria y la operación “Pato” destinada a liquidar a Trotsky, el real y silente protagonista. Apenas nos encontramos con la promesa frustrada de una reconfortante ficción como es el caso de los dobles (personales y escenográficos) o del sufrido parpadeo del interrogado.

Lourie ha intentado dibujar a un personaje respaldado ya por una amplísima literatura documental y de ficción. Recordemos al Stalin o Trotsky de Isaac Deutscher y también la rica y sugerente novela de (%=Link(«http://www.seix-barral.es/fichaautor.asp?autor=154″,»Jorge Semprun»)%), La segunda muerte de Ramón Mercader.

Nos tienta hablar del culto a la personalidad que reaparece en un sector de la izquierda marxista venezolana, deseosa de cabalgar la oportunidad que dice brindarle Hugo Chávez. Empero, nos angustia que no recordemos lo acontecido en eso que se llamó el “socialismo real”.

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