Opinión Nacional

La unidad por el referendo

Para muchas personas que desde febrero del 92 desconfiaron del proyecto de Hugo Chávez, siempre resultó sorprendente y hasta paradójico que una persona como Alejandro Armas, se dejase cautivar durante algún tiempo por una figura como el actual jefe del Estado. Armas, político reflexivo, que combina una sólida formación intelectual con una infatigable praxis política, está colocado en la antípoda del Presidente de la República. Su vocación democrática, sobriedad y buen juicio marchan a contrapelo del estilo pugnaz, autoritario y caudillista de Chávez. Como jefe de la Comisión de Finanzas de la Asamblea Nacional demostró poseer un sólido dominio del área financiera y, sobre todo, del modo como funcionan y consumen el presupuesto público los organismos del Estado. Sus artículos en El Nacional los domingos sobre esta materia eran escuetos en adjetivos, pero abundantes en análisis, juicios críticos y cifras. Muchos de ellos verdaderas clases magistrales. Afortunadamente, Armas es de quienes estudian la realidad y son capaces de modificar sus posturas a partir de lo que esa lectura les va indicando. Llegado el momento en el que no quedaban dudas de la naturaleza autoritaria, personalista y, por supuesto, antidemocrática del Gobierno de Hugo Chávez, el diputado Armas se distancia del Presidente y forma tienda aparte. La organización que funda, Solidaridad, se ubica en el espacio de lo que podría llamarse la centro izquierda o izquierda democrática, posición política que reivindica la intervención del Estado en la economía y en las políticas públicas en general, con el propósito de promover el bienestar dentro de un clima de justicia social.

El sólido prestigio nacional alcanzado por Armas después de su alejamiento de las filas del chavismo, lo catapulta hacia la Mesa de Negociación y Acuerdos que se crea a finales del año pasado, cuando todo parecía indicar que el país se precipitaba por el camino de la violencia. Allí el líder de Solidaridad se desempeña con la ecuanimidad y firmeza que lo caracterizan desde su aparición en el escenario público. Esa plataforma, tan expuesta ante los medios de comunicación y tan vapuleada por el Gobierno, la utiliza para proyectar una imagen equilibrada, alejada del pantallerismo o de la pose, comunes en quiens la fama les queda demasiado grande.

El reconocimiento que obtiene por su labor en la Mesa y en los otros espacios en los que actúa, autoriza a Alejandro Armas a proponerles a la oposición democrática y, especialmente, a los precandidatos presidenciales, la suscripción de un acuerdo en el que se comprometan a convertir el Referéndum Revocatorio en el centro de atención de la lucha política en la actual coyuntura y a aplazar cualquier iniciativa dirigida a promover sus respectivas candidaturas “hasta que el país se haya pronunciado en la consulta”. Tal propuesta luce sensata por varias razones. La primera es que según variados indicadores Chávez se muestra decidido a utilizar los medios a su alcance para impedir que esos comicios se realicen. Todos los sondeos de opinión señalan que perdería la consulta por amplio margen. Estamos en presencia de un gobernante que ha demostrado un apetito insaciable por el poder. No se detuvo ni siquiera frente al paro de Pdvsa, durante décadas ícono que no podía ser profanado. Así es que sólo una poderosa fuerza unitaria logrará doblegar la voluntad del autócrata que quiere alzarse con el poder, a pesar de ser él quien, en gesto de insólita ingenuidad (o soberbia), insistió en colocar en la Constitución la disposición relacionada con la revocatoria del mandato de las autoridades electas con el voto popular. En el plano internacional resulta indispensable que se perciba que la oposición se encuentra amalgamada alrededor de esa meta. Sólo así podrá desplegarse toda la presión que la comunidad internacional, entre ellos los integrantes del Grupo de Amigos, está en capacidad de movilizar.

Otro argumento poderoso consiste en que el país necesita percibir que la oposición, o sea la alternativa frente a Chávez, se encuentra unida en torno a un proyecto compartido. Uno de los daños más graves que Chávez le ha infringido al país es la división. El país está fracturado, ya no en dos mitades como antes, sino en una inmensa mayoría que se opone a dejarse gobernar por un Presidente con inclinaciones dictatoriales, y una pequeña minoría que aún lo respalda. Entre las labores fundamentales que el liderazgo que reemplace a Chávez tendrá que emprender hay que anotar la relacionada con la reunificación nacional. Hay que revivir las épocas en las que el país compartía proyectos comunes. Así fueron los momentos que siguieron a la muerte de Gómez y a la caída de Pérez Jiménez. Las distintas clases y grupos sociales percibieron ante sí un proyecto que los unía: la implantación de la democracia, la modernización, la equidad social, el fortalecimiento institucional. La sustitución de Chávez evoca esas etapas en las que el país necesitó agruparse alrededor de ideales comunes. Tan profunda es la devastación de la economía, las instituciones, el Estado de Derecho y la sociedad en su conjunto, que la reconstrucción nacional implica una ardua tarea de cohesión. La oposición está obligada a dar muestras concretas de su disposición a colocar los intereses del país, tan desestimados en los últimos años, por encima de las inclinaciones partidistas o personales de quienes han logrado alguna figuración pública importante. Lo que se quiere para Venezuela hay que comenzarlo por casa.

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