Opinión Nacional

La utopía prostituida

El verdadero motor de la historia ha sido la utopía, no entendida como el ideal de la perfección, ni como un proyecto de vida irrealizable, sino en el sentido de la inconformidad del ser humano, consistente en pretender siempre algo mejor de lo que tiene, por bueno que sea. Desde el comienzo de los tiempos, en efecto, el hombre ha procurado mejorar su estatus, buscando tercamente metas cada vez más avanzadas. Por supuesto, no ha sido fácil, siempre ha habido grandes obstáculos, y de hecho la humanidad ha fracasado en buena parte de tan encomiable búsqueda. Mas obstáculos y fracasos no han logrado abatir el ímpetu progresista de hombres y mujeres, que los ha llevado a la lucha permanente, individual y colectiva, en pro de una vida mejor.

La utopía no ha sido, como a menudo se cree, un ideal moderno o reciente. Son muchas las formas que, desde la más remota antigüedad, ha adoptado a lo largo de la historia. De hecho, la Filosofía ha sido, y es, la teoría utopista por excelencia, en la medida en que todos los sistemas filosóficos, aun los más pesimistas, siempre han tenido su razón de ser en la proposición de un camino para alcanzar la felicidad. Pero, si bien es cierto que en el pasado ha habido interesantes proyectos para edificar esa sociedad, donde el hombre alcance el máximo de felicidad posible, ha sido en los siglos XIX y XX que se ha obtenido mayores logros. No hay duda de que el Marxismo, formulado teóricamente en el XIX, ha sido la doctrina filosófica, con sus derivados político, económico y social, que más ampliamente ha diseñado un proyecto concreto de utopía realizable. Y el siglo XX ha visto llevarse a la práctica, y al amparo de esa doctrina filosófico-política, el más vasto y complejo ensayo de concreción del ideal utópico tan larga y consecuentemente perseguido.

Nada de lo ocurrido desde finales del siglo XX puede borrar el enorme significado histórico de la Revolución Rusa de 1917, y de las que de ella se derivaron en buena parte del resto del mundo. Afianzados, prácticamente en todo el orbe, los efectos de la Revolución Francesa, que a su vez recogía valiosos antecedentes de la Revolución Inglesa y de la Revolución Norteamericana, la Revolución Bolchevique venía a ser el logro más avanzado en el humano afán de construir una mejor sociedad, basada en la justicia y la libertad.

Es en la medida de ese enorme significado histórico que puede calibrarse lo canallesco y proditorio de la conducta de quienes, desde temprano, prostituyeron los ideales y el concepto mismo de aquella revolución, hasta convertirla en el más grande y grotesco fraude de la historia. El estalinismo instaurado en los comienzos del primer Estado socialista, y luego trasmitido como virus maligno a todas las demás realizaciones basadas directa o indirectamente en la experiencia rusa, es el más grande crimen de lesa humanidad de que se tenga memoria. Crimen continuado por quienes, desembozadamente o con ladino disimulo, hoy se empeñan en reivindicar y reconstruir aquella perversa desgracia.

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