Opinión Nacional

La valoración de la política ante el despotismo

En otro tiempo, casi toda la América Latina estuvo dominada por un sector social que se consideró como el único que tenía el derecho de detentar el poder; sus jefes se creían los herederos de esa clase de caciques que sólo vivía por y para el poder; su ambición era desmedida y, por ello, por larga época nuestros pueblos sufrieron los embates de los más burdos, toscos y rústicos “militarotes” que creían, a pie juntillas, que el país era un cuartel y que el pueblo debía marchar a paso de pelotón, acosado por el terror como único principio rector de la vida nacional. Se habló entonces de la llamada “internacional de las espadas..”; desde Río Bravo hasta la Patagonia, uno solo era el estilo de gobernar y campeaba un particular “modo de vida” en el que la democracia era simplemente un mito y motivo de burlas socarronas por parte de esa escuela de déspotas.

Por décadas –que parecían siglos- los latinoamericanos fueron objeto de explotación de parte de los caudillos y gamonales que siempre orientaron su acción política hacia la concentración el poder, el usufructo del mismo, el exclusivismo, la corrupción y el sectarismo. La vida de aquel tiempo fue motivo para grandes obras de la narrativa literaria hispanoamericana como “Yo el Supremo” de Augusto Roa Bastos, “El Señor Presidente” de Miguel Ángel Asturias, “El Otoño del patriarca”, de Gabriel García Márquez y la más reciente “La fiesta del chivo”, de Mario Vargas Llosa. En todas ellas, se revela –por así expresarlo- la angustia, los avatares tenebrosos y el común denominador de la singular experiencia de todo un pueblo sufrido ante las embestidas de los “grandes conductores” de ese singular “proceso” político.

Ante el acoso de la autocracia descolló el empeño de los pueblos por la democracia: Latinoamérica no podía quedar atrás en la forja de un mundo mejor. ¿Por qué en estos pueblos no se podía vivir en paz y construir una nueva sociedad, tal como lo plantearon nuestros grandes héroes y pensadores..? ¿Por qué aparentemente “triunfaba” el empeño de los enemigos de la democracia..? ¿Para qué servía el mensaje de Bolívar y demás adalides de la Nación hispanoamericana..? ¿Por qué, en algunos casos, los tiranuelos se escudaban en la palabra de El Libertador y la manipulaban para sus fines contrarios a la libertad..? Asimismo: ¿por qué las grandes oligarquías, apoyadas por obscuros intereses extranjeros conspiraban en contra de la vigencia de una genuina democracia en estos pueblos..?

Para responder a estos interrogantes, muchos fueron los planteamientos en pro de una política al servicio de la legítima causa de los latinoamericanos. No se trataba de otra cosa, sino del enfrentamiento entre la civilización y la barbarie; entre la tiranía y la libertad; entre la dictadura y la democracia. A este redil, llegaron y se incubaron “oportunas” -en su momento- las lecciones de Hitler, Stalin, Mussolini y de tantos otros que nunca cesaron de ahogar los sueños de los pueblos por la libertad. De uno u otro modo los espectros de estos “grandes maestros” se albergaron en las mentes enfermizas de algunos que muy pronto fueron creciendo y dando forma –a modo de taco- en el medio de sus cerebros a un “proyecto” al que disfrazaron como el “ideal de un gran proceso de redención social”, bautizaron de mil modos y vistieron con los más raros y distintos ropajes.

En esa singular lucha, no pocos fueron los testimonios contra la opresión de toda laya. Los demócratas no olvidan los años de cárcel, la persecución a la disidencia, el exilio, la conculcación de los elementales Derechos Humanos, el acoso a la prensa, el uso y abuso de los tribunales puestos al servicio exclusivo del dictador de turno, la proscripción de la libre confrontación de tendencias, ideas y partidos; la ausencia de elecciones, el secuestro de los poderes públicos, el arribismo y, sobre todo, la improvisación y la ineptitud al frente del gobierno. Era común entonces hablar de paz y de orden, sí… la paz de los cementerios y el orden de silencio al servicio del sátrapa: los atropellos, los desafueros, la disposición de los dineros públicos sin control alguno, la ausencia de planes técnicamente concebidos a favor del desarrollo en el ámbito de la función pública y toda una serie de anomalías similares constituían las características esenciales de la vida nacional.

Cuando llegó la hora de la recuperación del camino hacia la construcción del ideal democrático, no cesaron los acosos de sus eternos enemigos. Agazapados continuaron conspirando; nuevos rostros de un antiguo drama; nuevas “propuestas” para reconquistar el poder. Para ellos, la democracia siempre ha sido un mito, una quimera. Lo que les importa es el poder por el poder mismo. Lucrarse de él, ejercerlo a costa de lo que sea, no importan los medios. Ahí estaba su respuesta ante el Qué hacer… en la política para estos pueblos.

De un tiempo a esta parte ha tomado –de nuevo- cierto cuerpo entre nosotros la tesis que concibe la política como instrumento para la división entre hermanos; esto es, de los que creen que la política es el medio más idóneo para lucrarse del poder a costa de las grandes mayorías populares; sí, han campeado a talante los que sostienen que la política sólo sirve para sembrar odios y mantener al pueblo en una constante agitación y zozobra, es decir, los que predican que los grandes males sociales son debidos no a las fallas propias sino a yerros de enemigos que cada día tienen un rostro distinto. Son diestros en el arte del disimulo, el engaño, la trampa, la mentira, la demagogia y la verborrea ilimite: los que consideran que la política no es la ciencia o arte del gobernar sino el instrumento de dominación por excelencia, puesto a favor de un empeño exclusivista y sectario, en el que la vida en libertad debe ser siempre una ilusión y fuente de burlas a diario.

En una coyuntura, surgida de una serie de circunstancias negativas de diversa procedencia, el pueblo cansado de tantos errores e inconsecuencias creyó ver cómo emergía una nueva esperanza para el logro de su redención. La llamada élite tradicional desvió su camino en la dirección de los asuntos públicos: en lugar de continuar con programas serios enfilados hacia la transformación social, dio paso al clientelismo pragmático y al electoralismo. La desazón y la angustia fueron los elementos más destacados para el cultivo de un profundo descontento popular. Se dejaron de atender las necesidades más sentidas de los sectores menos favorecidos en la distribución de la riqueza. La miseria, el atraso, la incultura y toda una gama de rémoras fueron aumentando esa decepción.

Ante tal realidad, no hubo respuesta adecuada de parte de la dirigencia política. No fueron presentados programas coherentes orientados hacia el logro de nuevos hitos a favor del avance social de modo integral y armónico entre todos los sectores de la Nación. En especial, no se evidenció el coraje suficiente para enfrentar los grandes retos sociales y, en el plano de la organización y adecuación de la estructura del Estado, se dejó a un lado la oportuna y conveniente decisión para introducir reformas oportunas y necesarias en ese ámbito. Algunos analistas se increpaban sobre cómo era posible que un país con inmenso potencial de riqueza natural, con una planta industrial y un parque tecnológico que de modo alguno pertenecía a los esquemas del siglo XIX, con inmensos recursos humanos caracterizados por una juventud pujante y preparada para asumir los desafíos del desarrollo social en todas sus facetas, con el mayor ingreso per capita de la sub-región, presentara ese dramático cuadro en su perfil socio-económico y jurídico-político.

El pueblo exigía una salida cónsona con su tradición a favor de la libertad y en función de la perfectibilidad del sistema democrático… El drama del pueblo y su descontento in crescendo fue el perfecto caldo de cultivo para el aparecimiento del nuevo rostro del populismo salvaje y… entonces las consejas “seductoras” dieron paso para la “resurrección” de un nuevo Reich en estas latitudes… algunos –en su ebriedad y corruptelas- ya hablan de “otros mil años…!”

Pero: ¿…el pueblo se cruzará de brazos…? ¿Se resignará..? ¿Bajará la cabeza y se entregará ante la voz del gamonal de turno…? No lo creemos. Este pueblo tiene una larga experiencia en la lucha por la libertad; no es la primera vez que se enfrenta a los intentos para ahogar su voluntad y su libertad. Tiene siempre presente el espíritu de sus grandes paradigmas de la libertad y la democracia. Tiene su conciencia abierta y firme voluntad para no doblegarse ante quienes se empeñan en convertirlo en una legión de genuflexos…

Nos solidarizamos con la posición política que siempre ha pregonado y defendido el principio de igualdad de todos ante a la ley, la libertad de pensamiento; de disentir sin temor a ser atropellado o perseguido; la creencia en un mundo mejor, más justo y más humano; el pluralismo; la libertad de asociación y participación en el manejo y marcha de los asuntos públicos; en la libertad de conciencia y de culto. Somos partidarios de la tendencia de pensamiento que estima al Estado y el poder político como instrumentos para el logro de un fin superior, el Bien Común; de ese punto de vista que considera la educación como un derecho universal y valora la política como un instrumento al servicio del hombre para la forja de una sociedad humanista y solidaria; de la política como uno de los medios más idóneos para la Justicia Social y defensa de la persona humana y su dignidad…!

La política es la disciplina de los ideales y valores a favor de la Justicia Social y perfectibilidad de la democracia como forma de gobierno y sistema de vida. La política es el instrumento que acredita el quehacer político como una de las más altas expresiones de la civilización humana. La política es la herramienta –digámoslo así- que estima positivamente el valor del esfuerzo de nuestra especie por resolver sus contradicciones con el uso de la fuerza de la razón y, por ello, el medio más idóneo para enfrentar a los que pregonan la razón de la fuerza; la política es el recurso de primer orden para que el Estado, el poder político, el gobierno y toda la estructura del orden social, sean instrumentos al servicio del progreso humano y, fundamentalmente, para la convivencia humana.

La forja de un clima de paz, libertad y democracia, evidentemente, choca con el afán de lucro, el usufructo del poder, la concentración del mismo en contra del real espíritu del Derecho y la desmedida ambición exhibida sin sutilezas por el empeño de los gamonales de nuevo cuño. La lucha continúa. Al bravo pueblo le aguardan grandes jornadas y no pocos sacrificios. Al final, siempre triunfa la verdad y la justicia…!

*Abogado, Politólogo y Profesor universitario

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