Opinión Nacional

La verdadera esencia del Estado venezolano

Hace unos días escuché a Oscar Yanes decir que el enfoque de la oposición nacional e internacional a Hugo Chávez se parecía mucho a la política del primer ministro de Gran Bretaña, J. Chamberlain y sus aliados en su relación con Adolfo Hitler. Esa política, se dice, permitió que los nazis se atornillaran en el poder y condujo a una inevitable guerra mundial. Sin embargo, hay quienes sostienen que esa política era la más indicada, porque permitiría a la larga que el pueblo alemán supiera en realidad quién era Hitler y hacia donde los conduciría su errada política. No importaba el costo en sufrimientos y muertes, si con ello se eliminaba de la faz europea la amenaza totalitaria para siempre.

Igual cosa ocurriría años más tarde con la política de confrontación con la Unión Soviética. La Guerra Fría, como se la denominó, permitiría, a la larga, que los rusos y sus satélites se convencieran de lo equivocada de sus políticas y retornaran al capitalismo y la democracia. Si, cuando la crisis de Berlín, al presidente norteamericano Harry Truman se le hubiera ocurrido lanzar un ataque atómico contra la URSS, es probable que habría triunfado, pero habría dejado sembrada la semilla del totalitarismo comunista y sus sueños de panacea mundial.

Ciertamente que el argumento tiene su asidero, pero no toma en consideración el sufrimiento de los pueblos alemán y ruso, durante esos totalitarismos. Es fácil ver los toros desde la barrera y aconsejar al torero. Lo difícil es ser torero y enfrentar al toro en el ruedo. Pero, claro está, eso es responsabilidad única del torero y no de los espectadores. Así ocurre en Venezuela. El problema que representa Hugo Chávez es nuestro, de los venezolanos, y no le incumbe resolverlo a más nadie.

La guerra avisada

Es probable que cuando se inventó el dicho de que “guerra avisada no mata soldado”, una época en que el armamento era poco sofisticado, hubiera razón para tal aserto. Pero la modernidad lo ha vuelto una mentira. Como ha ocurrido con tantos otros. Veamos no más algunos ejemplos.

Nadie puede poner en duda que la Primera Gran Guerra fue muy costosa en términos de muertos, heridos y sufrimientos. Era la primera vez en que el hombre enfrentaba las grandes máquinas de guerra: la ametralladora, los cañones y morteros de gran calibre. Fue así como los ejércitos llegaron a confrontarse en la llamada guerra de trincheras. Tratar de romper esta situación de estabilidad en el frente, resultó extremadamente costosa. Sólo en la batalla de Verdún hubo un millón de muertos.

Por el contrario, las guerras relámpagos iniciadas por Alemania en 1939 causaron pocos muertos. Polonia se rindió en escasas tres semanas, Dinamarca y Noruega en apenas tres o cuatro días. Holanda en 48 horas. Y Bélgica y Francia, defendidas por las magníficas fortificaciones de la línea Maginot, y la Fuerza Expedicionaria Británica, apenas si duraron un mes. La guerra se extendió hasta 1945, porque Gran Bretaña y Estados Unidos, defendidas por sus flotas y un amplio océano, estaban ya prevenidas cuando les tocó el turno. Pudieron rehacer sus ejércitos y agarrar al enemigo cuando éste se encontraba sobrextendido y cuando la industria bélica norteamericana, segura de no ser bombardeada, pudo manufacturar equipos militares en incontados números y desarrollar nuevas armas.

Lo mismo ocurre con los golpes de Estado. Si se logra mantener el sigilo hasta el último momento, los resultados son poco cruentos. En Venezuela, el 24 de noviembre de 1948 hubo un solo muerto. En Chile, el 13 de setiembre de 1973, no pasarían de un centenar. La represión posterior fue otra cosa. Por el contrario, el golpe del 18 de julio de 1936, en España, agarró a los republicanos prevenidos. La confrontación de ambos ejércitos en la Guerra Civil duró tres largos años y costó un millón de muertos.

Un Estado sui generis

Venezuela es un Estado que se ha arropado con un manto capitalista y democrático para ocultar su verdadera esencia. Por un lado, el gobierno venezolano procede de una ideología absolutista. Lo que hemos dado en llamar democracia en los últimos cuarenta años, no ha sido otra cosa que una lucha constante en contra de ese absolutismo. Los gobernantes, sea cual fuese su signo político, en las chiquiticas, siempre recurren de una manera u otra, a la tendencia autoritaria.

“Ni renuncio, ni me renuncian”, fue una frase simbólica de Rómulo Betancourt. Las huelgas de los educadores y de los médicos, vistas desde el gobierno, son siempre malas, abusivas de los derechos del ciudadano por la salud y la educación. Todavía se echa de menos la Ley de Vagos y Maleantes.

Por otro lado, tenemos que entender el problema creado por la descentralización. En un país desarrollado, en el cual las relaciones exteriores, las comerciales y las financieras, así como las cuestiones relacionadas con la defensa son de primerísima importancia, no reviste trascendencia entregarle a las provincias la construcción de las obras públicas o los servicios públicos a los municipios Pero en un país donde aquéllas son cuestiones meramente formales, la división de funciones, implica una mayor popularidad de los gobernadores y alcaldes por la mayor cercanía a los ciudadanos No es raro entonces que no se pueda tolerar una Policía Metropolitana en manos de un opositor político.

Pero aún hay más. En todo país capitalista, es el sector privado el dueño de los bienes de producción. El Estado vive de los impuestos. En Venezuela, no. La principal industria, la de hidrocarburos, es reserva exclusiva del Estado, el que también es dueño de las grandes centrales hidroeléctricas y de numerosas termoeléctricas. La actividad minera es también exclusiva del Estado, como son los puertos, los aeropuertos, las loterías, los hipódromos, las salinas, numerosas empresas relacionadas con el agro y con la cría y pare usted de contar.

Es el capitalismo el que hace posible y necesaria la democracia. Pero un Estado propietario de casi toda la actividad económica de importancia es, más bien, un obstáculo para su desarrollo. Por eso el militarismo siempre está a flor de piel. Porque son los militares, la nobleza de espada, los sobrevivientes únicos del absolutismo.

La herencia de abril

¿Puede tener, en estas circunstancias, un paro de la actividad económica de un sector privado muy disminuido la importancia que aquí se le quiere dar? Dependería de dos actividades fundamentales, mejor dicho de una, porque la otra depende de aquélla. Me refiero a la electricidad. Si las grandes turbinas de Guri, de las Macaguas y de la Uribante-Caparo y si las no tan grandes de las termoeléctricas de Planta Centro, de Tacagua, de Amuay y tantas otras que suplen de electricidad a las ciudades dejan de funcionar, aquí se desata el caos. Las bombas de los pozos petroleros, las de los oleoductos y de los acueductos y las refinerías se detendrían. En tres o cuatro días, a lo sumo, toda actividad se paralizaría. Al Estado dejarían de llegarle los recursos hasta para pagar a su Fuerza Armada. Lo malo es que el gobierno ha sido avisado con antelación. No hay agenda secreta.

Pero si esto llega a ocurrir es porque la conciencia de los trabajadores todavía empleados ha decidido adoptar un modelo de Estado enteramente distinto. Un Estado en el que el sector privado domine enteramente la actividad económica y en el que el gobierno actúe únicamente como regulador.

Si así fuera, de nuevo Venezuela, al igual que aquel 19 de abril de 1810, se estaría adelantando a la América latina, que seguramente seguirá su ejemplo.

Santiago Ochoa Antich es diplomático de carrera, politólogo y periodista. Fue Embajador de Venezuela en Austria, Canadá, Jamaica, Paraguay, San Vicente y las Granadinas, El Salvador y Barbados.
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