Opinión Nacional

La verdadera lucha de clases

Desde hace diez años la casta gobernante desempolvó el manido lenguaje de la lucha de clases. Con motivo de la campaña por la reelección indefinida de Hugo Chávez, este estilo de cliché recrudeció con furia. Quienes se oponen a que el caudillo se eternice en Miraflores son tildados por el comandante de burgueses, oligarcas, pitiyanquis y capitalistas, además de traidores a la patria. Declara el jefe supremo de la revolución bolivariana que la batalla por su reelección continua es una expresión más del eterno conflicto entre ricos y pobres, entre explotadores y explotados. ¡Vaya forma de querer enmascarar sus apetitos insaciables de poder!
Cuando los partidos y organizaciones de la izquierda progresista adaptaban su visión de la sociedad a los cambios introducidos por la modernidad y, en consecuencia, moderaban su lenguaje, la izquierda paleolítica que ascendió al poder en 1999 retornó a los códigos cargados de odio y resentimiento elaborados por los comunistas en el siglo XIX y primera mitad del siglo XX. La lucha entre clases sociales “irreconciliables” proclamada por Marx y Engels en el Manifiesto Comunista de 1848, ha sido enarbolada de nuevo por el teniente coronel Chávez Frías y sus lugartenientes, con el fin de profundizar la fractura social existente en el país desde hace varias décadas.

Todos los países que han mejorado sus condiciones de vida y sacado a millones de familias de la pobreza, lo han logrado a partir de la colaboración entre las clases que el sitúa en campos opuestos: empresarios y trabajadores, capital y trabajo. Ahora el comandante en jefe le propone a la nación el mismo esquema que ha fracasado en todas las latitudes donde se ha aplicado: las hostilidades sin tregua entre ricos y pobres. Con esta confrontación maligna y maniquea, se busca manipular la conciencia de los sectores más necesitados para que respalden a Chávez en su propósito de atornillarse indefinidamente al mando.

Sin embargo, visto el asunto desde una perspectiva distinta a la que plantea el hombre de Barinas, habría que admitir que en Venezuela sí se está dando una lucha entre clases irreconciliables, sólo que no es entre los bandos que señala el gran cacique, sino entre la claque que se entronizó en el poder, y le obedece dócil y ciegamente, y ese país decente y democrático que desea trabajar para que Venezuela mejore en todos los órdenes. La nueva clase dominante se divide en dos grandes sectores, complementarios entre sí: la supermillonaria boliburguesía y la arrogante boliburocracia que maneja el Gobierno, la Asamblea Nacional, el TSJ, el CNE, la Fiscalía, la Contraloría, las Fuerzas Armadas y, desde luego, el aparato del PSUV. Ese estamento, al cual puede accederse sólo si se le rinde culto rastrero al hombre de Sabaneta, le declaró la guerra a la otra parte de la nación que se encuentra excluida de los privilegios. Para llevar a cabo esa ofensiva utiliza sin escrúpulos todo el poderío de la maquinaria estatal y gubernamental.

El ventajismo abusivo de la campaña a favor del SÍ revela con perfecta nitidez la visión de Chávez en torno de la democracia y de las relaciones que deben existir en una sociedad entre el Estado y los ciudadanos. Vladimir Lenin decía que a quienes se opusieran a los designios de los bolcheviques había que aniquilarlos. El comandante tropical retoma esas palabras y las lleva a la práctica para que no queden como mero recurso retórico: a los estudiantes que aspiran a un futuro en el que ellos puedan participar como dirigentes sociales, les reparte perdigones, peinillazos y “gas del bueno”, les sabotea los foros que organizan y, de paso, pone a declarar a su corte de alabarderos como si los chavistas nunca hubieran lanzado una piedra, ni se hubiesen puesto encima jamás una capucha en sus años mozos; al comandante del Plan República le ordena agredir a Teodoro Petkoff por haber escrito un editorial en el cual el líder político les aconseja a los militares acatar la Constitución, y, por añadidura, lo conmina a gritar patria, socialismo o muerte, cual si fuera miembro de la dirección nacional del PSUV; al Metro de Caracas, el principal transporte público de la capital, subsidiado con dinero de todos los venezolanos, le exige pintar los vagones y mantener una propaganda que insulta y humilla a los caraqueños (afortunadamente el CNE condenó este atropello); a PDVSA, la empresa nacional fundamental, la utiliza con fines propagandísticos y para financiar el SÍ; todos los ministerios y organismos públicos han sido alineados para que apoyen a Chávez. Ni una sola dependencia oficial ha quedado al margen de esta cruzada insolente, inconstitucional e ilegal.

Al pueblo soberano, que ya le dijo NO a la misma enmienda, lo abruma con una publicidad desmedida, mientras le niega el derecho a que, con esos mismos recursos, lo dote de salud, educación, servicios públicos, empleo y vivienda, las verdaderas aspiraciones de los venezolanos. A los trabajadores les impide agruparse en sindicatos libres. A los empresarios los acosa. A quienes no se le rinden, los amenaza y chantajea. Ejercita el poder para abusar.

La lucha de clases de Chávez consiste en una batalla campal contra el país decente y a favor de la burocracia y la bolioligarquía, que obtienenn beneficios financieros astronómicos por respaldar su apetito insaciable de poder. Sus favoritos son los miembros de esa élite abyecta y obsecuente que le aplaude todos sus desbarros. Incluso Marx y Engels se avergonzarían.

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