Opinión Nacional

La victoria del rebelde

La diferencia sustancial entre el rebelde y el revolucionario estriba en que el primero corresponde a la libertad de poder ser, mientras el segundo, a la imposibilidad de no poder ser, por su atávica correspondencia con la ideología marxista. Porque la rebelión está fundada –es innata– con la naturaleza humana; en cambio, la revolución emerge con el deseo de un grupo que se propone alcanzar el poder para sojuzgar a otros, y arrebatarles de ese modo, la libertad con la cual han nacido. Por algo, lo que fue una rebelión del pueblo cubano en sus inicios contra la dictadura de Fulgencio Batista, fue corrompida al transformar el ejército rebelde de esa gesta, en un ejército revolucionario con el rigor militar estalinista, una vez que su máximo líder, Fidel Castro, se planteó una dictadura comunista y no un Estado democrático. El punto de inflexión de esa realidad, lo marcó la condena a veinte años de cárcel para el comandante Huber Matos, y el asesinato del otro comandante del ejército rebelde, el carismático y noble Camilo Cienfuegos, por oponerse ambos, a los planes del líder del movimiento del 26 de Julio que derivó en dictador. En fin, el rebelde tiene más posibilidades de concretizar y expandir su libertad en la democracia, y jamás, en las dictaduras de izquierda o de derecha. Nelson Mandela es el faro de luz de esa verdad que irradia el verdadero hombre rebelde.

En Venezuela ha comenzado una rebelión, en el entendido de que toda rebelión es mucho más profunda que una revolución. Haber propuesto transparentar la realidad política y social de la Venezuela contemporánea a través de la verdad, y no de la mentira, ha convertido a Henrique Capriles en el primer líder político rebelde que no transa sus principios, como lo hizo una parte de la clase política tradicional, y ahora, la cúpula de militantes y funcionarios de la Revolución Bolivariana. Capriles no degrada la táctica para que prospere la estrategia. Ha oído la voz del pueblo. Su nuevo perfil político calza perfecto con su perfil conductual. Solo un punto de coincidencia lo hermana con el fallecido presidente: su abuela. La diferencia está en que la abuela de Capriles venció el horror del Holocausto y decidió ir hacia el territorio de la libertad. En ese territorio nació Capriles.

 

En cambio, el anterior presidente no pudo superar el terror producido por las palizas de una madre iracunda, a pesar de que su abuela lo protegía, escondiéndolo en un escaparate, del cual nunca pudo salir. Chávez no conoció la libertad de ser. No fue un hombre rebelde, pero tampoco un revolucionario. Sólo atinó a ser un espejismo del trópico, como dijo un personaje de Rómulo Gallegos. Su mayor descaro fue haber propagado por un largo tiempo, que su enfermedad era una mentira, hasta que la propia muerte quedó perpleja cuando vio su cadáver. Quizá por ello, el difunto presidente devino hacia la sobredimensión de su personalidad, pero con una carencia profunda que lo exponía a la vulnerabilidad esencial. Esa fisura psíquica y espiritual, explica el porqué, fácilmente, pudo entrar la figura patriarcal de Fidel Castro.

 

La épica del pueblo venezolano, ha sido la épica de Henrique Capriles. Ha conocido la victoria y la derrota. La prisión y el dolor. La descalificación, el insulto y la infamia. Pero no ha opuesto ni propone, el rencor o la venganza, para redimir a Venezuela. Ha dado una muestra de humildad y desapego, sobre todo, en relación con la soberbia del poder. De nuevo, pero como nunca antes, en esta elecciones presidenciales donde participó, no sólo tuvo en su contra el ventajismo y las arbitrariedades de un Estado corrupto y fraudulento, sino que se enfrentó contra el golpe de Estado continuo dirigido desde La Habana por los Castro. Éstos activaron todas las formas del fraude para hacer valer un triunfo de un títere barato, que la verdad, representada por Capriles, no iba a tolerar ni aceptar. Hoy, la victoria del pueblo venezolano, encarnado en Henrique Capriles, no pertenece a un golpe de suerte ni a una maquinaria partidista, sino, a la más profunda construcción que depara el amor por Venezuela. Aunque su merecida victoria, mientras tanto, le ha sido arrebatada por la mentira.

 

 

 

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