Opinión Nacional

La victoria escondida del Presidente Chávez

“Tan doloso es poner una revolución democrática
en peligro por exquisiteces puristas como dejar a
esa revolución consumirse por un silencio
falsamente revolucionario”
Ernesto Müntzer

La complicación de una promesa
Que Venezuela iba a enrumbarse al socialismo fue la promesa electoral que
llevó al Presidente Chávez al triunfo espectacular de diciembre de 2006. De ahí
que, de entrada, que se cumpliera esa promesa no era sino una cuestión de
honestidad política. Que la fórmula fuera una reforma constitucional abría más
interrogantes.

Es indudable que una Asamblea Constituyente obligaba a un
debate más en profundidad, con sus indudables ventajas, pero también se
acompañaba de dos inconvenientes: implicaba disolver la Asamblea –con
mayoría absoluta chavista tras la retirada de la oposición- y significaba un
cambio de modelo cuya profundidad no podía decretarse sino que tenía que
estar primero asentada en la ciudadanía. Reforzar la idea de que se camina
hacia un nuevo contrato social tiene siempre interés, y aún más cuando se
pretende construir ese nuevo consenso a través de la legalidad y la legitimidad
constitucionales.

La decisión final, políticamente correcta, fue dar pasos
graduales a través de una reforma. El socialismo se hace al andar.

Sin embargo, y como pudo comprobarse durante los tres meses de debate, era
evidente que esa reforma era complicada en la forma y confusa en el fondo.

Pese a que el mismo Presidente reconoció haber recibido informes
cuestionando algunos aspectos e, incluso, la conveniencia de la misma, el
proyecto llegó finalmente a una Cámara entregada que hizo bien poco por que
el pueblo se enamorara de la propuesta.

La actitud tradicional de la oposición de intentar tumbar el proceso bolivariano
apoyándose en cualquier excusa –apoyada por una iglesia tan lejos de dios
como cerca de los Estados Unidos- forzó, como en otras ocasiones, a que se

simplificaran las posiciones. La proliferación en Venezuela de iracundos y
acríticos altavoces de la última afirmación del Presidente, caracterizados por
tomar al pie de la letra cualquier intervención presidencial y convertirla en
artículo de fe, terminaba de enturbiar la serenidad del debate. Una vez más se
perdía la posibilidad de abrir una discusión desde dentro de la revolución que
permitiera un compromiso ciudadano a la altura de los momentos más críticos
vividos durante el debate constitucional (1999) o con ocasión del golpe o del
revocatorio presidencial.

Aunque ya en un inicio hubiera parecido sensato optar por un ejercicio de
simplificación del texto constitucional, se optó por insistir en la Flutgesetz (la
marea legislativa tan propia de la época), con el resultado de que los finalmente
muchos artículos reformados, así como la complicada redacción de buena
parte de ellos sembraron el fárrago y el oscurantismo. El apresuramiento que
demostraban algunas redacciones, el escaso cuidado con la técnica
constitucional, el endurecimiento de los requisitos para la participación, la falta
de concreción de la nueva geometría política (postergada a desarrollos
legislativos posteriores), el refuerzo del Ejecutivo o la superación de la
descentralización tradicional eran elementos que reclamaban mayor
explicación y quizá, como se argumentó desde dentro del chavismo, una
asamblea constituyente. El argumento de que la reforma debía apoyarse en
bloque no ayudaba a abrazar la propuesta, pues conforme iba creciendo en
volumen la reforma, más difícil se tornaba encontrar una lógica común a todos
ellos.

Es indudable que la reforma vigorizaba al Presidente de la República. Pero en
vez de explicar este hecho como algo necesario y paralelo al empoderamiento
popular (sentar a Gramsci en la mesa de Montesquieu), se distraía el debate
con otros asuntos que parecía excusas y que no daban argumentos para
contrarrestar las alertas catastrofistas de la oposición. La tarea de
enmascaramiento puesta en marcha por los adversarios del proceso bolivarano
terminó de confundir a quien se adentrase en las entrañas de la reforma, aún
fuera cargados de paciencia y conocimiento. Las tardías y malhumoradas
explicaciones no podían, en la recta final, competir con las simplificaciones
oportunistas de la oposición.

De Asambleas y plazos
Por si fuera poco, en el trámite parlamentario, los 33 artículos iniciales se
convirtieron en 69. Un Parlamento que había necesitado poner en marcha el
parlamentarismo de calle para legitimarse (apenas lo apoyaban dos
venezolanos de cada diez), se colgaba de la propuesta presidencial para
reinventarse la reforma. Pronto llegaron los recursos que hicieron del Tribunal
Supremo un actor muy presente en esta historia. Como además el calendario
de aprobación estaba absurdamente urgido por las fechas navideñas, los
plazos de discusión popular se hacían aún más escasos, complicando la
posibilidad de un debate sosegado que pudiera repetir la experiencia de 1999
y, al tiempo, desmontar las falsedades difundidas en los medios. Pretender que
la apelación al Presidente bastaba en última instancia para superar estas
deficiencias es no entender el éxito en la politización lograda por el propio
proceso bolivariano. Tres millones de chavistas han hecho valer su
discrepancia no apoyando la reforma sin que eso implique abandonar su apoyo
al Presidente, prueba de que estamos ante una revolución que es bonita
porque ha politizado y no adoctrinado.

El momento en que fue convocada la reforma es igualmente algo que no
permite fáciles análisis ¿Era ahora el momento idóneo, sin haberse siquiera
alcanzado el ecuador de la Presidencia? ¿No cargaba aún la ciudadanía el
esfuerzo descomunal de diciembre, donde se rompieron barreras de
participación y el Presidente Chávez conquistó siete millones de votos? ¿Era
real pretender acercar siquiera ese resultado a través de un referéndum,
tradicionalmente menos atendidos por la ciudadanía? ¿No era un trágala
incorporar la palabra socialismo en la reforma cuando no se ofrecía una
definición de qué quería significarse con esta palabra? ¿No era precipitado
avanzar constitucionalmente lo que no era visto como una necesidad en la
calle? Un exceso de complacencia sobrevolaba el ambiente. Al final, y en
ausencia de una clara conceptualización del socialismo, la oposición tenía
abonado el terreno para difundir su tramposa tesis sobre lo que debía significar
esa propuesta: eliminación de la propiedad privada, ausencia de pluralismo
político, perpetuación del líder en el poder o pérdida de la patria potestad sobre
los hijos.

La confusión reinaba por doquier, y en las filas del chavismo no estaban listos
los argumentos para defender la reforma. El más sencillo era simplemente
erróneo: con la reforma se construía el socialismo. Si eso era así, ¿no
implicaba la exigencia de una asamblea constituyente en vez de una reforma?
Por el contrario, si no se trataba de traer el socialismo sino de dar algunos
pasos en esa dirección –lectura correcta-, ¿no era importante dejar de decir lo
contrario para no abonar la confusión? Escuchando los argumentos de muchos
partidarios del sí, puede afirmarse que solamente el Presidente sabía a ciencia
cierta en qué consistía la reforma.

Inconsistencias con la democracia participativa y protagónica
Algunos asuntos de diferente calado fueron construyendo el alud de
suspicacias. La mala composición acerca del método tenía que abundar
necesariamente en la perplejidad. Cuando la propuesta arrancaba, la
democracia participativa se relegó, entregando la responsabilidad del proyecto
de reforma a una comisión elegida a dedo y sometida a la estricta
confidencialidad. El secreto no suele ser buen método para generar
adhesiones. Algún miembro de esa comisión había defendido con vehemencia
la opción de la Asamblea Constituyente, de manera que no siempre parecía
convincente en la defensa ahora, igualmente vehemente, de la opción por la
reforma. Otrosí ocurría con la inesperada multiplicación de artículos reformados
en la Asamblea, que se veían tan duplicados como poco justificados. Y algo de
no menor relevancia: fue el Presidente quien enfáticamente planteó
inicialmente que no se cambiaba “ni una coma” del proyecto –idea repetida por
el eco gubernamental, advirtiendo en contrario de un delito de lesa revolución-.

Sin embargo, más temprano que tarde empezaron a modificarse aspectos
sustantivos -Guardia Nacional, jornada laboral, derechos de propiedad-, lo que
daba la sensación tanto de apresuramiento como de que todo dependía, fuera
o no cierto, de la decisión de una sola persona.

En mitad de ese viaje, la oposición volvió por sus fueros y buscó en la reforma
una nueva bandera para intentar tumbar la V República. Identificó las
debilidades, construyó un nuevo sujeto cuyas naves no estuvieran aún
quemadas –los estudiantes- y mordió como perro de presa con un discurso falaz y simple pero muy eficaz. El chavismo, por jactancia o por incapacidad, se
dio el lujo de no debatir con la oposición y perdió así la posibilidad de entender
cuáles eran sus propios puntos débiles y de poder contrarrestar el discurso
opositor. Una vez más se hace cierto que cuando los dioses quieren perder a
alguien antes lo ciegan. Desde las filas bolivarianas se equiparó la crítica
interna con la crítica opositora, perdiéndose la capacidad de ajuste interno.

Como pude decir en otro sitio, se trataba de la primera batalla ganada por la
oposición. Con esa actitud, todas las alertas acerca de los problemas que traía
consigo la reforma fueron rechazados como si vinieran de enemigos
declarados del proceso.

En definitiva, una parte importante de la derrota deben atribuírsela todos
aquellos que han presentado la discrepancia como abandono de la revolución,
traición o debilidad. Complétese el escenario con un creciente descontento
ante la deriva burocrática de la revolución bolivariana, con sus correlatos de
autoritarismo, corrupción, clientelismo e ineficiencia económica y
administrativa. Un exceso de cuartarepublicanismo enmascarado bajo boina
roja ha venido utilizando espacios de poder –en el Gobierno, en la
administración, en el PSUV, en empresas públicas o cobijadas políticamentepara
repetir los abusos que llevaron a Chávez al poder en 1998 y cuya
promesa de erradicación forma parte aún del fuerte apoyo que posee.

Quizá, con todos estos impedimentos, lo que sorprenda es que cuatro millones
de venezolanos hayan apostado con firmeza por una vía al socialismo.

No hay mal que por bien no venga
Pero más allá de todo esto, Chávez trae con su derrota la posibilidad de una
victoria de largo aliento. Tanto el 50% de electores que han apostado por un
futuro socialista como los abstencionistas, que ni por asomo han pensado en
apoyar a la oposición –esto es, votar No-, alientan en esa dirección. Conviene
notar que el error de la convocatoria a una reforma constitucional en este
momento, reconocido con urgencia por el propio Presidente Chávez, ha servido
para ver lo mucho que ha crecido la conciencia política en Venezuela. La nueva
cultura política ha venido para quedarse.

Pero no se agotan ahí los elementos positivos. Tantos que puede hablarse sin
abuso de una victoria escondida del Presidente Chávez.

Por un lado, puede considerarse una victoria que la oposición haya ganado
sólo aferrándose a la Constitución de 1999, esto es, a la Constitución
impulsada por Chávez y a la que siempre adversó. Es a partir de ahora, con el
reconocimiento opositor de la V República, que empieza la posibilidad de una
normalización democrática. Si la oposición, por el contrario, ha aceptado la
Constitución bolivariana solamente como una estrategia electoral, demostrará
una vez más que no han entendido nada de lo que está pasando en este país.

Igualmente, el resultado cuenta a Venezuela, a América Latina y al mundo
cómo ese pueblo, ayer invisible, reclama hoy que se cuente con lo que piensa.

En otras palabras, es capaz de seguir apoyando a Chávez (entre el 60% y el
70%), y decirle al tiempo un No contundente cuando algo no lo comparte o no
lo entiende. Chávez es un líder que acierta como nadie cuando manda
obedeciendo. En otras palabras, cuando al tiempo que habla el mismo lenguaje
de su pueblo no ordena que se cumpla otra cosa que aquello que el pueblo
quiere realmente hacer. Por el contrario, se equivoca como todos cuando
guiado por la improvisación, por una deficiente información o a través de una
mala reflexión –todos problemas ligados a un mal trabajo de equipo- decide al
margen del pueblo. Es, por un lado, lo que ha ocurrido en importantes procesos
electorales donde el apoyo a Chávez ha roto barreras y escenarios. Aún más,
cuando el pueblo recuperó a su Presidente secuestrado por una parte de los
que hoy festejan la victoria del No. Pero, por otro, también fue lo que ocurrió en
las últimas elecciones a la Asamblea (que generó una abstención inaceptable
del 75%) y es lo que ha ocurrido ahora con el referéndum constitucional, donde
tres millones de la base chavista no han visto razones suficientes para acudir a
las urnas.

Pero quizá la mayor victoria del chavismo tenga que ver precisamente con la
reflexión a la que obliga la derrota. En los últimos años ha brillado por su
ausencia la autocrítica. Al contrario, ha obrado una auto complacencia ingenua
o dolosa. Las estructuras de información han sido peor que pésimas –
especialmente en el exterior-, sin contar con la frivolidad de olvidar que los
problemas de Venezuela se convierten en problemas para toda la izquierda
continental. Castigar la mentira es una de las principales señales de salud

democrática. Como ha demostrado el referéndum, demasiadas personas han
mentido al Presidente Chávez.

En esta dirección, es momento de preguntarnos: ¿Cómo es posible que haya
más aspirantes al PSUV que gente comprometida con la reforma? ¿No había
responsables de chequear este compromiso? ¿No se estarán repitiendo los
comportamientos del rey del cuento, desnudo a los ojos de los niños y vestido
con caros ropajes a ojos de la corte?
En un reciente Aló Presidente, Chávez confrontó duramente a un ciudadano
que le argumentaba que quizá estuviera mal informado. Algo que, sin embargo,
piensa mucha gente en Venezuela (dicho de otra manera: no piensan que el
Presidente sea consciente de determinadas cosas que ocurren en el país).

Pero ese crédito puede terminar agotándose de persistir los mismos errores.

De ahí que alguien, más temprano que tarde, debiera explicar por qué la
reforma, un paso concreto hacia el socialismo, tiene menos votos que
aspirantes al Partido Socialista Unido de Venezuela, un instrumento esencial
para el proceso de cambio y que a día de hoy es mera carcasa donde aún no
hay estatutos o ideología pero sí una eficiente comisión de conflictos. No
hubiera sido mala idea que la reforma constitucional hubiera nacido como
propuesta del naciente PSUV –y aún mejor, como propuesta participada
popularmente-, y no como una oferta del Ejecutivo sobre la base de una
comisión restringida y poco empoderada. No debiera olvidarse que cuando la
gente colabora en las propuestas cree más en ellas.

Pero el horizonte, pese a la depresión que algunos han manifestado
inicialmente, invita al optimismo. No es extraño pensar que este revés pueda
ayudar a una necesaria autocrítica que haga ver al Presidente Chávez que
antes de la ampliación del socialismo, conviene avanzar en la corrección de
errores y en el asentamiento de bases culturales para construir su proyecto.

Hay que insistir en esta idea: no puede haber socialismo sin socialistas, o,
como venimos repitiendo, el hombre nuevo es el hombre viejo en nuevas
circunstancias. Como enseñan los clásicos, en la medida de lo posible
conviene no saltarse etapas. Donde no existe una conciencia de lo público no
puede pensarse en esa fase superior que implica una sociedad socialista. La
propuesta de ahondamiento de la democracia que implica el socialismo no

puede tener lugar sin antes haber solventado los cuellos de botella de la
ineficacia y la corrupción, de la comprensión de lo de todos como lo de nadie,
de la falta de previsibilidad institucional que otorga un cuerpo burocrático
cambiante y poco profesional. De la misma manera, la respuesta a estas lacras
no puede ser que el Presidente termine comprobando hasta las facturas de las
escobas o la electricidad de Palacio. Utilizando la expresión de Gramsci, una
metástasis de cesarismo, pese a que sea democrático, crea más problemas
que soluciones. Los tiempos del todo para el pueblo sin el pueblo no se
corresponden con la época y, mucho menos, con las expectativas de una
ciudadanía que le ha aceptado al Presidente Chávez que ellos son el poder
constituyente.

Le corresponde a una nueva generación de políticos y cuadros armar una
nueva ética pública que se caracterice por el compromiso político y la alta
capacitación en la administración del Estado. La existencia de esos nuevos
cuadros será el antídoto más eficaz contra lo que ya se conoce como
boliburguesía, es decir, esa nomenklatura que no ha necesitado más que cinco
años para apropiarse de espacios enormes de riqueza y alcanzar una unánime
reprobación popular. Una voracidad obscena –Hummer, whisky etiqueta azul,
viviendas lujosas en el este de Caracas, control de empresas, celebraciones
suntuosas- y a veces tan vertiginosa –urgida por su culpable incompatibilidad
con el discurso revolucionario- que hacen recordar, en la Venezuela
revolucionaria, el robo institucionalizado durante la Cuarta República.

Conclusión: que error con error se paga
La atribución de toda crítica a un ánimo contrarrevolucionario ha impedido,
como se ha afirmado, el ajuste interno del proceso. Por supuesto que es cierto
que hay acaparadores que tienen responsabilidad en las estrecheces de
abastecimiento, justo en un momento en el que están aumentando las
importaciones gubernamentales; por supuesto que es cierto que hay alcaldes y
gobernadores que esta vez tampoco han hecho campaña (quizá, incluso, lo
hayan hecho por el no); por supuesto que los medios, la iglesia, las
universidades privadas o privatizadas han sembrado en el país las dudas
aprovechando el asesoramiento norteamericano y sus estrategias comunicacionales; por supuesto que la hegemonía neoliberal internacional,
tanto en Estados Unidos como en Europa o determinados países
latinoamericanos, ha hecho sus deberes demonizadores de la reforma y del
Presidente Chávez. Pero también lo han hecho en situaciones anteriores y han
fracasado en su intento. Es momento por tanto de ver las responsabilidades
propias.

La soledad en la toma de decisiones y en su vocería, la falta de una red coral
de gobierno, la ausencia de una estructura colegiada de dirección política, la
falta de consolidación del partido o un creciente autoritarismo ramificado en
amplios sectores de la administración y el Gobierno no pueden sustituirse por
discursos extremos, acusaciones de traición o deslealtad o por una primacía de
las declaraciones altisonantes. Más allá de todos estos aspectos, incluidas las
adversidades de la política exterior –con el correlato del miedo al aislamiento
construido-, han sido algunas decisiones internas las que han ido debilitando el
proceso. Momento es de recordar contra William Blake que los caminos del
exceso no siempre conducen al palacio de la sabiduría.

La gestión de la conveniente recuperación del espacio radioeléctrico que
ocupaba el canal RCTV no pasará a los anales de la estrategia política. ¿Era
necesario anunciarlo con seis meses de antelación, como una decisión política
y no administrativa y en un acto militar? De la misma manera, los regustos
autoritarios de algunos momentos de la creación del PSUV –la elección a dedo
de los propulsores, la labor desarrollada por algunos Gobernadores, la creación
de una comisión de conflictos aun cuando no estaban todavía listos ni estatutos
ni programa- tampoco recibirán grandes elogios en una historia de la
democracia latinoamericana. Por último, una reforma constitucional nacida de
un grupo deliberante confidencial no es un método adecuado cuando se trata
de dar pasos hacia el socialismo. Como recordó Marx, esta fase superior de la
historia humana reclama grandes dosis de conciencia y, por tanto, de
participación. No vale decir que el socialismo no se decreta y después
pretender realmente decretarlo. No en un pueblo que ha llevado durante tanto
tiempo la Constitución de 1999 en sus bolsillos.

Conclusión: que el Che Guevara no vuelva a marcharse a Bolivia
Hay un momento en toda revolución donde las promesas incumplidas, la
simbólica cárcel recurrente que tejen los burócratas, la sustitución de los
antiguos privilegiados por otros nuevos (que, además de quedarse con el
dinero quieren también la gloria, monopolizando un discurso que no cumplen),
la tentación de negociar con el antiguo régimen a costa de los pobres o, en el
otro extremo, la renovación del culto a la personalidad –contra la que alerta el
propio Chávez- o la exacerbación de la amenaza hacia propios y ajenos, hacen
que los auténticos revolucionarios se vayan con su suerte a otra parte, aunque
sea para que les llenen de plomo el pecho en una escuelita en un pueblo
perdido.

Lo que significa la Venezuela bolivariana en el contexto emancipador mundial
no puede permitir siquiera pensar en un escenario que no sea la profundización
exitosa del camino emprendido décadas atrás y que tuvo su pistoletazo de
salida con el pueblo alzado y reprimido durante el caracazo en 1989. La
Venezuela bolivariana y socialista es hoy vanguardia de la emancipación
latinoamericana y hay que cuidarla como a un preciado tesoro. Como sostiene
Ernesto Müntzer, manchándonos políticamente las manos cuando las
circunstancias lo reclamen, pero no contribuyendo con el silencio a que se
devore a sí misma.

Más allá de que más adelante pueda ser el pueblo quien decida los contornos
de su nuevo contrato social y se movilice para que el Presidente Chávez pueda
continuar esa tarea, hoy la discusión tiene necesariamente que ser otra.

Quedan por delante cinco años de Gobierno, asentados sobre todo lo ya
construido y con una credibilidad en su dirección que no tiene parangón en
todo el continente. Además de la voluntad demostrada del pueblo venezolano y
de la dirección eficaz del Presidente Chávez, se cuenta en Venezuela con dos
herramientas de gran valor: por un lado, una de las mejores constituciones del
mundo; por otro, un partido naciente que puede convertirse en un referente
para todo el continente si logra construirse como una estructura nacida desde
la base y articulada desde la base.

Esto no debe llevar a análisis ingénuos. Las dificultades seguirán siendo
grandes. Los ataques internos y externos van a recrudecerse al entenderse la derrota del referéndum como un momento de debilidad. No vamos a escuchar
al grueso de los opinólogos que han acusado a Chávez de dictador, autócrata,
manipulador, gorila o castrocomunista, entonar un mea culpa después de que
el Presidente aceptara de inmediato y sin ningún reparo el resultado adverso.

Pese a los insultos y calumnias de políticos, tertulianos, columnistas y
editorialistas, miembros de ese cartel global de mercenarios de la
comunicación, el Consejo Nacional Electoral no estaba manipulado, ni el voto
electrónico se monitoreaba fraudulentamente por satélites rusos y chinos; era
rotundamente falso que los jefes de mesa respondían en última instancia a
consignas del oficialismo, que el censo estuviera manipulado o que los
funcionarios públicos estaban obligados a votar por lo que les dijera Chávez. Y
el ejército, al contrario de lo que se ha pretendido en patética explicación a
posteriori, lejos de ser una guardia pretoriana del Presidente, ha sido y es un
garante de la Constitución y a la Constitución se somete. Ese mismo ejército
que ha asumido el lema “Patria, socialismo o muerte” como saludo no ha
usado sus armas para imponer la reforma y menos, como se ha pretendido en
un desesperado intento de explicar el normal desarrollo del referéndum, ha
tenido que forzar al Presidente a aceptar el resultado (¡Qué necesidad tiene
ese peculiar neofascismo de negar el compromiso democrático de Chávez!).

Ojala mostrara el ejército la misma fidelidad institucional en Colombia, en
México o en Guatemala, por sólo quedarnos en ese continente.

La campaña para intentar tumbar a Chávez no se va a frenar pese a que, una
vez más, haya demostrado su pleno compromiso con los procedimientos
democráticos. Ya se sabe que en una parte importante de la derecha mundial, –
que contamina a una izquierda contaminada a su vez de argumentos
conservadores- la honestidad democrática es algo que sólo se exige a los
otros.

En repetidas ocasiones ha insistido Chávez que comenzaba la “revolución en
la revolución”. Ahora, cuando van a arreciar las posiciones del “chavismo sin
Chávez” –en las propuestas teóricas de Dieterich, en el comportamiento
errático de Baduel, en las críticas tardías de quienes dentro del chavismo
anhelan mantener posiciones de poder e, incluso, en políticos oportunistas de
la oposición-, es cuando corresponde asentar las bases para que la revolución
eche los cimientos de unas estructuras profundas.

Es el momento de mimar la capacidad democrática del PSUV, revirtiendo una estrategia que ha primado la
cantidad a la calidad y que ha impedido que sea la base quien se encuentre
con su verdadero instrumento de emancipación. Es el momento de hacer de la
discusión interna un requisito democrático, de multiplicar las disidencias, de
hacer cierta la apertura de mil escuelas para que florezcan las mil flores de un
pensamiento plural. Es el momento de cortar de cuajo la corrupción, de
demostrar que el aparato del Estado respira por otras heridas que las abiertas
en la Cuarta República, de predicar con el ejemplo gubernamental la austeridad
socialista a la que está obligado un pueblo en donde aún hay necesidades
extremas no cubiertas. Es el momento de hacer de la formación de cuadros un
objetivo prioritario de la V República.

Es muy difícil que surjan liderazgos como el que representa el Presidente
Chávez. Por eso, nadie tiene derecho a dilapidarlos, pues su fracaso condena
al continente al retraso en su emancipación. Por el referente simbólico
levantado, ni siquiera el propio Chávez puede frivolizar con la importancia de
Hugo Chávez. La enseñanza del referéndum es clara: ojalá los aciertos del
futuro –y en su caso los errores- tengan necesariamente que atribuirse a más
actores. No un Chávez sino mil Chávez será el mejor legado dejado por el
Presidente para la nueva Venezuela. Que dure cinco años su mandato o pueda
renovarse más adelante lo decidirá el pueblo venezolano. Que la revolución
reclama un nuevo rumbo desde el día 3 de diciembre sólo puede negarse
desde la falta de compromiso revolucionario. Decía Bertold Brecht que son los
pueblos con convicciones los que tienen esperanza. La convicción
revolucionaria del pueblo bolivariano y del Presidente Chávez tiene pues la
tarea por delante de seguir sembrando las esperanzas que habrán de
cosecharse en el horizonte hermoso que sigue alumbrando el continente
latinoamericano.

Es profesor titular de Ciencia Política de la Universidad Complutense
de Madrid, responsable de formación del Centro Internacional Miranda y Coordinador del
capítulo español de la Escuela Latinoamericana de Gobierno y Ciudadanía. Ha sido asesor de
la dirección de Izquierda Unida en España y de la Presidencia de la República Bolivariana de
Venezuela

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