Opinión Nacional

La Vinotinto como parapolítica

“Vencer o morir”
Benito Mussolini

“Patria, socialismo o muerte”
Hugo Chávez

En ocasión a la inauguración de la Serie del Caribe de 1998, celebrada en Puerto la Cruz, hubo un hecho que trascendió del ámbito deportivo nacional, a modo de una proclamación para los futuros políticos locales. La interrupción del juego para darle la entrada al entonces presidente Caldera fue respondida con un prolongado abucheo en el Estadio. La sentencia parecía clara: no es conveniente mezclar el proselitismo político con el deporte. Al menos si se espera no perjudicar uno de los dos.

Ignorando el ejemplo que los tiempos recientes le ofrecían, el presidente Chávez convirtió la inauguración de la Copa América, un evento deportivo, en un acto de propaganda. Como en muchos otros ámbitos, hace caso omiso de la historia patria y pone sus ojos en los modelos foráneos, marcadamente los que abundan en resultados trágicos, como el socialismo cubano, el socialismo ruso, o la Alemania Nazi. El uso de la realización de la Copa en el país como muestra del acierto de la “política humanista” que pretende encarnar, tiene evidentes semejanzas con los regímenes totalitarios que actúan como telón de fondo del gobierno. En estos regímenes, cualquier logro individual o social debía ser entendido como la concreción del acierto de la “política nacional”, dirigida a la creación de un hombre superior. Siguiendo tal ejemplo, acá en nuestra tierra, el apoyo masivo de la población hacia cómo el gobierno ha organizado la Competencia, la operatividad impecable de la logística y, no menos importante, el desempeño destacado de la Vinotinto, se convierten en razón de Estado. Cabe recordar las Copas Mundiales de 1934 y 1978, celebradas bajo el fascismo de Mussolini y la dictadura de Videla respectivamente, destinadas a demostrar la superioridad de un sistema político más que de un equipo de fútbol.

Pero estando lejos el agradecimiento espontáneo masivo de la población al régimen (así como del funcionamiento de la operatividad de todo lo relacionado al evento, y para desventura de todos, de un papel trascendente de la selección nacional), el gobierno recurre a su usual táctica: la recreación de lo aparente. Bajo el riesgo cierto de ser abucheado en mucha mayor escala que el presidente Caldera en su momento, el gobierno se aseguró de la presencia exclusiva de sus acólitos en el estadio. Olvidando la lección pasada, finalmente sacrificó el deporte en aras de su proyecto político. Habiendo copado las gradas de burócratas, militantes del partido, y fieles diversos, los asistentes al juego terminaron mostrándose más emocionados y eufóricos con la participación del presidente que con la misma selección nacional. Afuera quedó el fanático real, aquel que ha apoyado a la Vinotinto y vive con entusiasmo su actuación. La apatía que caracterizó el estadio, incluso en momentos cuando la selección nacional contaba con un marcador favorable, contrastaba con la exaltación y vivacidad de las gradas del juego contra Honduras, celebrado sólo un mes antes en la vecina Mérida.

En medio de tal ambiente, los jugadores del seleccionado venezolano encontraron poco apoyo del público cuando les falló la inspiración. El jugador 12, ese que puede hacer una diferencia, como lo demostró ante la propia Bolivia en el 2003, ayudando a ganar un partido con dos goles en los últimos 3 minutos, estuvo poco menos que en banca. Resultado de la política nacional, donde todo queda supeditado al propio juego del régimen.

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