Opinión Nacional

La voz de la picaresca pura

Son tontos los que lo parecen,

y la mitad de los que no lo parecen.“

Baltasar Gracián .

Baltasar Gracián es uno de los mejores prosistas del siglo XVII, el último gran moralizador de la corriente estoica castellana, desde su perfil humilde de hombre enemigo de la ostentación.

La comprensión de Gracián –como la del Quijote, como la del Greco-, ha sido muy tardía y de fuera adentro. Ya lo presintió el propio Gracián: “Fueron algunos dignos del mejor siglo, que no todo lo bueno triunfa siempre. Y si éste no es su siglo muchos otros lo serán”. Y añadía: “Oh alabanza que siempre viene de los extraños! ¡Oh desprecio que siempre llega de los propios!”.

Los grandes descubridores de Gracián fueron: Goethe, Kant, Schopenhauer; Nietzsche. “Europa no ha producido nada más fino –decía Nietzsche, refiriéndose a Gracián- ni más complicado en materia de sutileza moral”. Gracián descubrió lo que él llamaba “El hombre de excepción “, y que hizo a Azorin, proclamar, por 1902, a Gracián un “Nietzsche español”.

Baltasar Gracián y Morales nace en Belmonte, a dos leguas de Calatayud, provincia de Zaragoza, el 8 de enero de 1601. A los dieciocho años ingresó en la Compañía de Jesús y tras ordenarse presbítero en 1627, fue destinado a diversos colegios de la orden en Aragón, Valencia, Lérida, Gandía, Huesca, donde se relacionaría con Vicencio Juan de Lastanosa, su mecenas y protector, que le prestaría su magnifica biblioteca. Firmó casi todas sus obras con el pseudónimo de Lorenzo Gracián. En Madrid consiguió un gran éxito como orador sagrado. En Zaragoza fue profesor de la cátedra de Escritura. Tras un cambio de cargos dentro de la orden, la situación de Gracián empeoró; fue despojado de su cátedra y desterrado al colegio de Graus bajo estricta vigilancia. Aunque un nuevo provincial suavizó el castigo y le envió a Tarazona, la enfermedad había minado su cuerpo. Solicitó la salida de la Compañía, pero no fue contestado. Murió el pensador aragonés el 6 de diciembre de 1658.

Este sacerdote jesuita, ascético de costumbre, místico en su Comulgatorio. Humilde e insurgente, capaz de atender a apestados en los hospitales y luego desobedecer a sus superiores no entregándoles su Criticón a revisar. Vida de Gracián: contraste y agonía. Porque su drama fue el mismo del Barroco, con palabras suyas: “No comenzar a vivir por donde se ha de acabar”.

La obra de Baltasar Gracián se ha dicho que es la esencia de la picaresca, la picaresca pura. El Criticón (1651, 1653, 1657) del admirable jesuita, es esa obra maestra de la picaresca española: “milicia contra la malicia y malicia contra milicia”. Novela de peregrinación es la suya, novela de camino, de andanzas incesantes. Novela en que el camino determina la marcha y de la que está ausente la libertad.

Al hablar de picaresca podemos prescindir de los pícaros. Es un mérito eminente de Américo Castro haber demostrado con claridad que no siempre que aparecen pícaros hallamos picaresca ni al contrario. Para Castro lo esencial de la picaresca es la tendencia a desvalorizar la vida y los contenidos de la cultura. El rencor del pícaro, deja la vida en hueco, la vacía, la aniquila. Sin embargo, nadie puede tomar indistintamente un pícaro por un asceta. El verdadero dramatismo de la picaresca reside en que, yendo el pícaro arrastrado por pasiones y apetitos incontrastables, obrando a impulsos de un determinismo –familia, educación, compañía, medio- inflexible, su conciencia no ve posibilidades de superar la moral recibida y, finalmente, acatada. Una de las cosas que al lector moderno sorprende sobremanera en la lectura de libros picarescos es la ausencia absoluta del más leve matiz revolucionario. La justificación de la conducta pícara se consigue, paradójicamente, por una exaltación de las ideas éticas.

“No hay hombre con hombre” dice Alemán- . Y añade: “Todos roban, todos mienten, todos trampean…”. “No hallaréis cosa con cosa“ –advierte Gracián del mundo. Y continúa: “La virtud es perseguida, el vicio aplaudido, la verdad muda, la mentira trilingüe … El derecho es tuerto”.

Sería difícil simplificar en pocas fórmulas simples las proposiciones de las obras de Gracián, de El héroe (1637), de El político (1640), de El discreto (1646), del Oráculo manual (1647) . El Oráculo es un libro que hay que destacar en primera línea, en el que se hace mención a la sociedad de escogidos y en el que hay reglas para brillar en ella.

En su peregrinación por la vida Gracián va descubriendo monstruos extrañísimos, grandes muchedumbres de gentes, pocas personas. “No es este siglo de hombres”, nos dice el jesuita aragonés. Ni heroísmo ni virtud. Cualquier rasgo virtuoso puede figurar entre las más peregrinas rarezas.

Es esta malicia que nos rodea la que nos mantiene en acecho. Nuestra conducta no es sino táctica; o dicho llanamente: un medio de tener a raya a los demás. Y es que este mundo es malo.

Gracián, medroso de su espíritu, huye hacia el cuerpo de guardia a enfrentarse con hipotéticos enemigos de fuera. Moral picaresca: fuga que se disfraza de embestida. Doblemente terrible, la menos espontánea, la que ignora el estímulo cordial, la del puro vacío. Y es que, como dijo el gran pensador aragonés: “La vida del hombre no es otro que una milicia sobre la haz de la tierra”.

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