Opinión Nacional

lágrimas de bronce

Todas las nociones que tengo del deporte están embarradas de política. Y pedir que no sea así es un acto de hipocresía, porque quienes lo imploran lo hacen desde posiciones claramente políticas.

Los primeros juegos de que tengo noticia son narrados en La Ilíada, cuando se celebra un torneo en honor a Patroclo, el joven amante de Aquiles muerto al tomar las armas, escudo y casco del hijo de Peleo y salir a pelear contra Héctor, domador de caballos, haciendo creer a todos que quien iba al campo de guerra era el de los pies ligeros. Fue tan político ese torneo, que Odiseo, con astucia, logra pasar en la carrera al gran Áyax, y éste se suicida, no pudiendo soportar el deshonor de haber resbalado y perdido en los metros finales con el hijo de Laertes. Luego, el mismo Odiseo fecundo en ardides es rescatado por la dulce y discreta Nausicaa y los muchachos de la isla organizan un pequeño torneo donde el monarca de Íthaca demuestra sus fuerzas y destrezas. Esto es política, en el sentido de Hannah Arendt de mostrarse en el espacio público, organizarse con otros y perseguir metas que puedan parecer interesantes, útiles y nobles a determinados grupos o colectivos sociales.

Si usted ve las disciplinas más antiguas como la carrera, el salto, la jabalina, el arco, el salto con garrocha, el lanzamiento de la bala y el disco, se dará cuenta fácilmente que son juegos de entrenamiento militar, hechos en tiempos de paz, para mantener en forma a los ciudadanos ante futuras guerras.

Cuando adquirieron un matiz religioso y se honró a Zeus en Olimpia con un torneo (Olimpiadas) a los atletas de cualquiera de las ciudades que acudían por barco o por tierra se les concedía salvoconducto, independientemente de que dichas ciudades estuvieran en paz o en guerra con Atenas.

Como elemento de propaganda, el deporte en el siglo XX fue crucial. La superioridad de la raza aria iba a ser demostrada en las olimpiadas de Berlin, y al ganar Jesse Owen, Hitler no quiso darle la mano al afroamericano, quien había demostrado ser el hombre más rápido del planeta en esa injusta justa.

¿Cómo olvidar la competencia hegemónica en las Olimpiadas durante la Guerra Fría entre la URSS y los Estados Unidos? ¿O la rivalidad entre las dos Alemanias? ¿O el peso que tuvo Cuba como paladín deportivo latinoamericano, siempre con la intención de promocionar su modelo comunista?

La pugna político–ideológica era muy grande, y las potencias USA-URSS invirtieron miles de millones tratando de lograr la supremacía, alternándose en el primer lugar del medallero durante unas cuantas décadas.

¿Por qué casi siempre ganaba la URSS? Porque tenía atletas lituanos (basketballl), ucranianos (garrocha), kazajos (boxeo)y de las otras repúblicas que entonces componían la Unión, muchas de las cuales se independizaron a la caída del Muro de Berlín. También, porque gracias a la candidez francesa de Coubertain y la aristocracia de los señoritos ingleses, el deporte olímpico se mantuvo amateur durante muchos años. Los mejores atletas del mundo eran profesionales, vivían de su talento, militaban en equipos con ingresos espléndidos o eran generosamente patrocinados por marcas de ropa deportiva. Este, claro, era el esquema norteamericano, que finalmente es el que se ha impuesto. El esquema soviético-cubano entró en declive, al igual que sus economías y sistemas. Los rusos y cubanos eran atletas profesionales –en el sentido de que no hacían otra cosa en su vida sino entrenar y competir- siendo mantenidos por el Estado. Y aunque en La Habana o Moscú fueran unos privilegiados comparados con el resto de la miserable población, sus niveles de vida no podían compararse con el de los atletas del mundo capitalista. Estrellas como la gimnasta rumana Nadia Comaneci escaparon del mundo comunista, y fueron objeto de polémicas y filmes, todos ellos con un fuerte tono político, porque se trataba de la lucha entre dos regímenes, entre dos visiones y propuestas de mundo.

Los boicots a las olimpíadas de Moscú y Los Ángeles –con argumentos bélico-políticos- son otra muestra palpable de la estrecha relación entre política y deporte, sin olvidar los actos terroristas de las Olimpíadas de Münich contra la delegación israelí.

Cuando USA se cansó de que los lituanos disfrazados de soviéticos o los yugoslavos les ganaran en basketball, enviaron a sus jugadores profesionales, el Drem Team, y Michael Jordan, Magic Johnson, David Robinson, Scottie Pippen, Malone,Larry Bird, Ewing, Drexler y Barkley les enseñaron al mundo cómo es que se dribla y se rebota en el Olimpo. Por cierto, quienes jugaron la final de la región americana en Portland, Oregon, USA 92, contra ese equipo soñado no fueron ni los elegantes brasileños ni los atorrantes argentinos (perdón por la redundancia) sino el Venezuelan Dream Team de todos los tiempos (los héroes de Portland): Carl Herrera, Omar Walcott, Sam Sheppard,, Gabriel Estaba, Iván Olivares, Alexander Nelcha, Palacios, Víctor David Díaz y Rostyn González, quien fue una estrella con su gancho en ese partido. Si quiere ver ese juego: http://www.youtube.com/watch?v=ceRnDTShjSU

Primera conclusión; evite que cualquier ignaro lo convenza de que no existe una relación entre política y deporte. Siempre ha existido tal relación y posiblemente siempre la habrá. China no invirtió esos millardos de dólares para quedar de última en el medallero, sino para ganar y promocionar su capitalismo salvaje en la economía mezclado con autoritarismo feroz en la política (un país, dos sistemas).

Segunda conclusión: No tiene nada de malo que el gobierno haya invertido mucho dinero en enviar a esta delegación a Beijing. Puede ser poco elegante que en vez de ser abanderados por el Presidente del COI-Venezuela lo hayan sido por el Presidente de la República. Pero que yo recuerde, todos los gobiernos, los presidentes y demás políticos de este país siempre han intentado usar el deporte como elemento de propaganda. Si no, no existirían políticas públicas deportivas, ministerios y presupuestos para tales actividades.

Dejen en paz a esos muchachos, que en la mayoría de los casos son de escasos recursos, y no hay ninguna razón para censurarlos por aceptar el apoyo oficial. Además, estoy seguro de que muchos de los críticos de lo que pasó en Beijing no aguantarían el cañonazo de un contrato con el gobierno, una ayudita, una asesoría (fariseos).

Tercera conclusión: Si el gobierno invierte tanta plata en mandarlos a Beijing ¿usted de verdad creía que no iban a intentar usar ese apoyo con fines proselitistas? ¿Usted se chupa el dedo? Además, si el Presidente utiliza en su discurso político tantas categorías de la Guerra Fría: ¿Usted esperaba que no usara el viaje de los atletas para afirmar que ellos son el producto de ‘la revolución’ (Oro a la Revo9lución Deportiva)?

Cuarta conclusión: Creo que el Presidente empavó a la delegación, al exigirles lo que no podían dar. Y la terminó de poner cuando dijo ‘No fuimos a Beijing a buscar medallas’, insultando a los atletas para quienes las medallas y los logros son la razón de ser de sus vidas.

Lamentablemente, les cayeron a coba. Las competencias en que se eliminaron y entrenaron al parecer no eran de altísimo nivel, y de allí ciertas conclusiones estadísticas inatinentes (a partir del crecimiento del número de atletas calificados) para inferir y proclamar a todo pulmón que el deporte revolucionario venezolano había dado los saltos cualitativos más impresionantes del mundo. Todo para una sola medalla, y proveniente de una atleta que no era precisamente favorita, pero que nos ha regalado una de las imágenes deportivas más hermosas del año: su rostro desencajado por la felicidad, con el kimono y los guantes puestos, colgada como una pequeña guerrera marsupial de 49 kilos de los hombros de su entrenador y derramando aquel torrente de lágrimas de bronce.

Ver aquella espectacular imagen circulando por todos los diarios del mundo hacen que decir «soy venezolano» valga la pena.

Quinta conclusión: Conozco gente que encendió velones para que los atletas venezolanos no obtuvieran pero ni una sola medalla. Tal vez pensaban que si eso pasaba el gobierno implosionaría. No les importa el esfuerzo de esos atletas, su sangre sudor y lágrimas.

Si usted quiere derrotar al Presidente monte un partido, compita en las alcaldías, gobernaciones y los cuerpos legislativos, pero no utilice a estos abnegados muchachos que ya bastante tristeza tienen encima debido a la sequía de medallas, como para que al pasar por la calle algún gamberro les diga: «¡Bien hecho, eso te pasa por andar con el gobierno».

Sexta y última: Me gusta el buen deporte (con D mayúscula) y la política con P también mayúscula. Eso implica oros olímpicos, campeonatos mundiales, ir al mundial de fútbol, ganar la copa América de clubes así como triunfos en las alcaldías, los referendos, las gobernaciones y los circuitos parlamentarios, porque no hay nada más sabroso que ganar. ¿No les parece?

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