Opinión Nacional

Las caras ocultas del poder

Son tiempos estos en los que el poder aparece por todas partes. No hay conversación venezolana que no gire en torno a él, quizás porque no hay nada más peligroso que el sobre uso de esta capacidad. Esforcémonos por entender que el poder hace referencia, fundamentalmente, a una capacidad. Quizás por eso mismo el gran intelectual alemán, Max Weber, definió al poder como «la capacidad que alguien tiene para imponerle a otro (u otros) su propia voluntad, venciendo toda resistencia». No escapa al lector avisado que laprueba de ese poder reside en que quien lo tiene logra «vencer» la resistencia que siempre provocará. La conclusión es obvia: todo poder, porque sí, genera resistencia.

Ahora bien, el poder ¿lo tiene alguien, o más bien le es conferido para propósitos muy determinados? En el mundo actual pareciera que siempre es algo conferido. Con el poder no se nace, ergo no se tiene. Otra cosa es que determinados individuos, en determinados momentos, pueden hacer uso de ciertas habilidades innatas para lograr, y luego mantener ese poder. El caso más claro que tenemos en la historia reciente es el de Adolf Hitler.

Que ese poder no era innato pudo comprobarlo el mismo Hitler cuando, solo y abandonado de todos, decidió hacerse a un lado, justo en el momento en que las tropas rusas estaban a las puertas de la Cancillería del Reich en Berlín. Desaparecidas las circunstancias que hacen poderoso a cualquiera, esa habilidad supuestamente innata se esfuma, pareciera ser la conclusión.

El poder, entonces, siempre debe ser confirmado, corroborado, por quienes lo obedecen. La confirmación existe porque se logra imponer la obediencia. En este momento entramos en un asunto crítico: ¿cuál es la tarea primordial, entonces, de quien ejerce el poder que le ha sido conferido? ¿Es la de imponer obediencia, o más bien lograr que los demás acepten los fines a los cuales esa obediencia se destina? En otras palabras, quien ejerce el poder tiene como primera tarea acordar, es decir, «lograr acuerdos». Es, como se dice hoy, un «ensamblador de consensos». Si no logra eso, ya puede gritar, patalear y maldecir, sin lograr que nadie le pare ni media.

 

Hace ya un montón de años, un experto organizacional norteamericano escribió un notable artículo sobre las innovaciones en las organizaciones, y al trazar la vida de las mismas aparecían a cada rato los «momentos» de cada innovación: desde que a alguien se le ocurría (porque a su vida y a su trabajo le venían muy bien) hasta que iba logrando consensos que terminaban en la «adopción» de la innovación.

Para lograr eso era inmenso el esfuerzo por convencer y persuadir que debía desplegar su proponente. En esa tarea era vital que nunca olvidase algo fundamental: la innovación beneficia a quien la propone, pero… puede complicarle la vida a quienes deben vivir con ella, gústeles o no. Clarísimo: ese era el origen de la resistencia de la que hablaba Weber. Nadie aplaude lo que le va a amargar la vida.

Una innovación, entonces, era, según lo proponía Wilson, el articulista, unresultado y no una propuesta, como lucía al comienzo. El artículo concluía con la adopción al final del camino. Mi «venezolanidad» me impidió conformarme con ese final feliz. Aquí sabemos que los verdaderos problemas de cualquier propuesta comienzan una vez que ha sido aceptada y adoptada, justamente porque es entonces que aparecen las dificultades. Y quien no lo sepa va a sufrir brutales decepciones, como ya está sintiéndolo el dúo Merentes-Giordani.

Era imposible no ver en el transcurrir de la innovación, desde su aparición hasta su consolidación, el funcionamiento del poder, y por supuesto entender que éste, si quiere tener éxito, jamás procede como cree la gente. El poder, entonces, no impone, sugiere; no grita, susurra. Y por sobre todo, jamás se ensoberbece cuando los demás asienten, sino que es humilde y callado cuando vence y logra lo que quiere. Pero, por encima de todo, el poder jamás debe olvidar que su mera presencia y ejercicio engendra enemigos por doquier, enemigos que ni se quedan tranquilos ni dejan de coaligarse llegado el momento.

Después de leer lo anterior, ¿qué creen ustedes de la gente que hoy está ejerciendo el poder? ¿De quienes sin parpadear condenan a Simonovis? ¿Les parece que los modus operandi de estos señores, que ni siquiera resuelven el asunto de quién es el que gobierna, lograrán lo que dicen pretender? ¿O simplemente con esmero tejen su inexorable caída, mucho antes de lo que podrían imaginar?

 

 

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