Opinión Nacional

Las leyes de la guerra económica

Las oportunidades para el consumo desaparecerán. La variedad, esa peculiaridad venezolana de consumir calidad, el aprecio por las marcas, nuestra universal tendencia a presumir con lo que llevamos puesto, todo eso, es probable, que esté llegando a su fin.

La razón es sencilla. En un intento desesperado por reprimir las consecuencias y no enfrentar las causas de los problemas económicos actuales, nos vamos a convertir en una economía que ofertará lo esencial, lo que la oficina de importaciones (no importa sus siglas, cambiantes denominaciones o amplitud de funciones) decida que debe comer, vestir o comprar cada venezolano para satisfacer sus necesidades.

¿Para qué tantas marcas, modelos o clases? ¿Por qué tanta diversidad de productos? ¿Cuál es la justificación de que se deba importar distintos tipos de artefactos que cumplen una misma función, llámese eso lavadora, computadora o teléfono? Estamos llegando al clímax de la distribución igualitaria: a todos poco y de lo mismo.

No hay sátira ni exageración en lo anterior. Cuando de los depósitos de los almacenes salen los bultos de papel, azúcar, leche, jabón de lavar platos, desinfectante o el suntuoso suavizante de ropa ¿Usted ve a alguien revisando la marca? ¿Algún consumidor desecha la leche porque es descremada o entera? Según las cifras de escasez que publica cada cierto tiempo el BCV nos encontramos casi permanentemente con 20% o más de los productos desaparecidos, pero si nos detuviésemos en los ítems, en las marcas y sus presentaciones ¿cuánto sería el desabastecimiento comparado con hace cuatro o cinco años? Algunas cifras aproximadas hablan de 75% de perdida de variedad.

La madre del desabastecimiento es el control de precios, pero su padre es la persecución al productor. Cada vez que se amenaza e insulta al productor se desestimula la posibilidad, ya claramente remota, de que ingrese un nuevo empresario al mercado nacional. Cada vez que se penaliza con cárcel y multas estrambóticas, lo que en otras (la mayoría, si no todas las economías del mundo) queda a la decisión de la curva de demanda o a su moderación por la aparición de competidores que ven en las apetencias de otros la oportunidad propia, en nuestro caso, pasa a ser reprimenda pública o envío de fiscales, tribunales y un piquete de la Guardia Nacional.

El delirio de la economía planificada y centralizada, el intento por suplantar al mercado como agente de asignación de todos los recursos en una sociedad, es lo mismo que pretender regular el comportamiento de los seres humanos, desde aquel que tiene que ver con sus actividades más intimas y privadas, hasta los que se ejecutan a plena luz del día.

La planificación del comportamiento humano fue lo que intentó regular la magia primero y la religión después. Su saldo fue el oscurantismo y la dependencia de la mayoría de los hombres por la minoría de otros que eran los que fijaban las reglas. El comunismo soviético, asiático, africano o caribeño del siglo pasado trató de hacer lo mismo, por medio del control económico de la producción. Terminaron quebrados o con reformas tan bruscas que el ideario de igualdad se transformó en predominio de nuevas y feroces clases altas nacidas de las mafias de la informalidad o de los privilegios por pertenecer a la clase política.

¿Alguien sabe cuál es el próximo capítulo de la economía venezolana después de este último intento represivo? Desde lo que se puede deducir, y por lo que dicen los diseñadores de este modelo, los controles, las restricciones, las sanciones y los años de cárcel por tratar de fijar precios o proponer transacciones distintas a las previstas por la planificación central, serán para siempre.

No se trata de salvar un escollo, de transitar un mal momento, ni siquiera de derrotar a los enemigos (cualquiera que ellos sean en esta absurda idea de la Guerra Económica), el control de precios, ganancias, distribución y toda otra acción económica, pasó a ser la norma del funcionamiento económico, no la excepción. Bajo este escenario, ténganlo por seguro, lo único que nos aguarda son nuevas generaciones de controles, para tratar de contener las nuevas consecuencias no deseadas y generadas por los controles de la primera, segunda o tercera generación. El destino de cada control, no es otro que un nuevo control.

Nuestros planificadores basan esta peculiar forma de gobernar la economía en el origen controlado de las divisas y en el supuesto de que les pertenecen. 100% de los ingresos por exportaciones tienen un origen único, estatal y, por lo visto, gubernamental. Ningún otro gobierno creyó que la actividad le pertenecía. Ninguno de los otros ocupantes del Estado pensó que el ingreso petrolero debía ser administrado de manera unilateral y de espaldas al resto del país, o peor aún, que era de ellos. Ningún otro proyecto político supuso que podía hacer de las divisas petroleras un instrumento de control y dependencia de todos los agentes sociales y económicos. Ni siquiera las dictaduras de distinto cuño que tuvimos, desde el origen mismo de la actividad petrolera (1917), creyeron que el país podía arrodillarse ante ellos por tener en sus manos la manija del chorro petrolero.

No lo pensaron así, probablemente no por falta de ganas, sino porque sabían que ese ingreso, por muy alto que fuese en ocasiones o por algunos períodos, no era suficiente para atender las necesidades de todo un país y menos las que tendría en el futuro. De creerlo, lo tendrían que hacer a costa de comprometer la viabilidad del país al inestable, efímero y ajeno destino del petróleo.

Todos los proyectos políticos de la Venezuela moderna, desde los gobiernos de las fuerzas armadas, hasta los proyectos de la izquierda insurreccional, pasando por quienes nos gobernaron, sabían que su meta estratégica era superar al petróleo y para ello necesitaban de los venezolanos. Por eso nunca se atrevieron a esclavizarlo a los dictamines o caprichos de una asignación planificada de los recursos. Hacerlo por mucho tiempo, suponer que esa era la forma de vivir en el largo plazo, suponía sencillamente condenar a que el país renuncie al desarrollo y una vida mejor para las próximas generaciones.

Las leyes de la guerra económica parece que sí se están atreviendo.

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