¡Llegó la milicia!
El estilo del alto magistrado de la VR comienza a entrar en terrenos definitorios. A comienzos de su mandato escandalizó a moros y cristianos cuando en un acto castrense dirigido a los soldados de la “limes” y orientado a roncarle en la cueva a la guerrilla colombiana -¿farsa o realidad?- se apareció en uniforme de combate y con el solemne bastón de comandante en jefe frente al atónito país, hasta entonces civil. Hacía medio siglo que un presidente de la república no aparecía de botas, cananas y faltriqueras y ya se nos habían hecho habituales la corbata, el flux e incluso el blusón de corte juvenil como atuendos propios de una democrática gerencia magisterial. Tan secular se hizo la vestimenta presidencial, que CAP pasó de sus escandalosas chaquetas a cuadros dignas de setentones soltándose el moño en un casino de Las Vegas de su primer mandato, a una tenida de estadista de Davos, en el segundo: sobrios trajes de casimir inglés de dos botones, camisas de popelina de doble puño, corbatas de seda Loewe y “quevedos” plegables de oro Pierre Cardin, discretos como para lucirlos en una discusión del Club de Paris o en un encuentro con Koffi Annan y el FMI.
El teniente coronel sintió el golpe de tal escándalo. Y como para mostrar su pericia en guerras subrepticias incorporó al vestuario de Miraflores tenidas juveniles de gabardina verde oliva, a las que sólo le faltaban las charreteras. Un aire como de Saddam Hussein en disfrute familiar vino en su auxilio. Y tal estrategia terminó por habituar tanto a los conserjes mediáticos, que una ansiedad por uniformes, cachuchas, boinas, camisas de camuflaje y botas de charol terminaron por hacer natural el uso cada vez más frecuente de uniformes en el entorno presidencial y en el propio presidente. Tanto así, que se hizo muy raro verlo nuevamente ataviado con esos trajes de tres botones color ratón, cortados en tiempos de mayores flacuras, y esas camisas celestes de cuello blanco que pusiera de moda entre burócratas y cortesanos de la VR y que tanto abundan en las vitrinas de Pepe Ganga y Montecristo.
Prontos a cumplir un año de gobierno y estrenando recién esta República Bolivariana de Venezuela, los uniformes han vuelto a la explanada. Ya veremos al cumplir su segundo año escuelitas bolivarianas, oficinas de correos, prefecturas, ambulatorios y despachos ministeriales todas ellas provistas de sendos retratos del Teniente Coronel en tenida de comandante en jefe de paracaidistas, en traje de gala de gran almirante, asomado al torreón de una tanqueta y pueda que hasta en tenida de boy scout. El hábito comienza a desenmascarar al monje.
Este modesto columnista ha admirado siempre, y así lo ha escrito, la perseverancia y la porfía con las que el Gran Comandante empuja, empuja y empuja. Es Leo, eso lo dice todo. Y mientras la difusa nube de opositores –gasificados desde el 6D y en franca dispersión- corre hacia el rinconcito en donde cree que asomará la verruga de tan ínclita frente, la nariz del personaje aparece por el extremo contrario. Si hubiera un solo personaje que simbolizara las deletéreas fuerzas antichavistas, habría que decir que el Gran Comandante lo tiene agarrado de la nariz y lo sacude a su antojo cual despaturrado espantapájaros.
Así sucede con el asunto éste del desenmascaramiento del verdadero rostro de esta V República. Vea Ud. si no es así, querido y sacrificado lector: mientras los reflectores y las cámaras enfocaban al canciller o al patriarca como seguros vicepresidentes, hete aquí que el soberanísimo Leo de nuestra historia se saca de la manga a un personaje gris y oscuro, genial semblanza del hombre sin atributos del que hablara Robert Musil en su genial e inacabada novela y hecho a imagen y semejanza de quien, como el Drácula de Bram Stocker, no tiene ni soporta sombras. Pertenece el vicepresidente a la cohorte de vicepresidentes que en el mundo han sido, desde este Noboa, mascarón de proa del golpismo quiteño, hasta Al Gore, tan vaporoso que podría trabajar de modelo de Macy’s. Y así, José Vicente y el patriarca, ambos huesos duros, animados por sus propios sueños y sus propias pesadillas, han tenido que cancelar al sastre que había sido encargado de la tenida vicepresidencial.
En cambio viene la hora del gabinete. Y allí el gran comandante de seguro desenvaina el sable: Lucas Rincón, Raúl Salazar y otros comilitones de antiguas falanges, que poseen en común el gran atributo castrense, pasarán el gran colador y seguirán asumiendo el mando operativo, real, orgánico, de tropa de esta V República. Y así sucederá con las gobernaciones, las alcaldías, los concejos y la asamblea nacional. Las armas son directamente proporcionales a la importancia de los cargos en juego. Aunque el término es erróneo, pues como diría Joselo: “estos no son juegos…”.
Ya la revolución comienza su trabajo de zapa y hace como dice la ya célebre sabiduría tan temida por los próceres de motines y revueltas: “devora a sus mejores hijos”. Cual monstruo de exquisitas antropofagias se deleita la revolución devorando las vísceras de sus hijos predilectos. Si no lo cree, querido y paciente lector, asómese al rostro de Pablo Medina, escudriñe la tan simpática faz de Aristóbulo Istúriz, detenga su mirada en el atónito semblante de Leopoldo Puchi, hurgue en el misterioso talante de Felipe Mujica. Los protagonistas del 18 Brumario, los pregoneros de los Idus de Marzo, los bolcheviques del 17 de Octubre yacen desamparados en el descampado de la soledad y ya se ven en el patio trasero de Miraflores, subiéndose al destartalado taxi que los llevará al tan temido exilio del Poder, de regreso al anonimato y con las manos vacías.
Los tiempos son de feroces turbulencias. Algunos civiles, viejos zorros que olieron desde siempre las entrepiernas del Poder –así fuera del mediático, también conocido como IV Poder- pueda que sobrevivan, conquisten alcaldías mayores y persigan tenaces cual sabuesos que son las pistas dejadas por el Gran Comandante hasta caerle a mordiscos a prendas más preciadas. Sobrevivirán. Pero que no se hagan ilusiones: sólo lo harán si están prestos a robotizar el gesto de llevarse la palma extendida hasta la frente no más aparezca una cachucha en su horizonte. Y a bajar la mirada.
Bien lo dice la gramática: “cívico” es un adjetivo. Sustantivo en cambio, y de qué tamaño, es el vocablo “MILITAR”.