Opinión Nacional

Lluvia de candidaturas

Las elecciones parlamentarias previstas para el 26 de septiembre están suscitando un creciente interés, sobre todo entre la dirigencia política y social no-oficialista. Ello de por sí es un buen signo, porque sugiere que las expectativas al respecto son afirmativas.

Es decir, que habría chance de obtener una importante representación, a pesar, claro está, de las múltiples limitaciones partisanas del sistema electoral, comenzando por la actuación del CNE.

Mala vibra sería, por el contrario, que esos comicios carecieran de la debida atención social y que, por tanto, a los candidatos potenciales hubiera que convencerlos de presentarse.

El número significativo de candidaturas y el debate que se ha venido realizando sobre los métodos de selección con miras a las planchas unificadas, demuestra que las elecciones del 26-S no son percibidas como un simple saludo a la bandera sino como una oportunidad de cambio político.

En este sentido, los partidos de oposición tienen una responsabilidad particular en el esfuerzo de estimular el entusiasmo de esa gran mayoría de la población que carece de identificación partidista, y que, incluso, forma parte de ese segmento del electorado que se encuadra como «ni-ni» o «no-no», o sea que no tiene preferencias definitivas por ninguno de los polos que se confrontan en el país.

Y esa responsabilidad se traduce en la amplitud y propósito de inclusión para la determinación final de los candidatos unitarios.

Y ello por la sencilla razón de que son los partidos los ejes principales de la Mesa de Unidad Democrática, que es la plataforma político-técnica que conduce el complejo proceso de la unidad: variable esencial para que la fuerza electoral pueda traducirse en una representación acorde en la próxima Asamblea Nacional.

De allí que las asociaciones políticas más establecidas, sean tradicionales o emergentes, deban colocar especial cuidado en sumar voluntades más allá de sus limitadas fronteras.

Sería un contrasentido, por ejemplo, que prevaleciera la idea de distribución de cuotas partidarias, así como la imposición de ciertos dirigentes por el mero hecho de ser jefes de toldas reconocidas.

Las primarias, desde luego, colaboran en disipar esos riesgos, pero bien se sabe que no pueden realizarse en todos los ámbitos. Habrá, entonces, una porción de candidatos que surgirán del acuerdo político, y en esta esfera es dónde debería apreciarse la voluntad amplia y unitaria de los partidos.

Ojalá y el elenco final de las candidaturas lograra ser en verdad representativo de la diversas de sectores políticos, sociales, económicos, académicos, profesionales y estudiantiles, que conforman al país crítico, independiente y democrático.

La lluvia de candidaturas, por los momentos, es esperanzadora. Y para que lo siga siendo es necesario que al final del proceso de selección, los candidatos formales reflejen la más variada representatividad posible. De ser así, esa lluvia de hoy podría convertirse en ese huracán político que tanto se ansía para la fecha electoral del 26-S.

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