Opinión Nacional

Lo (in)evitable en la historia. Segunda Parte

1.- He recordado recientemente la asombrosa profecía de Carlos Alberto Montaner, publicada el 9 de octubre de 1998 en El Universal, donde anticipa con pelos y señales la bitácora de estos once años de usurpación, de corruptelas, de abusos, de expropiaciones y de violaciones a los derechos humanos llevadas a cabo por Hugo Chávez: desde la liquidación de la Constitución hasta la formación de sus milicias, desde la total concentración de poderes y el asalto a las instituciones – siguiendo el modelo nazi fascista – hasta la sistemática destrucción de la democracia. Todo ello con el propósito de copiar hasta en sus más mínimos detalles la dictadura cubana que reconoce ser su arquetipo. Y a Fidel Castro, su padre putativo.

Sólo se equivocó Montaner en la apreciación de uno de los posibles escenarios de su inevitable caída: la emergencia de un Augusto Pinochet y la decisión de las fuerzas armadas por ponerle atajo al empeño del caudillo emergente por instaurar una dictadura castrista en Venezuela. Creyó Montaner que las fuerzas armadas venezolanas eran infinitamente más conscientes y republicanas de lo que en verdad eran. Sin siquiera imaginar que su conciencia democrática resistiría el 11 de abril no más de 24 horas, para finalmente optar por reponer en el cargo al usurpador de la mano de uno de sus generales y rendirse al poder corruptor y represivo del golpista. Nada nuevo bajo el sol del Caribe.

Se me ha preguntado cómo pudo Montaner anticipar hasta en sus más ínfimos detalles el siniestro futuro que nos esperaba. Me encantaría conocer su opinión al respecto. Si bien dudo lógicamente de que se haya debido a un misterioso poder premonitorio. Bastaba saber sumar y restar para comprender que un oficial golpista, dispuesto en 1992 a asesinar al presidente de la república y a su familia en pleno, acompañado por la ultra izquierda venezolana, recibido con bombos y platillos en La Habana por Fidel Castro en 1995 y llevado al poder en andas de un movimiento aluvional con el PCV de punta de lanza, el respaldo de los medios y la más aterradora crisis de gobernabilidad, seguiría en 1999 el camino anticipado por Montaner. Si bien Chávez no escribió Mi Lucha – en donde Hitler contó con pelos y señales lo que haría cuando asaltara el poder, incluido el exterminio de los judíos – sus declaraciones en la universidad de La Habana y sus bramidos amenazantes contra las instituciones y partidos democráticos pintaban con exactitud, pelos más pelos menos, adónde quería llegar. Como el lo reiteró hasta el cansancio: a la isla de la felicidad del Dr. Castro. Nadie quiso tomarlo en serio. Si bien había que ser miope, ingenuo o descaradamente irresponsable para no alarmarse. Lo hicieron no más de un puñado de intelectuales – Juan Nuño, Manuel Caballero, Luis Ugalde, entre muy pocos. El resto fue el silencio o la algarabía. Desde luego de los políticos. Hasta de reputados literatos, juristas y filósofos. A pesar del lúcido presagio de Montaner, los medios impresos y radioeléctricos más populares y reputados o lo respaldaron abiertamente, o propiciaron su ascenso al Poder contribuyendo a hundir el escaso prestigio que le restaba a los hombres y las instituciones de la república liberal democrática.

2.- En dicho artículo, Montaner refiere que a una semana del 4F un 65% de la población respaldaba con entusiasmo el golpe de estado y su principal ejecutor. Jamás olvidaré el profundo desasosiego que me invadió cuando en los carnavales que tuvieron lugar inmediatamente después, el disfraz preferido de los niños de las barriadas populares fue el de comando de paracaidista. Vale decir: muchísimos pobres y buena parte de las clases medias optaron por disfrazar a sus hijos de Hugo Chávez. Vale decir: de felón, de asesino, de traidor. Ebrios de estupidez e inconsciencia, apostaban a un futuro presidido por un comandante golpista. E inoculaban graciosamente el golpismo y la traición a sus hijos, haciendo de paso las delicias de la industria y el comercio de la juguetería carnavalesca. Muchos de ellos, hoy adolescentes, formarán parte de las milicias rojo rojitas.

Al entusiasmo por el golpe se sumó el golpismo folklórico. Se pusieron de moda cantantes de cervecería, restoranes de carne en vara,  pegatinas de banderitas tricolores. Y la irrupción en gloria y majestad del Deus ex machina de todos los desaguisados patrioteros: Simón Bolívar.  El fascismo cotidiano se hizo dueño de las calles. Y de la historia. Una telenovela lo rubricó, cosechando las mayores cifras del rating, que obligó a la gerencia de dramáticos de dicho canal – hoy cerrado por el régimen –  a mantenerlo en el aire más allá de toda cordura. Si vender disfraces de un golpista era un buen negocio, desacreditar hasta la náusea al legítimo gobernante, para preparar su degollina,  fue otro pingüe negocio.

Si eso sucedía en 1992 y nada se hizo de entonces al 98 para evitar el siniestro desenlace, salvo someterse a los dictados y chantajes del golpismo – infestado hasta la médula en las instituciones, medios, universidades y academias – defenestrando un presidente constitucional y eligiendo a un presidente que si no estaba confabulado abierta y directamente con el golpismo, supo montarse en su ola para surfear hasta Miraflores por segunda vez en su vida, todo indicaba que Venezuela vivía los prolegómenos de lo que Bertolt Brecht refiriéndose a Adolfo Hitler, llamara “El evitable ascenso del Arturo Ui”. Una historia pesadillesca, perfectamente evitable, se estaba haciendo inevitable por la acción inconsciente, perversa, estúpida y desalmada de quienes terminarían, vaya contradicción, convertidos en sus principales víctimas.

De modo que el 9 de octubre de 1998, cuando Carlos Alberto Montaner escribe su lúcido análisis y anticipa nuestras desventuras, los azares ya habían dictaminado el siniestro destino que nos esperaba. Si bien se contaban con los dedos de las manos a aquellos venezolanos que compartían su profecía. Desde luego, quienes mayor incapacidad tuvieron para hacerlo fueron los políticos. Aterrados desde sus puestos de comando en el barco que se hundía inexorablemente, echaron por la borda todas sus certidumbres, se aferraron a capataces y caudillejos, corrieron de una ex miss a un guachimán para terminar respaldando con un pañuelo en la nariz y sin un solo proyecto de futuro al único venezolano que tuvo el atrevimiento de oponérsele. Una lucha desigual, condenada al fracaso. ¿Cómo vencerle al folklore, a los medios, a la imaginería infantiloide del bolivarianismo resurrecto, a las telenovelas, los artículos de opinión, la empresa, los negocios, las universidades, el oscuro corazón de nuestras tinieblas?

3.- Esté próximo 11 de septiembre se cumplirán 37 años del golpe de estado que derrocara al gobierno de la Unidad Popular e indujera al suicidio del presidente Salvador Allende. Lo menciono porque en su profecía, Montaner anticipa la posibilidad de que Chávez tomara el rumbo de Allende – para él no más que “un caotizador de izquierda” – mientras que un general venezolano, de esos que se pavonearon por los más de mil muertos que estas fuerzas armadas se echaran al pico el 27 de febrero,  asumiera el de Pinochet. Pero también imagina el probable futuro castrista de la deriva totalitaria del chavismo. Pocos saben que al hacerlo, seguía letra a letra otra profecía, mucho más estremecedora, de un parlamentario cubano llamado Rafael Díaz-Balart, cuñado de Fidel Castro y quien lo conociera como si lo hubiera parido. Fue quien en 1956, al oponerse a una resolución que amnistiaba a los asaltantes al Cuartel Moncada, dijera sin ambages que él, a pesar de ser el hermano de Mirta Díaz Balart, todavía casada con el encarcelado líder guerrillero,  se opondría a amnistiarlo porque era un asesino, un ladrón, un tirano, que perseguía el poder, pero no cualquier poder, sino el poder absoluto. Para destruir las instituciones, hacer pedazos la tradición de la república, montar la más feroz tiranía de que se tuviera memoria entre los cubanos y aunque profundamente fascista, no tendría más alternativa – tal era su odio contra USA – que aliarse al comunismo y subordinarse a la Unión Soviética, dada la derrota de Hitler en la Segunda Guerra Mundial.

Fue una profecía aterradora que erró en un solo punto: temió que esa tiranía durara incluso hasta veinte años. Lleva cincuenta. Y no parece dispuesta a dejar la escena. Pinochet dejó el Poder a los diecisiete años, y habría que ser un desalmado para vitorearlo por su felonía. Causó miles de muertes, aterrorizó a sus semejantes y provocó una quiebra ética y moral de su nación. Lo que en absoluto obsta para reconocer que su acción impidió que Chile fuera hoy por hoy un país devastado, arruinado, remedo siniestro de esa siniestra dictadura castrista. Que aceptó el veredicto de las urnas y le entregó a sus opositores un país pacificado, saneado estructuralmente, sometido a profundos cambios y gracias a todo ello en boyante crecimiento económico y gobernable como para que izquierdistas y centristas lo terminaran de convertir en una nación próspera y envidiable. Como ha llegado a ser gracias a esa decisión suprema, dolorosa, pero históricamente inevitable. Y asumida en la dramática disyuntiva entre dictadura marxista totalitaria o dictadura cívico militar restauradora. No hubo posibles términos medios. La política había fracasado.

La historia y los hombres han querido que en Venezuela tal disyuntiva carezca de uno de los términos: el de la dictadura cívico militar restauradora. Las circunstancias nos han llevado a propiciar una salida estrictamente civil, política, constitucional, pacífica y democrática. Lo que acarrea inmensas ventajas, pero también graves inconvenientes. Salir de Chávez sin traumas exigirá el pleno poder cívico y armado de un Estado suficientemente fuerte y consolidado como para enfrentar el caos y la anarquía que propiciarán los suyos y de una justicia suficientemente decente e implacable como para castigar implacablemente los crímenes del chavismo. Incluidos los de los propios jueces. Haciéndonos a la doble tarea de reconstruir la nación y fundar el futuro. ¿Será posible en paz y sin traumas? ¿Será posible democráticamente? Dios lo quiera.

Estamos ante una empresa de inmensos riesgos y gigantescas obligaciones. Es la premonición que hoy requerimos. Anticiparnos al futuro, acertar en el diagnóstico y las tareas. Sólo será posible con la unión, el sacrificio y la solidaridad de todos. Este 26 se septiembre estaremos dando un gran paso en dicho sentido. Estamos moralmente obligados a darlo. Aún y a pesar de las previsibles felonías electoreras de un régimen corrupto, que desprecia las elecciones y las emplea con el único fin de enmascarar sus crímenes. Es nuestro imperativo categórico.

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